"...¿Y todo eso dónde ocurrió?, pues dónde si no en Cinco Villas, esa plaza que nació para ser respetada, admirada y deseada pues un triunfo ahí bien vale una jota aragonesa..."
Bardo y Páez / Sin Tapujos
CINCO VILLAS, REFERENTE
Bardo de la Taurina:
Hay programas, marquesinas, carteles que desde que anuncian el evento, el espectáculo, el festejo, por su importancia revolucionan el entusiasmo y hacen que la algarabía por asistir a ellos eleve nuestro estado de ánimo. Es decir, el público, los aficionados entran en ebullición, mas para que toda esa expectación brote se requiere que el trébol de cuatro hojas que es el de la suerte, que en esto también juega, brinde el esplendor en sus aristas convergentes como lo son la empresa, la plaza, el encierro, la autoridad y la torería, todo ello obviamente rociado con el elixir de la publicidad.
Como sucedió este fin de semana en esa plaza coqueta, hermosa y aromática que lo es Cinco Estrellas, la del albero de oro, que como gema preciosa del taurinismo tiene y le sobra para que al sólo pregonar que abre sus puertas, la crema y nata de palcos y tendidos acudan a ella, colmándola hasta el reloj en ataviado multicolor que ilumina la debilitada tradición de jugarse la vida en trazos de arte y destreza.
El empresario de traje corto español, la señora de la casa de relucientes luceros, la señorita bonita de sevillana salerosa, previo de caballos danzarines, en la arena, bureles de verdad, en las galas toreras chavales que lucen percha y oficio acurrucados por liras flamencas, todo bajo la anuencia de un juez que es pariente de un ‘Monarca azteca y español’.
El público graneadito como lo manda la democracia taurina; un cónsul galo se codea ‘Manolo’ el de los sombreros, los bibliófilos pasan lectura con lo mejor de sus letrados mientras los de la ‘Porra libre’ se pasean libremente por el graderío y por si algo faltara una madrecita que con su obra ya se adjudicó la ‘Puerta Grande’. Por ahí toreros chipén, artistas del óleo que engalanan capotes de luces, estilistas del bisturí, orfebres de la voz, plumas alabastrinas, fotógrafos imaginativos y un sin número de personajes que ya los quisiera el ‘Hola’ para una portada de lujo ¿Y todo eso dónde ocurrió?, pues dónde si no en Cinco Villas, esa plaza que nació para ser respetada, admirada y deseada pues un triunfo ahí bien vale una jota aragonesa.
Leonardo Páez:
Hace años me preguntaban que porqué “tanto escándalo” con el tema del despuntado si históricamente había habido varias cornadas graves o incluso mortales con reses manipuladas de sus astas, y contesté que porque en esos cuatro o cinco centímetros que los taurinos fraudulentos le reducen al pitón estaba la verdad o la mentira, el drama o la comedia, la grandeza o la mezquindad, la simulación o la trascendencia del arte del toreo, entendido no como habilidad para torear “bonito” esos animales sino como el encuentro sacrificial entre dos individuos –toro y torero– en plenitud de facultades e igualdad de recursos, unos racionales y otros instintivos.
Otra ocasión me dijo mi padre: fíjate siempre en cómo anda la peonería delante de un toro en particular y de una corrida en general, pues si se ven apurados, nerviosos o ineficaces es que los toros, antes que bravos o con genio –mansedumbre defensiva y áspera– vienen enteros, es decir, sin haberles quitado “el veneno”, el diamante o extremo agudo del cuerno, auténtica navaja que al menor contacto o incluso a la sola sensación de que puede alcanzar una superficie, un engaño o un cuerpo, reacciona para atacar o defenderse, rasgando telas, maderas o cuerpos.
El sábado 8 de febrero, continuando con una política empresarial taurina que no negocia con la dignidad animal del toro de lidia ni con la dignidad humana de los toreros, la suntuosa plaza de toros Cinco Villas, ofreció otra imaginativa y modélica tarde con tres novillos-toros de El Rocío y otros tantos de Cuatro Caminos, para las magníficas promesas Brandon Campos, Juan Pablo Llaguno y Nicolás Gutiérrez.
Y como ocurre siempre que en un ruedo hay verdad, surgió incontenible y dramática la “magia negra de la lidia”, con las cuadrillas tensas, los toreros reconcentrados y los tendidos atentos y seriamente preocupados ante lo que los diestros hacían pues el peligro, no los apellidos, es lo que emociona y, como dijo García Lorca, “a la plaza se va a gozar sufriendo”, no a divertirse. Los alternantes no estuvieron bien, estuvieron superiores al derrochar pundonor, entrega, conocimientos y expresión torera delante de unas reses con pitones y en puntas, que fueron al caballo y que no llegaron a la muleta con embestidas de entra y sal sino exigiendo en todo momento cojones y cabeza de sus lidiadores. ¿Cómo contagiar a otros de estos soberbios homenajes a la esencia de la tauromaquia?
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