Siempre quedará Pamplona para ver los toros antes que a los toreros
Lo curioso es que, salvo muy pocas excepciones, lo que se hace hoy en día es ir a los toreros cuando acudimos a una plaza de toros.
'Ir a los toros'
Con esa frase definimos el acudir un día cualquiera a presenciar un festejo taurino.
Voy a los toros, vamos a los toros. Eso decimos… pero no es lo que hacemos habitualmente. Y no porque vayamos a una novillada, ya que entonces sería ir a los novillos, lo hacemos porque sean de tres, cuatro o cinco años, los animales son toros… de lidia.
Lo curioso es que, salvo muy pocas excepciones, lo que se hace hoy en día es ir a los toreros cuando acudimos a una plaza de toros.
Ese cambio es uno de los principales motivos para que la Fiesta tenga perdida buena parte de su propia identidad. Muy rara vez el público conoce qué ganadería ha de lidiarse, pero se sabe de sobra cuáles son los nombres de los toreros o, al menos, el nombre del más conocido de los que harán esa tarde el paseíllo.
Hasta el siglo pasado Madrid y Sevilla permitían que se pudieran ver los toros a lidiarse en sus ferias con antelación, ya fuera en El Batán o en la Venta de Antequera. Eran tiempos en los que el toro era tan importante que los aficionados mostraban su interés por conocer sus hechuras, su trapío, sus cornamentas… antes de verlos después en la plaza ante los toreros. Es decir, tenían por si mismos interés suficiente como para desplazarse a verlos.
Todo eso cambió y ahora basta con saber que torea Manzanares o El Juli para que cada uno saque la entrada sin tener repajolera idea de los toros que tendrán delante. En Madrid, y a pesar de los argumentos que en su momento se utilizaron, lo que se quiso fue, precisamente, eso, evitar que los aficionados, que iban en masa a verlos, tuvieran muy claro qué animales se iban a lidiar unas tardes y otras. Ese conocimiento era determinante para ejercer presión desde los tendidos, en el siete básicamente que es donde hay más aficionados por metro cuadrado, para con la permisividad de la autoridad en los reconocimientos previos al festejo. Conociendo los toros expuestos se sabía qué filtros se habían pasado.
¡El toro, el toro! Era el eje de la Fiesta, por eso heredamos de nuestros mayores el ‘ir a los toros’. Se encargaron de que eso se pasara por alto para que en la retina de los nuevos espectadores solo quepan los toreros. A fin de cuentas, dicen sin disimulo alguno, que lo importante es lo que hagan los toreros. O lo que es igual, manifiestan sin rubor, que el toro ha de ser un mero colaborador para crear arte. Esa manipulación tiene otro nombre ‘malas artes’.
Ahora que se está celebrando la fiesta del Toro en Pamplona, podemos observar el protagonismo del toro. Primeramente es lo que su organización, con buen criterio, hace cada año al elegir las ganaderías. En ese momento ya hablamos más de hierros que de toreros. Después sí se pueden ver los toros a lidiarse en los corrales del Gas, para finalmente verlos correr por las calles, mucho antes de que hagan el paseíllo los toreros.
El rito del toro, en su máximo esplendor, tiene lugar en Pamplona. Quizá por eso se la llame la Feria del Toro. Anótese que los toros que se exhiben, sin escrúpulo alguno, son toros a los que sería difícil que incluso el siete de Madrid les pusiera muchas pegas por trapío. Por eso los enseñan. Cuando no se hace en otros lugares, por automatismo, podemos deducir que algo esconden.
Ir a los toros…, en Pamplona, tiene sentido. Incluso los carteles se abren mucho más, seguramente por ello. Pocas veces como en esta semana podemos realizar esa afirmación sin que nos equivoquemos.
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