Por regla natural, tras estos dos años de abstinencia que hemos vivido en los toros en todas las áreas de la sociedad en todo tipo de espectáculos, respecto a los toros, la gente debería de acudir en masa a los recintos taurinos, sería lo lógico tras este período horrible que hemos soportado. No es menos cierto que, vistos todos los carteles que circulan por Internet promulgando los espectáculos programados, ello debería ser el detonante de todo lo que digo, que los aficionados o la gente común y corriente asistieran en masa a los toros, sería lo deseable.
Claro que, si las figuras del toreo no han logrado acabar el papel en Valencia y Castellón, que no esgriman para nada que lo consiguieron en Arnedo o Valdemorillo, plazas en las que por poca afición que haya, lograr que cuatro mil despistados pasen por taquilla tampoco se trata de ninguna hazaña. Lo que pretendemos todos es que la fiesta vuelva a su auge natural, el de antaño, aquella época en que muchos aficionados empeñaban el colchón para comprar una entrada. Hombre, sé que es mucho pedir porque ahora no empeñan ni la escoba de la parienta. Es verdad que, cristianamente dicho, tampoco hay muchos motivos para la algarabía o empeñar un bien querido por aquello de traducirlo en un boleto para ir a los toros.
Lo que digo es mi sentir, los empresarios piensan todo lo contrario que yo, a las pruebas me remito pero, ¿qué esperan en realidad de todos esos festejos montados? Lo ideal, lógico y cabal sería que los aficionados o lugareños acudieran todos al festejo programado en cada pueblo, eso diría mucho de la salud de la fiesta pero, mucho me temo que, a la misma, con esos montajes le están administrando una aspirina como remedio adecuado al enfermo cuando, en realidad, el “paciente” necesita un gran dosis de morfina, en este caso, de miles de aficionados que pasen por taquilla.
No me sirve que se monten corridas con ochocientas personas en los tendidos porque eso denigra a los toreros, al propio empresario y es un escarnio para la fiesta en su conjunto. Lo que digo ha pasado ya repetidas veces en los que llevamos de año con esos montajes absurdos en los que, la mayoría de los toreros, no es que no cobren, lo peor es que tienen que poner dinero de sus bolsillos o de sus mentores, tanto monta, monta tanto, para que dichas parodias puedan ver la luz. ¿Eso beneficia a alguien? A nadie en absoluto. Los ganaderos tienen que vender sus toros a precio de carne, los toreros, los más afortunados pueden cubrir los gastos, la gran mayoría tienen que buscarse apoyos exteriores que pongan el dinero como mecenas al uso, mientras que los empresarios, yendo de listos, se quedan con tres palmos de narices porque la gente no ha respondido en taquilla.
El hambre de toros a la que me refería se tiene que ver refrendada en la taquilla puesto que, dicho en cristiano, si mañana Emilio de Justo no pone el no hay billetes en Madrid como lo lograra en su día e idéntica fecha Iván Fandiño, pese a todo, estaríamos hablando de un gran fracaso; no creo que eso ocurra pero, debemos de contemplar todas las opciones. Y si lo dicho sucede en Las Ventas un domingo de Ramos y con el torero más representativo del momento, imaginemos todo lo que puede pasar por esos pueblos de Dios.
--Valga el bello dibujo de Diego Ramos como ilustración al ensayo que publicamos.
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