Sin duda que, a lo largo de la feria veremos a su majestad el toro que, si se me apura, los navarros tienen igual; es decir, sienten lo mismo cuando ven toros como los de ayer que cuando aparece el barrabás que se quiere comer a los toreros. ¿Qué quieren que les diga? Yo me quedo siempre con el toro auténtico porque, insisto, los de Núñez del Cuvillo sin llegar a ser los santones de la tarde si tuvieron aires de monaguillo de pueblo puesto que, no tenían ninguna mala idea.
Con semejantes animalitos vimos a ese Juli trapacero y anodino que, pese a su triunfo, en este momento nadie le recordará absolutamente nada de lo que hizo que, en honor a la verdad, trabajador lo estuvo, ese mérito no se lo quitará nadie. Recordemos que, este año nos hemos quitado el sombrero en varias ocasiones en honor a El Juli pero, con ese tipo de toros amorfos y en Pamplona, el de Velilla de San Antonio echó mano del trabajo porque todo lo demás no tenía sentido; toros sin casta, sin emoción y sin el menor atisbo de peligro aburren hasta el santo patrón de la ciudad.
Curiosamente, el toreo de Roca Rey, el que esgrime todas las tardes y en todos los ruedos, en Pamplona es el caldo de cultivo para que los aficionados hasta se olviden de la merienda cuando torea este torero vulgar como pocos, pero más listo que el hambre porque sabe arriesgar cuando no existe el más mínimo peligro. Ayer resultó ser una prueba contundente de todo lo explicado porque sus animales, tontos del capirote, le permitieron hacer sus diabluras sin el menor atisbo de riesgo en lo más mínimo. Eso sí, nada dejó por hacer y como quiera que con la espada es un cañón, orejas por doquier que en realidad era lo que ansiaban los navarros.
Resultó ser uno de esos festejos en los que cualquier aficionado frente al televisor es capaz de echar una cabezadita porque, aquello, en realidad, invitaba más a la siesta que a la admiración que se pueda sentir al ver a un hombre frente a un toro. Hasta Morante estaba contento porque comprobó que no es tan fiero el león como lo pintan, sus enemigos así se lo demostraron y, el de La Puebla, luciendo uniforme al uso, se lo pasó en grande.
Triunfó rotundamente Pablo Hermoso de Mendoza frente a un gran toro de El Capea puesto que, tras matar de un rejonazo sensacional, Hermoso se llevó las dos orejas, otro triunfo más del rejoneador navarro que, algún día, antes de marcharse de los ruedos debería de medirse en dicha plaza junto a Diego Ventura pero, barrunto que no lo verán nuestros ojos.
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