
El español es una de las lenguas más universales / Lu Tolstova
La lengua española «se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía, y en Galizia, Asturias y Navarra; y esto aún hasta entre gente vulgar, porque, entre la gente noble, tanto bien se habla en todo el resto de Spaña». Juan de Valdés, en 1513.
Todas las lenguas de España son respetables pero no todas tienen la misma importancia
Ejemplo claro: si quieren entenderse un independentista catalán y un independentista vasco, ¿en qué lengua se hablarán? Evidentemente, en español
Andrés Amorós
El Debate/03/03/2025
Todas las lenguas que se hablan en España forman parte de nuestro patrimonio cultural; por eso, como afirma nuestra Constitución, merecen «especial respeto y protección». Todas ellas, evidentemente, son lenguas españolas.
Usamos la expresión «por antonomasia» para referirnos a una persona o cosa que posee preferencia clara sobre todas las demás, a las que esa denominación podría convenir. Por antonomasia, la lengua española es la lengua de España.
Esa lengua española es hoy la lengua general o común de todas las regiones españolas y de todas las naciones hispanoamericanas, además de ser una de las lenguas más universales.
El primer diccionario de nuestro idioma, el de Sebastián de Covarrubias, identificaba ya los dos términos, castellano y español. Se titulaba Tesoro de la lengua castellana o española (1611).
Es preferible hablar de español para indicar que esa lengua ya no es patrimonio de una sola región, Castilla, aunque tenga en ella su origen.
Como define claramente el gran lingüista Manuel Seco, «lo exacto sería emplear el nombre castellano solamente para designar la lengua que, durante la Edad Media, fue privativa del reino de Castilla».
El navarro Amado Alonso, director del Instituto de Filología de Buenos Aires y catedrático en Harvard, publicó en 1938 un libro breve (143 páginas, en la edición que manejo) pero muy sabio: Castellano, español, idioma nacional. (Historia espiritual de tres denominaciones). Con meridiana claridad, explica en él Amado Alonso este proceso: el que inicialmente fue sólo castellano se convirtió luego, por natural evolución histórica, sin que nadie lo ordenara, en español y en el idioma común de la nación española.
Se trata de un hecho histórico innegable: a partir del siglo XVI, muchos escritores catalanes, valencianos, vascos y gallegos redactaron voluntariamente sus obras en la lengua castellana, ya convertida en lengua española.
Lo atestigua Juan de Valdés, en 1513 (respeto el texto, con sus grafías): la lengua española «se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía, y en Galizia, Asturias y Navarra; y esto aún hasta entre gente vulgar, porque, entre la gente noble, tanto bien se habla en todo el resto de Spaña».
Nuestra lengua se reconoce como española en el mundo entero: los ingleses dicen «spanish language» y no «castilian language»
Comenta don Rafael Lapesa: «Esta afirmación de Valdés respondía a un hecho innegable: el castellano se había convertido en idioma nacional. Y el nombre de lengua española tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se sobrepone al de lengua castellana».
Nadie obligó a esos escritores catalanes, valencianos, gallegos y vascos a que escribieran sus obras en la común lengua española: ni lo hicieron los Reyes Católicos, ni Carlos V, ni Felipe II; ni siquiera –como pensaría algún ignorante actual–, lo hizo Francisco Franco.
Por recelos políticos, algunos hispanoamericanos prefieren hablar de castellano. Lo explica Manuel Seco: «Considerando acaso como una manera de sumisión a España, la antigua metrópoli, el reconocimiento explícito de que se sigue hablando su lengua». Se trata, simplemente, de un error. Se ve claro con un ejemplo: «Los norteamericanos no se sienten en modo alguno colonizados por Inglaterra por decir que ellos hablan inglés».
Hoy en día, nuestra lengua se reconoce como española en el mundo entero: los ingleses dicen «spanish language» y no «castilian language»; los franceses, «langue espagnole» y no «langue castilienne», o algo así. Etcétera. Del mismo modo que nosotros hablamos de lengua italiana y no de lengua toscana (su origen).
Vuelvo al comienzo: todas las lenguas que se hablan en España son valiosas y respetables pero no todas tienen la misma importancia (y no hablo sólo del número de hablantes, un dato objetivo): una de ellas es «la lengua española oficial del Estado» (artículo 3 de la Constitución).
Se basa esta declaración en un hecho absolutamente indiscutible: el español es la única lengua común de todos los españoles. Ejemplo claro: si quieren entenderse un independentista catalán y un independentista vasco, ¿en qué lengua se hablarán? Evidentemente, en español.
Lo grotesco es lo que estamos viviendo ahora, en nuestro Parlamento: en el pasillo o en la cafetería, un gallego, un catalán y un vasco se entienden en español, sin el menor problema. Cuando entran en el salón de sesiones, en cambio, han exigido que se instale un sistema de traducción simultánea perfectamente inútil, además de muy caro. En esos disparates se gasta ahora en España el dinero público, el que se recauda con los impuestos pagados por todos los españoles. Para más inri, ni siquiera los que la han exigido suelen utilizar la traducción: si se habla la lengua común, la de todos, no les hace ninguna falta.
Todo esto, tan claro desde el punto de vista filológico y desde el simple sentido común, se oscurece cuando se unen el sectarismo y la ignorancia, al servicio de la política: de modo voluntario y consciente, algunos políticos españoles no utilizan ahora la lengua como lo que es, un instrumento para entenderse, sino para sembrar discordia; en concreto, la utilizan como una herramienta más para crear una presunta conciencia nacional, en el camino hacia la independencia del resto de España.
Todo esto ha traído consigo una serie de consecuencias disparatadas, que ya ni siquiera nos llaman la atención: se repiten tanto, que nos hemos acostumbrado a ellas y las aceptamos, como algo inevitable.
Para los que lo promueven, además, todo esto es lo bueno, lo «moderno», dentro de esa entelequia que se han inventado de que España es una «nación de naciones»: algo que nadie sabe en qué consiste, salvo en nuestra ruptura y balcanización.
Fuera de la España actual, no conozco ningún otro país civilizado donde, en algunas regiones, no se pueda estudiar en la lengua común
Sobre la lengua española, proclama nuestra Constitución que «todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». En la realidad cotidiana, el incumplimiento es flagrante. Señalo algunos ejemplos concretos.
Fuera de la España actual, no conozco ningún otro país civilizado donde, en algunas regiones, no se pueda estudiar en la lengua común; donde se pongan multas a las tiendas que utilicen esa lengua común, en sus rótulos; donde un doctorado cuente menos, como mérito para ocupar un puesto público, que dominar una lengua regional… Y algo especialmente sangrante, escandaloso: donde se defienda sin rubor que haya comisarios políticos, en los colegios, para vigilar en qué lengua hablan los niños…
A ese sectarismo ignorante se une el paletismo. Hace años, en la COPE, en directo, un 23 de abril, me dijo Jordi Pujol que a él no le interesaban para nada ni Cervantes ni El Quijote. (Todavía no han logrado convencernos de que Cervantes era catalán ni de que escribió en catalán su gran obra). Él se lo pierde…
Si se edita un libro en euskera, no se perderá dinero aunque no lo compre nadie, porque la subvención del gobierno vasco cubre todos los gastos: un solo comprador ya supondrá una ganancia…
En la Feria del Libro de Frankfurt, el gobierno catalán lleva ya muchos años aprovechando las ventajas de estar en el pabellón español pero separando claramente sus libros de los publicados en las otras lenguas españolas. En la zona que de ese gobierno depende, sólo ha llevado los libros de los autores que escriben en catalán: han quedado fuera, por ejemplo, Gil de Biedma, los Goytisolo, Ana María Matute, Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Cercas… A esos absurdos conduce el sectarismo.
Para colmo, la afirmación nacionalista no se queda en las lenguas, sino que llega también a los dialectos y a las hablas locales, que no poseen ni una gramática propia ni una literatura propia. Un departamento universitario de bable puede ser tan importante, contar con tantos profesores y manejar tanto dinero como uno de español. Por si todo eso fuera poco, se acaba de proponer la recuperación del antiguo dialecto medieval astur-leonés, convertido ahora en lionés…
Si observamos un mapamundi, veremos que España, por su extensión, es un país relativamente pequeño. Pero es muy grande por su cultura y por su historia. La lengua española tiene hoy una dimensión universal absolutamente indiscutible. Condenar a unos niños españoles a que no la dominen bien, por no haberla estudiado suficientemente, supone limitar todas sus posibilidades futuras, materiales y espirituales: un auténtico suicidio.
No es mérito nuestro, no nos lo hemos ganado con nuestro esfuerzo, pero la universalidad de nuestra lengua nos otorga a los españoles una dimensión universal absolutamente impagable, en términos económicos y también culturales. Sin embargo, bastantes políticos españoles prefieren renunciar a todo eso para seguir cultivando su paletismo.
Y algo más: la lengua no es algo inocente, implica una cultura, una filosofía de la vida. Lo proclamaba Unamuno, con solemne retórica:
La sangre de mi espíritu es mi lengua
y mi patria es allí donde resuene
soberano su verbo, que no amengua
su voz, por mucho que ambos mundos llene
Ésa es, sencillamente, la realidad. Aunque nos separen tantos problemas políticos, nuestra lengua española es el vínculo seguro que nos une indisolublemente con Hispanoamérica. Pero ya se sabe que, en la España actual, hablar de «Hispanidad» supone tener la certeza absoluta de que te van a llamar facha o franquista. Así estamos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario