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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 9 de julio de 2014

Bernabéu & Di Stéfano / Por Hughes



"... ¿Cómo voy a darle yo ahora dos millones a Alfredo para que haga alineaciones y a los dos días se le insulte porque se ha equivocado? Dicen que habla mal de mí algunas veces. Le autorizo. Me ha dado tantas alegrías, tantas satisfacciones que puede hacerlo. Esto es muy serio, señores. ¿Qué dirían de Napoleón si hubiera terminado repartiendo rancho a sus soldados? Él murió como un genio, en Santa Elena. Por eso ahora los franceses lo adoran. A Di Stéfano, que le recuerden así. A mí como si se quieren ciscar en mí. Pero a él que no le toquen..."

Don Santiago Bernabéu


Hughes

Volvamos a cómo era Di Stéfano. González Ruano lo describió así: «Pertenece Di Stéfano a la gran raza de los rubiascos. No es rubio, sino exactamente eso: rubiasco. Tiene una expresión un tanto atónita, como si acabara de despertar, como la del hombre que va a un Banco y lo encuentra cerrado, como la del muchacho a quien ha dado plantón una chica».

Y en el campo, qué diremos. Di Stéfano cambió al Madrid y para hacerlo tuvo que cambiar el fútbol. Por dentro, sacándolo de su rigidez táctica, ampliando lo que podía esperarse de un futbolista en el campo. Por fuera, haciéndolo masivo y global. La modernidad del espectáculo. El jugador orquesta, que diría Helenio Herrera; el hombre anuncio que podía vender medias.

El Madrid es el encuentro de un visionario y de un genio. Algunos equipos con suerte tuvieron genios. El Madrid tuvo las dos cosas. De ese alineamiento de planetas parece que aún vivimos. Como en La creación de Adán de Miguel Ángel. Dos dedos que se tocan y el chisporroteo toma forma de Copa de Europa. Desde entonces, nada de lo que ocurra será suficientemente bueno para el madridista.

Sin ellos, España casi no tendría pop. Un franquismo con mucho Athletic, mucho Barcelona y mucho Atlético de Madrid. Es decir, mucho más triste. Un rollo de fútbol foral en los estadios. Para que existiera lo yeyé, ellos s tuvieron que inventarse los 50.

La historia de ese Madrid es la curva a de su relación. El fichaje y el adiós, y entre ambas cosas, el paternalismo de Bernabéu, que podemos entender con una anécdota. No pudo Di Stéfano comprarse un coche hasta haber ganado la Copa de Europa, pasados ya los dos os años de su fichaje. No le dejaba Don Santiago. «Decía que el aficionado del Madrid era gente trabajadora, humillde, y que no podíamos ponerles los dientes largos».

Su fichaje surge justo en las Bodas de Oro del Madrid. Dobla el club en dos mitades. Invitaron al Millonarios y la exhibición en Chamartín fue tal (tres goles) que esa misma noche Berrnabéu empezó a doblar servilletas. La historia del fichaje merece capítulo aparte. Pertenecía a Millonarios y a River, lío contractual, y lo querían Barcecelona y Madrid. El Barça se entendió mejor con River, Bernabéu con el presi colombiano. El jugador quedó bloqueado por la FIFA y las autoridades españolas elevaron consulta al organismo, que decidió salomónicamente. El Barcelona renunció y lo de después es conocido. Su adquisición marcó la historia y también la antihistoria del Madrid. El barcelonismo nunca acabó de superar la frustración y cultivó un rencor largo -aún hay reciente y delirante historiografía que convierte a Franco en ojeador del Madrid. Sobre ello se edificó la Leyenda Negra.

El adiós llegó tras la final perdida contra el Inter. Bernabéu tomó entonces la decisión de retirar del Madrid al argentino. «Esta final ha sido el triunfo de la juventud y de las facultades físicas. Necesitamos un relevo». Muñoz no convocó a Di Stéfano para el siguiente partido. La estrella pidió explicaciones. Quería jugar, no se resignaba al papel de secretario técnico que el club le ofrecía, así que se fue al Español. Luego hubo un partido homenaje ante el Celtic, pero la relación ya estaba rota. Di Stéfano, dolido, criticó a Bernabéu, que cambió el nombre a su barca. De La Saeta Rubia a Marizápalos, el apodo de niña de su mujer.

En ese cambio de nombre de la barca (símbolo de la libertad y de la humildad del presidente) aprendió el club (luego lo desaprendió) que el jugador es fugaz, que queda la causa. El palmarés y la camiseta.

Pero estas palabras que se recogen en un libro titulado así, «La Causa», de Martín Semprún, y que recuerdo gracias a Ruiz Quintano, demuestran el imperecedero cariño y la admiración que Bernabéu mantendría siempre por Don Alfredo:

-¿Cómo voy a darle yo ahora dos millones a Alfredo para que haga alineaciones y a los dos días se le insulte porque se ha equivocado? Dicen que habla mal de mí algunas veces. Le autorizo. Me ha dado tantas alegrías, tantas satisfacciones que puede hacerlo. Esto es muy serio, señores. ¿Qué dirían de Napoleón si hubiera terminado repartiendo rancho a sus soldados? Él murió como un genio, en Santa Elena. Por eso ahora los franceses lo adoran. A Di Stéfano, que le recuerden así. A mí como si se quieren ciscar en mí. Pero a él que no le toquen.

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