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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 1 de septiembre de 2018

Carta al Papa Francisco / Por Pio Moa



Por la significación histórica de Franco, calumniado de los modos más burdos y odiosos;  por el hecho de tratarse de un edificio religioso de primera categoría debido a su magnitud, originalidad  y austera belleza; por el ataque que supone a la libertad de los cristianos, es decir, de todos, porque las libertades son indivisibles… Por todo ello consideramos muchos, creyentes y no creyentes, que tiene Vd, como máximo representante de la Iglesia Católica, referente moral de cientos de millones de personas, el deber ineludible de usar su gran autoridad moral y espiritual para oponerse a la tremenda fechoría  que proyectan unos continuadores de aquel Frente Popular 

Carta al Papa Francisco

Sin ser creyente, siento gran respeto por la cultura católica, raíz fundamental de la cultura española. Solo tengo que viajar un poco por el país para percatarme de la acumulación inmensa de arte, belleza y cultura en general que ha producido; y  repasar la historia para constatar el altísimo número de escritores, artistas y pensadores generados por la Iglesia española a lo largo de siglos.

Pero durante la pasada guerra civil, la Iglesia sufrió la persecución quizá más sangrienta y sádica de su historia, abundantemente documentada. Unos 7.000 clérigos fueron asesinados cruelmente así como numerosos cristianos por el hecho de serlo, miles de templos, monasterios, ermitas, bibliotecas y centros de enseñanza fueron incendiados y expoliados. Aquellas acciones constituyen técnicamente un genocidio, el único perpetrado en aquella contienda, y se realizó en nombre de una democracia o libertad negadas por los propios partidos que lo cometieron: se trataba de totalitarios socialistas y stalinianos, más ácratas, auxiliados por golpistas y grupos racistas-separatistas. Los cuales, por cierto, también  se persiguieron y masacraron abundantemente entre ellos mismos. Y  si el exterminio de la Iglesia no fue total, se debió primordialmente al general Francisco Franco, que derrotó a los exterminadores, restableció el culto y favoreció extraordinariamente a la Iglesia tras haberla salvado, literalmente, de la aniquilación en España.

Cabría pensar que aquellos partidos, una vez vencidos, habrían recapacitado, se habrían vuelto demócratas y abandonado las exaltaciones que les llevaron a tales crímenes. De haber aprovechado la lección de la historia, habría sido posible una reconciliación por otra parte necesaria para evitar el resurgir de los odios. Pero vemos que no es así.  Hoy proliferan, en la calle y en la prensa, burlas, insultos y  agresiones como las que preludiaron la Gran Persecución. Y el Partido Socialista –en el poder sin pasar por elecciones y apoyado por los partidos autoconsiderados herederos de los mismos genocidas– planea una cumplida venganza empezando por ultrajar la tumba de Franco, destruir el Valle de los Caídos o su significación, acosar a la Iglesia y suprimir las libertades de opinión, expresión, investigación y cátedra para cuantos discrepen de la versión de la historia fabricada por los suyos, al modo de países como Corea del Norte o Cuba.

Por la significación histórica de Franco, calumniado de los modos más burdos y odiosos;  por el hecho de tratarse de un edificio religioso de primera categoría debido a su magnitud, originalidad  y austera belleza; por el ataque que supone a la libertad de los cristianos, es decir, de todos, porque las libertades son indivisibles… Por todo ello consideramos muchos, creyentes y no creyentes, que tiene Vd, como máximo representante de la Iglesia Católica, referente moral de cientos de millones de personas, el deber ineludible de usar su gran autoridad moral y espiritual para oponerse a la tremenda fechoría  que proyectan unos continuadores de aquel Frente Popular que jamás han expresado pesar alguno por su terrible persecución. Comprendo que la Iglesia afronta otros problemas muy serios, pero no salir al paso de este sería generalmente interpretado como omisión de auxilio e incluso colaboración pasiva con el crimen; y ni yo ni millones de otros españoles creemos que tal cosa pueda ocurrir.

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