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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 2 de septiembre de 2018

La antitaurina izquierda española. Una obsesión en dos ejemplos / por Paco Delgado



La nueva izquierda española sigue obsesionada con la cosa taurina y está haciendo de su abolición una auténtica cruzada.

Monumento en Valencia a Manuel Calvo “Montolíu”

 Una obsesión en dos ejemplos


Lejos quedan ya aquellos tiempos en los que un alcalde, socialista, de Madrid, Tierno Galván, no sólo se declaraba aficionado a los toros, sino que hasta escribió un libro sobre el particular y dejó dicho, y escrito, que los toros son el acontecimiento que más ha educado social, e incluso políticamente, al pueblo español. O que una la Diputación de Valencia, entonces gobernada por el gente del PSOE, decidiese gestionar directamente la plaza de toros para evitar que la ciudad del Turia se quedase sin feria de julio. O que Jean Cau, de quien no se puede dudar de su pensamiento de izquierdas, escribiese que la fiesta de los toros no es de derechas ni de izquierdas ni se puede considerar a nadie de derechas por que vaya a los toros o de izquierdas por que los condene. O, yendo más atrás en el tiempo, José Campo, alcalde que lo fue de Valencia a mediados del siglo XIX, acuñase lo de fiesta nacional referida a los toros al considerar que era este espectáculo de todos los españoles y la gran conquista social del pueblo español.

Pues nada de eso, y hay muchos, pero que muchos más -y brillantes- ejemplos, parece ser tenido en cuenta – a lo mejor es que hasta lo desconocen- por los nuevos responsables de los partidos de izquierda y radicales, que siguen empeñados en la desaparición de una de las más claras y contundentes manifestaciones de nuestra cultura y hacen distingos y discriminación en función de si se tiene o no vinculación con los toros, sin preocuparles caer hasta en el ridículo. Dos botones de muestra:

Rafael Llorente fue un torero de Barajas. Siempre se anunció como Rafael Llorente de Barajas. Fue un torero digno que alternó con las figuras de su época. Su padre, Gumersindo Llorente, cedió parte de sus tierras para facilitar las obras del aeropuerto. Con tan solo treinta años se retiró y volvió a su pueblo natal. Presidió la Cámara Agraria, favoreciendo a las familias que se dedicaban a la agricultura y la ganadería y haciendo posible que todas contaran con tierras fértiles. Perteneció a la directiva de la Hermandad de la Soledad de Barajas y fue vicepresidente de la Asociación del Montepío de Toledo. Este es el personaje tan terrible al que el equipo de gobierno de Ahora Madrid niega un parque en Barajas con su nombre, porque dicen que alguien que ha cortado orejas y rabos no merece ser recordado.

El PSOE, por su parte, ha dicho que el nombre de un torero para un parque es excesivo. Una vez más el equipo de Carmena, con el beneplácito de los socialistas, ningunea la tauromaquia, maltratando a sus personajes. Para ellos los toros en San Isidro no existen, ni una sola línea en el programa de fiestas. Hay que ser muy sectario para inhabilitar el recuerdo de una persona que presumió siempre de ser de Barajas, añadiéndolo en los carteles a su nombre solo por el hecho de ser torero.

 Ahora resulta que para algunos políticos si eres torero no existes, ni vivo, llenando la plaza de Las Ventas durante 34 días seguidos, ni muerto, aunque hayas sido un ciudadano ejemplar.

Manuel Calvo “Montolíu” fue hijo de picador, novillero, banderillero, matador y otra vez banderillero. Padre de otros dos toreros y uno de los impulsores de la Escuela de Tauromaquia de Valencia. Hace más de veintiséis años un toro lo mató en la Maestranza de Sevilla y poco después, en u alarde de sensibilidad y respeto, Rita Barberá, entonces alcaldesa de la ciudad, descubrió el monumento que le representa a las puertas del coso de Monleón y que honra no sólo su memoria sino a todo el toreo.

Una escultura que molesta horrores al nuevo Ayuntamiento, de izquierda y radical, que permitió que las pintadas con que incívicos antitaurinos la ensuciaron permaneciesen muchos meses la vista de todo el mundo, sin limpiarla y sin dejar que nadie lo hiciese, amenazando, incluso, con retirar la estatua si alguien no autorizado borraba el agravio, demostrando talante conciliador, educación y buen gusto.

La obsesión nubla las mentes.

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