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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 25 de mayo de 2019

La campana salvó a Juan Pedro / por Pla Ventura



Que no se ilusione Juan Pedro, que no eche las campanas al vuelo que su corrida fue lamentable, asquerosa y sin alma, hasta el punto de que ni peligro tenían aquellos animalitos para emocionar a nadie, pero salió el sexto y le alivió de todos los males como un sedante al moribundo para que no sufra en el trance de la muerte. 

La campana salvó a Juan Pedro

No fue la tarde deseada para Juan Pedro en Madrid porque sus toros, pura birria en todos los sentidos, apenas permitieron nada válido en el transcurso de la tarde. Fueron gazapones, blandos, algunos inválidos; sin peligro aparente ninguno, pero totalmente insulsos para la lidia. Como sería la cuestión que, el segundo de El Juli, cuando ya lo estaba toreando con la muleta el presidente decidió cambiarlo porque, de haberlo dejado en el ruedo se hubiera formado la mundial. Un inválido en toda regla.

El Juli que acudía a Madrid para salvar la feria no hizo nada; entre el viento que le molestaba y la endeblez de sus enemigos la cosa no pasó de la voluntad de este hombre que, de por sí, verle ya produce la misma tristeza que él muestra. Claro que, apuntarse a la de Juan Pedro no tiene mérito alguno a sabiendas de que, lo normal es lo que sucedió ayer. En el sobrero de Algarra tampoco dijo nada porque, toro y torero, estaban mudos. Era otro toro insulso que no servía para nada salvo que, El Juli, nos aburriera por completo con sus trapazos.

Jamás había visto yo tanta pasión de un público hacia un torero como en el caso de ayer hacia Paco Ureña. Si en vez de enfrentarse Paco a los burros de Juan Pedro, se le ocurre hacerlo con la de Victorino, le hubieran dado cuatro orejas y todavía estaría en hombros por la calle de Alcalá.  Todo el mundo deseaba el triunfo del muchacho, algo lógico porque Madrid ha visto faenas importantes de este hombre; faenas, eso sí, ante toros encastados y con peligro, nada que ver con lo de ayer.

La falta de fuerzas y casta de los toros le impidieron mayores logros puesto que, en honor a la verdad, los pocos pases que tenían los toros se los arrancó a base de coraje y decisión. En sus dos toros sacó pases bellísimos y mantazos por doquier por aquello de que los animales le cabeceaban mucho las telas. Ni una faena ni la otra eran de orejas pero, repito, la gente quería sacar a hombros a este hombre que, por momentos, más que un torero parecía el cura del pueblo preparándose para dar la comunión por aquello de su puesta en escena cuando se aleja del toro. Nadie dirá que Ureña es mal torero; pero si debe saber este hombre que, sus faenas en Madrid, todas, las ha conseguido con un toro encastado y bravo. Ayer le se trató con un cariño desmedido pero, debe de recordar que se le juzgará en las próximas corridas con otro rasero. Ayer era el hijo pródigo que volvía a casa. Al final le dieron una oreja como un regalo de bienvenida que, sin duda, no le aportará más contratos que los que tiene. Por momentos, más que en Madrid, parecía que estábamos en Villabotijos de Arriba.

La alegría de la tarde nos la llevamos con David de Mirada que confirmaba la alternativa, pero aquello pasó al final de la tarde porque en el de la confirmación, la tragedia no pudo ser mayor. Todo parecía que el chaval se marcharía a Huelva con una mano delante y otra detrás. Pero salió el sexto, el de la campana que salvó a Juan Pedro. Un toro noble y de buena condición que el chico supo entender a la perfección. Faena vibrante, emotiva, pura si cabe. Era algo que nos ilusionó a todos porque de una santa vez, la suerte se alió junto al que debía; el débil, el humilde que sin más contratos que el de Madrid, acudía ilusionado a la cita. Recordemos que David de Miranda sufrió una terrible lesión en un pueblo que, por poco le cuesta la vida y que tras más de un año de rehabilitación, el onubense pudo volver a vivir que, en su caso no es otra cosa que torear.

Mucho mérito el de este chaval que con las dos orejas en su mano salía por la puerta grande de Madrid, la que antaño llevaba a los toreros hacia la gloria. Ahora mismo, De Miranda, de haber justicia, debería de tener firmadas treinta corridas de toros. Luego, en el devenir de las mismas ya demostrará él su valía pero, todo eso está por venir. Los tiempos han cambiado mucho porque ahora, no son las orejas, será el sistema establecido el que determinará el futuro de este hombre ilusionado que, con su sola arma de tu torería seguirá tocando puertas cuando, las mismas, todas deberían de estar abiertas de par en par en su honor.

Que no se ilusione Juan Pedro, que no eche las campanas al vuelo que su corrida fue lamentable, asquerosa y sin alma, hasta el punto de que ni peligro tenían aquellos animalitos para emocionar a nadie, pero salió el sexto y le alivió de todos los males como un sedante al moribundo para que no sufra en el trance de la muerte. Si este hombre fuera inteligente no iría a Madrid y, menos mal que lo hizo ayer, en una tarde festivalera, de haber ido en una tarde normal, las broncas se hubieran escuchado al final de la calle Alcalá, yendo hacia Sol, claro.

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