Por gigantesca y absolutamente descompasada con cabezas que solamente habíamos visto en pinturas medievales, la también sobrepesada corrida de El Parralejo – con aspecto los seis toros de soportar bastantes más kilos de los que aparecieron en la tablilla – fue por sí misma un fraude anunciado. Un fraude que pienso resultó barato porque ¿en qué otra plaza se hubieran atrevido a comprar semejantes monstruos? En ninguna salvo en la actual plaza de Vista Alegre bilbaina que se ha convertido en un un mar de despropósitos desde que en la Junta Administrativa los señores de siempre casi desaparecieron y quienes mandan son los peneuvistas del Ayuntamiento y, en su representación, un indivíduo apodado “Averías”. Nunca fue mejor empleado su apodo.
La feria iba de cabeza, apenas salvada por la faena de Ponce y otra de menor valía de El Juli, ambas no premiadas por culpa de los aceros, hasta llegar ayer a tocar fondo en un desde cualquier punto de vista inimaginable desfile de energúmenos cual catedrales de mazapán por su indisimulable blandura. Invalidez lógica e indisimulable ni apenas corregible porque ante tamañas proporciones, a la mayoría se les castigó con dureza en el caballo. Y, claro, entre su condición originaria y lo que les dieron en la suerte de varas, la mayoría llegaron sin resuello a banderillas y, no digamos, a las faenas de muleta, en su mayor parte cuasi inexistentes cuando no absolutamente nulas. Y el público, como casi todas las tardes, paciente en inexplicable respeto mientras duró el suplicio. Con estas corridas, la Fiesta no lo es y tiende a su desaparición.
El primer toro fue como la catedral de Toledo. El segundo, la de León. El tercero, la de Burgos. El cuarto, la Basílica de San Pedro en Roma. El quinto, la catedral se Sevilla. Y el sexto, Notre Dame de París.
Fuera de bromas, lo también incomprensible fue como Miguel Ángel Perera, al fin y al cabo figura indiscutible, aceptó matar esta corrida.
A los otros dos, Antonio Ferrera y Ginés Marín, sin fuerza para imponer nada o para rechazar nada, no les cupo otro remedio que rezar pidiendo un milagro. Ambos hicieron lo posible y hasta se atrevieron con los imposible.
Antonio Ferrera, primer espada del festejo, nos obsequió con su dirección de lidia durante toda la tarde y con las martingalas preciosistas que prodiga desde que se ha convertido en “artista”. En esta ocasión le vino bien no tener que banderillear porque no pocos de los peones intervinientes las pasaron moradas. Uno de ellos, nada menos que Javier Ambél, hasta pegó un sainete en su turno de tener que parear al quinto toro.
Lo único lucido de la tarde corrió a cargo de Gines Marín en sendos saludos con el capote a la verónica en los toros tercero y sexto. Y nada más salvo que mató de buena estocada a su primer enemigo y pronto al último.
Cual seis catedrales de agrio mazapán: mastodontes de El Parralejo de imposible lucimiento.
Bilbao. Plaza de Vistalegre. Jueves, 23 de agosto de 2018. quinta de feria en tarde agradable con escasa media entrada.
Seis toros de El Parralejo de energuménica y descompasada estampa, cornalones y sobrepesados. Desigualmente complicados.
Antonio Ferrera (marino y oro.):Estocada caída y descabello, palmas. Pinchazo y estocada, ovación con saludos.
Miguel Ángel Perera (avellana y oro): Estocada baja y siete descabellos, aviso y silencio. Dos pinchazos y estocada, bronca.
Gines Marín (cobalto y oro): Buena estocada y descabello, silencio. Estocada, palmas de despedida.
En la brega destacaron Javier Valdeoro, José Manuel Montoliú y Curro Javier. Sánchez Araujo y Valdeoro, en banderillas.
Con lo dicho, sería bastante para el relato de tamaño despropósito. Aunque injusto sería obviar el constante bullir con no poco lucimiento, sobre todo en sus muchas intervenciones con el capote de Antonio Ferrera, el hombre con muchas ganas de superar los imponderables y hasta de sobreponerse al infortunio que supuso tener que enfrentarse, incluso ilusionado, a sus dos enormes e infames enemigos.
Miguel Ángel Perera fue el peor librado en el sorteo que ya es decir dado el juego de los seis lidiados. Con el segundo, quizá el más manejable de todos, al menos pudo estirarse y hasta templarse con la muleta sobre el lado derecho. Para nada por el izquierdo. Pero, al absolutamente imposible quinto, no le pudo dar un solo muletazo. La gente estuvo muy injusta con el de la Puebla del Prior, prueba de que la mayoría de los asistentes, no tienen ni la menor ideas de lo que es o deber ser un toro de lidia. La bronca que le dedicaron ante su desde luego lógica brevedad, fue injustísima.
Ya hemos dicho que lo mejor de la tarde fueron los recibos con el capote de Ginés Marín. El hombre anda actualmente en la tesitura de volver a ilusionar a los públicos tras unos meses sin apenas conseguir triunfos menores, salvo el que le supuso indultar un toro en la plaza francesa de Dax. Ayer, como sus compañeros de terna, careció de la más mínima ocasión de rehabilitarse, salvo con la estocada que dio muerte al tercer toro. Ojalá que no tenga que volver a enfrentarse a una corrida como la que ayer sufrimos todos, toreros y espectadores.
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