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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 11 de noviembre de 2013

Los toros y la cultura Por Francisco Javier Recio / Por Francisco Javier Recio



"...El problema está en la deserción de los taurinos, en el adelgazamiento progresivo del espectáculo, en las plazas semivacías. Y si la solución que han encontrado es ponerse en manos del Gobierno y de la Unesco, van dados..."

Los toros y la cultura

Por Francisco Javier Recio
EN LOS PERIÓDICOS, cuando falta espacio para contar todo lo que queremos contar, que es casi siempre, tenemos la costumbre de reunir bajo un mismo epígrafe las noticias culturales y taurinas. El cintillo Cultura/Toros que encabeza algunas páginas inflama a muchos culturetas, que lo consideran un oxímoron, y molesta a no pocos taurinos, a los que les causa sarpullido leer la última hazaña de Morante o la enésima cogida del machote de Padilla compartiendo espacio con, pongamos por caso, una crítica de 'El lago de los cisnes'. 

Intelectuales y taurinos se buscan de manera desigual. Los toros apenas han alcanzado el nivel de subgénero en la literatura o en la pintura, por no hablar en el cine, pero los taurinos, sabedores del grave momento que atraviesa la fiesta, tratan desde hace tiempo de insertarse en el ámbito de la Cultura oficial -el Ministerio, vamos- para ganar así el respeto, si no de los furibundos detractores, sí al menos de los indiferentes.

La consideración de los toros como un arte, cosa que no niego y que parece ratificar su reciente declaración como Patrimonio Histórico Cultural, es la excusa que falta a algunos responsables políticos para dedicar a la fiesta endémica un tiempo y un dinero que en este momento son más necesarios en otros sitios. El Ayuntamiento de Sevilla, por ejemplo, acaba de crear un premio taurino que, en su primera edición, ha otorgado a Pepe Luis Vázquez, legendario torero fallecido el pasado mayo, y que, por su valía y por los muchos años que llevaba retirado, había sido objeto ya de innumerables homenajes públicos e íntimos y gozaba del reconocimiento unánime de la profesión. O sea, que tampoco es que el Ayuntamiento haya corrido muchos riesgos.

No estoy seguro de que esta nueva obsesión por oficializar la Tauromaquia con premios municipales o declaraciones con rango de ley vaya a servir de mucho a un fenómeno que, nos guste o no, es cada vez más minoritario. El problema de los toros, desde mi posición puramente contemplativa, no está en la prohibición del Gobierno catalán ni en el puñado de ecologistas radicales que cada Domingo de Resurrección se manifiesta ante la Maestranza. En España, antitaurinos los ha habido siempre y no va a dejar de haberlos por que el alcalde Zoido le entregue una estatuilla a un torero. El problema está en la deserción de los taurinos, en el adelgazamiento progresivo del espectáculo, en las plazas semivacías. Y si la solución que han encontrado es ponerse en manos del Gobierno y de la Unesco, van dados. 
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