Y el tirano lo sabe. Ni algaradas ni motines ni, mucho menos, hemorragias, sólo lágrimas que sus bufones y juglares periodísticos ridiculizarán hasta el paroxismo en sus telediarios y en sus tertulias. El tirano lo sabe, lo pulsó y lo experimentó con la profanación del cadáver del César. El tirano lo sabe porque es tan elocuente en el odio como en la mentira que nos hacen resignarnos en los pesebres de su Poder: la ignorancia y el olvido, que degradan la verdad con la obscena manipulación de conceptos universales como la Libertad y la Democracia, que él carga de cadenas para borrar el valor y la memoria del pueblo con miedo y leyes y códigos totalitarios que reduzcan la evocación del pasado a un timorato susurro bisbiseado de la garganta al cuello de la camisa, sin más recorrido, sin más altavoz, sin más atril y sin más campanario. Para construir su distopía, el tirano necesita destruir no sólo la exaltación sino la mera evocación objetiva, histórica, intelectual, académica y periodística de los símbolos, las obras, las realidades y la certezas de la utopía que se empezó a edificar el 18 de julio de 1936 y que el 20 de noviembre de 1975 latía en las arterias del modus vivendi de los españoles. De todos los españoles.
El tirano lo sabe, por eso destruye la realidad y la verdad que guardan la Memoria y la Historia con el odio y el rencor con los que adereza sus supersticiones democráticas, y cuenta para ello con la apatía popular que se regocija envolviéndose en el manto de la legalidad constitucional.
Ya no hay veteranos hechos de cicatrices y de acero. El tirano lo sabe. Yo también. Por eso no pido ayuda ni camaradería, sólo respeto ante lo que a unos cuantos, pocos, muy pocos, nos aguarda.
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