Coincide esta celebración con una de las épocas de más graves turbulencias en la vida de España. Y no es que en épocas anteriores no hubiera habido también turbulencias, pero pocas como éstas, que ponen patas arriba nuestra convivencia política y social con la irrupción de: la “ley de memoria histórica” confeccionada de generalidades y el movimiento secesionista catalán como fenómenos más destacados.
¿Qué ha ocurrido para que una gran mayoría de españoles hayan olvidado esta gesta?
Podemos contestar con dos razonamientos. El primero, porque el mismo régimen del que procedía la Victoria fue abandonando su significado y significación, pasando de celebrar la Victoria a celebrar la Paz, como si aquella paz hubiera venido por arte de magia tras la convulsión que originó la II República, que, sin un proyecto o con uno muy definido, no respetó su propia ley ni supo tender puentes de convivencia; dando ocasión a que las fuerzas radicales de la izquierda (PSOE, CNT-FAI y PCE) apostarán pronto por métodos violentos, no compartiendo la idea de establecer una democracia. Siendo así, que, como no tiene más remedio que reconocer el historiador Javier Tusell: “Al margen de la convivencia nacional se desarrolló en paralelo un proceso revolucionario cada vez más violento por parte de la izquierda, que ninguna democracia podía asumir”. Y el segundo razonamiento, porqué, de tanto vivir la normalidad de un régimen que proporcionó a España paz, progreso y bienestar (los 40 años del Régimen de Franco), como nunca antes se había logrado en España, se dejó de valorar el precio que había costado aquello; incluso se llegó a pensar, como si eso hubiera sido posible, que igualmente se hubiese logrado sin aquella Victoria. El ejemplo de ese imposible está perfectamente contrastado en los países comunistas.
La Victoria que recordamos, honramos y celebramos, la que nos consiguieron nuestros familiares y compatriotas, la Victoria del 1 de Abril de 1939, sigue provocando reacciones que no se comprenderían sino tuviera aquella gesta el significó y significante que sigue teniendo, y que siempre tendrá. Sólo así se puede explicar la crispación y el grado de agresividad que de un tiempo a esta parte se detecta en una buena parte de la sociedad española, no siempre heredera del “bando rojo”, pero de la misma calaña. Crispación que ha llegado al caso de reclamar indemnizaciones morales y económicas a quienes combatieron en el bando rojo, mal llamado “republicano”, o la petición de anular las condenas judiciales que con arreglo a Derecho se dictaron durante los primeros años de la posguerra, dirimiendo y castigando execrables delitos, muchos de ellos considerados hoy como delitos de “genocidio” o “lesa humanidad” como fueron las matanzas en las retaguardias de las zonas que dominó el bando rojo.
Así, estas dos últimas décadas, principalmente, han sido las de la masificación de publicaciones sobre la guerra desde la óptica de la izquierda, sosteniendo generalidades, mitos, distorsiones, camelos y simples mentiras, sin atender al estricto estudio e interpretación de las fuentes documentales, pese a estar a disposición de todos. Cuya caja de resonancia ha hecho que las pulsiones individuales y colectivas se hayan magnificado, acentuando aún más la crispación social y proyectando un clima que se retroalimenta de un odio que desde hace tiempo parece empeñado en el enfrentamiento.
Ahora bien, todo esto que está provocando la izquierda se sustenta en la desmemoria sobre los diferentes acontecimientos que trata de ocultar:
la gestación antidemocrática de la II República, los acontecimientos de Asturias, la “bolchevización” del PSOE, los desmanes del Frente Popular, el clima social irrespirable de la primavera de 1936 y el asesinato de Calvo Sotelo. Desmemoria que se impuso a una gran mayoría de españoles durante la llamada Transición a fin de descontextualizar el 18 de julio de 1936 del intento desesperado de salvar a España de la “Bestia Roja”.
Y qué se hizo para conseguir este propósito. Pues, “rememoria”, que llegó al extremo de olvidar la autoría criminal que pesaba sobre el genocida Santiago Carrillo como responsable de las matanzas cometidas en Madrid entre julio y diciembre de 1936. Claro que para propiciar este olvido se tuvo que apelar al argumento de que nuestros padres, y muchos de nosotros, padecimos una feroz y sanguinaria dictadura.
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