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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 10 de junio de 2014

La evitable cornada de Manuel Rubio / Por Ricardo Díaz-Manresa



"...Durante muchos años he visto apuntillar por detrás. Me acuerdo del gran Agapito Rodríguez, puntiillero histórico, de muchos puntilleros de múltiples plazas con gran experiencia porque trabajaban en el matadero y y terceros con mucho oficio. Por detrás. Muchas veces por detrás..."

La evitable cornada de Manuel Rubio

Ricardo Díaz-Manresa
Un victorino-alimaña, ya vencido, eso se creían, esperando la puntilla, alargó la gaita y rompió el muslo de Manuel Rubio, tercero de la cuadrilla de Antonio Ferrera, y le destrozó la rodilla. Llevaba Rubio la puntilla con el brazo en alto y, como es de cajón, la alimaña lo retrató, lo esperó y lo volteó como un pelele. Y a la enfermería seriamente herido. Ocurrió en San Isidro el 6 de junio.

Cornada evitable. Durante muchos años he visto apuntillar por detrás. Me acuerdo del gran Agapito Rodríguez, puntiillero histórico, de muchos puntilleros de múltiples plazas con gran experiencia porque trabajaban en el matadero y y terceros con mucho oficio. Por detrás. Muchas veces por detrás.
Porque por delante es mucho más peligroso. El toro ve venir algo. Se pone nervioso. Se mueve. No se está quieto. Y por esta costumbre tan absurda, no es que haya habido cornadas como la de García Rubio, es que se han perdido muchas orejas por fallar, ahora que muchos terceros no han estado nunca en un matadero. Y además da igual porque todo está mecanizado.
Costumbre poco lógica la de ahora. De hacerlo por detrás, a Manuel Rubio no le esperaría una larga convalecencia y un tiempo quizá demasiado apartado de los ruedos y a distancia del traje de luces y de la puntilla. Evitable cornada.
Hay otras dos costumbres ahora, ya generalizadas. Negativas e ilógicas.

Una es no echarle un capote al suelo al toro cuando se va a descabellar para que humille, meta el hocico en el suelo y deje a la vista el sitio para el verduguillo. Muchas veces los dos peones a derecha e izquierda, como dos estatuas, sin intervenir, espectadores de lujo, mientras que el matador no atina y se le van posiblemente las orejas y muchos triunfos. Pues nada, los jefes de las cuadrillas no saben dar una orden tan fácil y eficaz como ésta.

Y no digamos la otra costumbre desde que la espada de madera es norma común. Antes, en cuanto el matador veía que el toro le pedía la muerte, hacía un gesto o bastaba con una mirada para que uno de los peones velozmente le llevara la espada de verdad. Ahora, no. Los peones tranquilitos en sus burladeros y el matador se da dos paseos, irse del toro hasta las tablas, recoger el arma de matar, y otro paseo para volver a los terrenos del astado. Cuando la gente está caliente, lo suyo es que se enfríe algo con tanto paseo. Y si está mal acorta el tiempo de espera. Pero no rectifican. Siempre la misma película. Día tras día el mismo error.

Corrida a corrida ni servicios de espadas para aprovechar o aligerar el momento y hacer rápidamente la suerte suprema ni capote al suelo para el descabello. Ni por supuesto apuntillar por detrás.
Errores que a veces cuestan cornadas o triunfos. Da la impresión de que les da igual. Son piedras contra su propio tejado pero así está el mundo.

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