He ahí el presente y el futuro de la Civilización Occidental. La homosexualidad como meta de la convivencia, como paradigma y como ideal de la construcción del hombre sin más hambre que la satisfacción inmediata de todos sus placeres, la consumación de todos sus caprichos y sin más obligación que la exigencia de todos los “derechos” que sus pulsiones demandan entre la boca y el ano.
Carnaval de Sodoma
Eduardo García Serrano
La sordidez de lo sucio y la exaltación de la chabacanería con plumas y brochazos de maquillaje de ramera de arrabal. Sodoma en Madrid. Madrid sodomizada en la “orgullosa” bacanal del esperpento viejo, atávico y ancestral de las bacantes dionisíacas histéricas, sobreactuadas en su apariencia feminoide o en su crisálida de virilidad impostada en los clichés lésbicos, que de todo hay en la yacija en la que se exhiben las coyundas mitológicas entre Hermes y Afrodita, con las que Zeus castigó a los hombres con la lívido de Hermafrodita, para envenenar sus sueños y ensuciar sus sábanas con un semen sin propósito de fecundidad.
El Carnaval de Sodoma reptando por las calles de Madrid en sus carrozas de orgía pública, brindándole al sol la musculatura homosexual de los que piden respeto embutidos en un tanga de leopardo y bajo una gorra de las SS, buscando en la exhibición de lo que son la provocación y la reacción de los que apartan la vista y vuelven la cabeza para no ver en lo que nos hemos convertido todos. Pasan, desfilan y danzan sin armonía y sin belleza ante las estatuas de sal que aceptan la decadencia para no ser denunciados, estigmatizados y condenados por los tribunales populares de Sodoma y de Lesbos.
Niños agitando banderas arcoíris de la mano de sus padres y de sus abuelas. He ahí el presente y el futuro de la Civilización Occidental. La homosexualidad como meta de la convivencia, como paradigma y como ideal de la construcción del hombre sin más hambre que la satisfacción inmediata de todos sus placeres, la consumación de todos sus caprichos y sin más obligación que la exigencia de todos los “derechos” que sus pulsiones demandan entre la boca y el ano. Los bárbaros no están en las fronteras de Occidente. Están dentro. Las estatuas de sal los dejaron pasar, les alfombraron la calzada triunfal con sus complejos y pusieron la ley y las instituciones a sus pies para que pisotearan con sus tacones de aguja todo lo bueno, lo bello y lo justo. Hemos cambiado la Civilización por el esperpento con cuatro brochazos de libertad superficial y de igualitarismo totalitario. En la Caja de Pandora ya no queda la esperanza, los dioses paganos se la regalaron como esclava sexual a las bacantes de Dionisio, a los sátiros a las hijas de Lesbos y a Hermafrodito.
Estos "'carnavales' arco iris"... ¡qué asco, qué necedad, qué pecado tan vil y sucio! Lo peor es que cada vez más necios izan más de estas banderas multicolor en partidos de fútbol (por, ej., el reciente campeonato femenil), dado que entre las jugadoras ha de haber una o más del grupo "especial" de "atletas" que rindieron solemne protesta al estandarte de ignominia y cinismo de los LBGT. En efecto, como ha dicho Vd. la máquina de tiempo de hoy día vuelve su rostro a los días de Sodoma y Gomorra y festeja con desfiles y toda gama de descaro su enfermedad. Una auténtica aberración e insulto al carácter humano y a los valores que van decayendo por multiplicación, por nauseabundos y putrefactos. La nueva peste negra hace su presencia en la fibra moral del S. XXI. Basta imaginar que mañana o pasado dichos tipejos y tipejas clamen y reclamen a voz en pecho más derechos, mejor igualdad, mayor reconocimiento. ¡Carnaval de vómito y hedor!, pisoteando a conciencia[?] progresista[?] y con orgullo dantesco la verdadera dignidad, el decoro y el pudor de la virtud. // Atte., Torotino
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