En España no es así nunca cuando el que reboza en incuria, en negligencia y en ideología progre y tóxica sus decisiones y sus sentencias es un político o un juez, porque en España la Justicia sí es una meretriz de la Política, y así como a un cirujano lo primero que se le exige para ejercer en Cataluña no es pericia ni sabiduría, sino que hable catalán con la fluidez de un gañán del Ampurdán, a un juez y a un político, para trepar en la cucaña de los Poderes del Estado la primordial exigencia es que sean progres, muy progres y dóciles, muy dóciles. Lo demás, todo lo demás, es accesorio.
Ángel Ruiz Ortiz le abrió la jaula a la Bestia. Con todos los informes médicos, psiquiátricos y psicológicos en contra, decidió otorgarle la libertad condicional a Francisco Javier Almeida, un psicópata, un pederasta, un violador y un asesino que si hubiera colgado de una soga, de ésas que los presos trenzan con mimo para los pederastas y los violadores, no hubiera podido asesinar a un niño de nueve años que jugaba en un parque de Lardero mientras su madre preparaba la cena.
La Bestia salió de caza porque Ángel Ruiz Ortiz le abrió la jaula y la veda, pues para ese montón de escoria progre, para ese vertedero de incuria con toga, la rehabilitación (¿) de un pederasta, de un violador y de un asesino es una misión más humanista, más erasmista y más progresista que la protección de las vidas de sus víctimas, cobradas o por cobrar. Un niño de nueve años ha muerto a manos de una Bestia a la que liberó un juez negligente y progre. El asesino y el juez están vivos. A Francisco Javier Almeida probablemente lo rehabiliten los presos que, a buen seguro, ya le están trenzando una soga. Ángel Ruiz Ortiz, sólo tiene un camino para la redención. Léete el Bushidõ, Ángel, y en él encontrarás el único sendero de tu rehabilitación. Se llama Harakiri.
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