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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 10 de enero de 2023

Marcelo Gullo: «Hay una guerra cultural entre los que aman a España y los que la odian»

Blandiendo la histórica Cruz de Borgoña, manifestantes peruanos defienden en Lima las raíces de su identidad hispanoamericana

"...En este país hay un sector político-intelectual de izquierdas que odia a España. Odia todo lo que España representó en la Historia. Sector cuya figura más representativa es nada menos que el señor Pedro Sánchez. Para él, España es un error, y el descubrimiento, por tanto, otro error. Pero él es simplemente la expresión política de un grupo de militantes disfrazados de intelectuales que tienen un Sumo sacerdote en la Universidad Complutense de Madrid..."

Marcelo Gullo: «Hay una guerra cultural entre los que aman a España y los que la odian»

"Las guerras culturales no se ganan en un día. Para la vida de los pueblos las décadas son como un día en la vida del hombre."

Yesurún Moren
El Manifiesto/08 de enero de 2023
Tras haber batido récords de ventas en España (más de 25.000 ejemplares vendidos) con su libro Madre patria (2021), el historiador argentino Marcelo Gullo vuelve un año después más combativo si cabe. Con el ánimo de levantar ampollas y no dejar indiferente a nadie, Gullo escoge un título que nos recuerda que «cuando el papa Francisco era el padre Jorge, consideraba que no había nada por lo que pedir perdón».

La primera pregunta parece obligada: ¿qué aporta Nada por lo que pedir perdón (2022) respecto a su bestseller Madre patria (2021)? ¿Qué hay de nuevo?

Aporta, principalmente, la otra cara de la moneda. En Madre patria expliqué cómo España llegó a América y cuáles fueron las obras de España allí, afirmando que la Monarquía Hispánica fue un imperio, pero no hizo imperialismo. No existió un colonialismo español en América porque a ojos de los españoles nunca fue considerada como un botín ni como una colonia. Esto es importante remarcarlo: mientras España se erigió como un imperio, Inglaterra devino imperialismo.

Lo curioso de la gran falsificación de la historia mundial es que España fue juzgada por su actuación en América por un ‘Tribunal internacional’ —metafóricamente hablando— integrado por Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania y Estados Unidos. Y este tribunal que condenó a España a perpetuidad fue un tribunal arbitrario que tenía las manos manchadas de sangre. Lo que en este libro aportamos como novedad son las pruebas fehacientes y concretas de que los miembros de ese ‘Tribunal de la Historia’ no tenían ninguna autoridad moral para poder juzgar a España.

En su nueva obra parece no temer incurrir en anacronismos cuando compara la liberación de los pueblos de Mesoamérica por parte de los españoles y las liberaciones inglesa, rusa y americana durante la II Guerra Mundial. ¿Por qué este ‘Tribunal de la Historia’ goza del apoyo social y mediático y en España sucede todo lo contrario? ¿Acaso la conquista no supuso el fin definitivo del sangriento dominio de los imperios Azteca e Inca?

Esto es central. Insisto, hay una gran falsificación de la Historia Universal. ¿Por qué se produce esta falsificación? Porque cuando Lutero culmina la Reforma y la nobleza alemana, la nobleza sueca, la nobleza danesa (y gran parte del poder político inglés) se pasan al bando protestante para apropiarse de los bienes de la Iglesia, enfrentándose al catolicismo, la única nación que, a cara descubierta, comprometiéndose entera, defiende la catolicidad, es España. Entonces, se estableció una guerra entre el mundo católico y las potencias protestantes. Esa guerra la ganan dichas potencias (luteranos alemanes, calvinistas y anglicanos ingleses, hugonotes franceses). Por ende, como el que gana la guerra escribe la historia, la Historia de la humanidad fue escrita por las potencias victoriosas que habían derrotado a España y, por extensión, a la catolicidad.

Ahora bien, es importante remarcar que este quiebre de Lutero en Europa implica la ruptura interna de la Cristiandad occidental. Y los pueblos que se hicieron protestantes se van separando, pierden su contenido cristiano en esencia (no en la forma) y se quedan nada más con lo occidental. Van a comenzar a defender el silogismo de que es bueno lo que es útil y es útil lo que me hace ganar dinero, porque la riqueza —como dice Calvino— es un signo de predestinación divina. Entonces, este calvinismo que arraiga en Inglaterra se torna necesario para convencer a su pueblo (que no había sido nunca anti-hispánico) de que España era el enemigo. Porque Inglaterra no sólo pretendía quedarse con los bienes de la Iglesia, sino con América. Ahí va a nacer un imperialismo calvinista británico que va a estar en guerra a muerte con la Monarquía católica española. La última batalla de esa guerra, en la cual Inglaterra saldría al fin victoriosa, es la ocupación (algo que no se estudia nunca en España). Y no fue una liberación, ni una ayuda, sino una auténtica ocupación de la Península ibérica por las tropas británicas con el pretexto de enfrentar al ejército napoleónico. En aquel momento España, fracturada, tenía dos enemigos simultáneamente ocupando la Península: las tropas napoleónicas y las tropas británicas. Y el ejército británico destruye toda la industria española, destruyendo así cualquier posibilidad de autonomía.

A partir de ese momento, se suceden la derrota de Napoleón, el aniquilamiento de la industria española y las independencias de las repúblicas hispanoamericanas, que se convierten en repúblicas impotentes. Inglaterra se convierte en la potencia hegemónica mundial y, con ello, Occidente pasa a ser sinónimo de imperialismo. ¿Por qué? Porque Inglaterra va a explotar a los pueblos del mundo a través de este imperialismo, fundamentalmente anticatólico. Cuando Inglaterra se convierte en la dueña del mundo, Occidente pasa a ser una página escrita por el imperialismo británico en el libro de la historia de la humanidad. Y en esa historia España es un monstruo, un monstruo que ha devorado América, ha hecho un genocidio. El monstruo es España y ellos, que eran el verdadero monstruo que había devorado el Nuevo Mundo, los genocidas de los pueblos indígenas en América del Norte, de los pueblos australianos, autores también del genocidio en Tasmania, pasan como caballeros del mundo. Porque, a fin de cuentas, Inglaterra escribe la historia.

En su obra subyace el antagonismo entre lo católico y lo protestante como dos modos de ver el mundo. ¿No es esa la verdadera disputa que se esconde tras la ‘leyenda negra antiespañola’?

Son dos cosmovisiones completamente distintas. Dos modos de ver el mundo antitéticos. El Imperio español representaba la forma política del catolicismo: una monarquía católica, esto es, universal. Consideraba a todos los hombres como iguales, con los mismos derechos. Consideraba que el Hombre es espíritu, además de materia. Y que, por lo tanto, tenía que haber una armonía entre el individuo y la comunidad. Una armonía entre lo material y lo espiritual. Y ello se tenía que plasmar en la economía. En esos términos se estaba pensando en la Escuela teológica española, que va a desarrollar las condiciones de posibilidad de una economía que no está basada en el utilitarismo, que contempla al hombre integralmente, como cuerpo y alma, como individuo y como miembro de la comunidad.

Una vez que España pierde la hegemonía mundial, tendremos que esperar años y años hasta que León XIII en la encíclica Rerum Novarum (1891) vuelva a retomar el pensamiento de la Escuela teológica española; entre otras cosas, dice: «señores, la propiedad no es un robo como creen los marxistas, el marxismo está equivocado, pero tampoco la propiedad es absoluta como sostiene el liberalismo. La propiedad está en función del Bien común, porque Dios ha entregado a todos los hombres del mundo la tierra, no a algunos. Por tanto, ante los ojos de Dios uno no es propietario, sino administrador de ese bien». Esto ya estaba presente en el pensamiento español de la Escuela de Salamanca. Y pongo el tema de la propiedad simplemente a modo de ejemplo de lo que España estaba pensando como una forma de entender el mundo y, por tanto, de entender la economía, distinta a lo que después va a instaurar el imperialismo calvinista británico.

Ha hablado del universalismo propio de la monarquía hispánica. Otros autores hablan de monarquía policéntrica. ¿Qué la distingue, por ejemplo, de los imperios británico y holandés?

Muy sencillo, lo hemos venido hablando. Hay imperialismos. No hay Imperio británico como no hay Imperio holandés, hay imperialismo británico y holandés. Lo explico en Madre patria. ¿En qué sentido? Inglaterra, cuando llega a un lugar, tiene la política del exterminio del aborigen, del indio. De ahí la matriz calvinista. No es una ocurrencia, está justificado. El fundamento teológico determina la política. Entonces, Inglaterra dice —con Calvino— que «el pecado original ha dado muerte al Hombre, y Cristo ha venido a salvar a unos pocos. ¿A quién? A nosotros que somos los verdaderos cristianos. Nosotros, los británicos, somos la nueva nación elegida por Dios». Esos aborígenes que están muertos espiritualmente por el pecado original deben morir también físicamente. Por eso, en su concepción, «el mejor indio es el indio muerto». Esto proviene de un razonamiento de raigambre teológica. Razonamiento según el cual el hombre muerto por el pecado original no es redimible, y el nuevo pueblo elegido somos nosotros. Por ende, hay que aniquilarlos.

Cuando Inglaterra llega a América se decanta por el exterminio de la población indígena. Cuando no puede técnicamente exterminarla porque la población es demasiado grande, ¿qué hace? Apartheid. Es decir, desarrollo separado. Jamás se van a mezclar.

En cambio, el Imperio español no considera el territorio al que llega como un botín a explotar o como una colonia. A partir de la premisa teológica contrapuesta de que «el Hombre no está muerto por el pecado original, sino herido», ese pueblo que está ahí enfrente puede ser redimido por la fe y, puesto que es susceptible de ser redimido, yo puedo mestizarme con ese pueblo. En resumen, la característica del imperio —que nunca se halla en el imperialismo— es el mestizaje. Y como los pueblos se mezclan (el que llegó con el que estaba), comienzan a formar un solo pueblo. Entonces ¿cómo va a haber imperialismo? Ya están mezclados. ¿A quién van a explotar? ¿A ellos mismos?

Efectivamente. Se abre así la querella ético-jurídica entre católicos (Monarquía Hispánica y Reino de Portugal) y protestantes (Imperio Británico) sobre si el Nuevo Mundo era res nullius o res ómnium, si era de «nadie» o de «todos». ¿Cree que en el mundo angloprotestante lo que se determina «libre» es, en consecuencia, susceptible de ser apropiado?

¡Claro! Pero, convengamos de nuevo que los ingleses mienten. Porque parten de la falsedad de que América es una tierra sin habitantes, cuando a todas luces ¡tenía habitantes! ¿Por qué? Repito, la teología determina la política. No son hombres, están muertos. ¿Qué son? Sus científicos los catalogaron como parte de la fauna -como si fuesen canguros- y si son miembros de la fauna se les puede matar. De ahí el genocidio del pueblo aborigen australiano o, por poner otro ejemplo, el caso de Tasmania, en que solo sobrevivió una mujer, ¡una sola mujer!

Por eso, cuando se enfrentan a un lugar donde la población no puede ser exterminada porque es multitudinaria, como la India o Sudáfrica, emerge el racismo absoluto. La imposibilidad de comunicarse entre esas comunidades inglesas, instaladas ahí para explotar el territorio, y el resto de la población autóctona. Bajo ningún concepto se pueden mezclar las razas. Por eso al imperialismo calvinista británico se le puede considerar profundamente racista, un antecedente claro del imperialismo nazi.

Resulta una anomalía que los mejores historiadores hispanistas sean extranjeros. ¿Por qué un argentino nos explica mejor nuestra propia historia? En el Prólogo, doña Carmen Iglesias cita una llamativa frase: «¡Bueno, lo creo porque lo ha escrito un inglés!».

España sufre un gran trauma. En realidad, sufre dos grandes traumas históricos. El primero es la Guerra de Sucesión (1701-1714) que termina con la instauración de una monarquía en Madrid que había odiado siempre lo que España representaba, tanto histórica como metafísicamente. Esa nueva monarquía, extraña al pueblo español, tardó años en nacionalizarse. Esto es importante. Finalmente se nacionaliza, pero es un proceso que dura años. En esos cuarenta primeros años, en los que gobierna el nieto de Luis XIV —nada menos que el enemigo de España—, esa nueva monarquía ¡toma como doctrina oficial la “leyenda negra”! Viene a decir que, efectivamente, la obra de los Austrias, de los monarcas españoles antes de su llegada, fue el genocidio, el robo, etc. Por lo tanto, a confesión de partes, relevo de pruebas. Y eso causó un trauma gigantesco. Fue un trauma psicológico-histórico, entre otras cosas, porque la nobleza española no se puso en pie y dijo: «no señor, esto no es así». La nobleza española estuvo de rodillas delante del primer Borbón. De rodillas. Este primer trauma hace que España no se defienda de su autolesión.

Luego viene el segundo trauma, que es la destrucción de España producto de la ocupación francesa y de la ocupación inglesa, que destruyó toda la economía española. España queda entonces completamente empobrecida y confundida. Vendrán años de guerra, desequilibrio e inestabilidad política, revueltas, alzamientos, estallidos. España, inmersa en esas convulsiones, no tiene tiempo de reflexionar sobre sí misma. Por eso el hispanismo renace en Hispanoamérica. Por eso justamente Hernández Arregui decía: «España debe ser reconquistada [culturalmente] desde Hispanoamérica por los hispanoamericanos», porque ve desde fuera y sin contaminaciones lo que les ha pasado a los españoles peninsulares.

Usted achaca el complejo de inferioridad a una izquierda mayoritaria que considera que España es un mito y, también, a una derecha thatcherista que admira a los ideólogos de dicho relato. ¿Qué diría a ambas partes?

En este país hay un sector político-intelectual de izquierdas que odia a España. Odia todo lo que España representó en la Historia. Sector cuya figura más representativa es nada menos que el señor Pedro Sánchez. Para él, España es un error, y el descubrimiento, por tanto, otro error. Pero él es simplemente la expresión política de un grupo de militantes disfrazados de intelectuales que tienen un Sumo sacerdote en la Universidad Complutense de Madrid. Un Sumo sacerdote que, en realidad, no es otra cosa que un monaguillo de la oligarquía financiera mundial. Con ese sector no hay nada que hacer. Porque es como querer hablar de colores con los ciegos. Ellos parten de la idea de que España es un mito, que no existe. Tampoco tienen buena voluntad, ni predisposición de llegar a la verdad. Son, repito, militantes políticos disfrazados de intelectuales, disfrazados de investigadores, disfrazados de profesores.

Por otro lado, la derecha también tiene su culpa en esto. Esta derecha, cuando España fue derrotada y empobreció, empezó a admirar a quienes habían sido sus verdugos, los verdugos de España. Sin darse cuenta de que ese subdesarrollo permanente que su patria viviría durante años (a partir de 1814) se debe justamente a quien ellos admiran embelesados. Admiran al enemigo inglés que destrozó la industria española. Es de una incongruencia absoluta.

Sin pelos en la lengua señala también a los falsos profetas de Hispanoamérica: Evo Morales, Pedro Castillo [recién detenido], Andrés Manuel López Obrador, Gabriel Boric y Gustavo Petro, acusándoles de ser la mano de obra más barata del imperialismo anglosajón.

¿Por qué yo afirmo que estos señores (Morales, Boric, Petro…) son la mano de obra más barata del imperialismo internacional? Porque, en mi opinión, el objetivo de las potencias anglosajonas (primero Inglaterra, después EE. UU.) es la fragmentación territorial de las repúblicas hispanoamericanas. ¿Acaso son malvados? No. Pero no caen en la cuenta de que los Estados pequeños y minúsculos (cuanto más pequeños mejor) son más fácilmente dominables. Entonces, ellos buscan la fragmentación.

Si esto es así, ellos fomentarán el indigenismo, puesto que el indigenismo nace del mito de que antes de la llegada de España había un paraíso terrenal. Si existe un paraíso terrenal precolombino en el que se hablaban miles de lenguas distintas, había miles de naciones y pueblos distintos, hay que volver a ese paraíso. Y para ello se deben rechazar la lengua y los valores españoles, hay que rechazar la catolicidad y reconstituir las repúblicas indígenas. Tarde o temprano se recuperan y protegen la lengua guajira, la lengua mapuche, la lengua quechua provocando la fragmentación étnico-lingüística. Esta fragmentación cultural siempre anuncia la fragmentación política. Pues bien, cuando el señor Evo Morales, el señor Pedro Castillo, el señor Boric y compañía toman el indigenismo y pretenden caminar hacia la existencia de una pluralidad de naciones y lenguas se ponen en el camino que conduce inevitablemente a la destrucción de la nación territorial. Y, por tanto, se alinean con los intereses de la oligarquía financiera mundial que necesita de Estados más y más pequeños. ¿Qué son ellos? Por lógica, la mano de obra más barata del imperialismo anglosajón y del imperialismo internacional del dinero.

Por último, ¿qué podemos hacer los españoles para revertir esta situación si ya hay planes educativos que apuntan a empezar a estudiar la historia de España a partir de 1808? ¿cómo podemos hacer una pedagogía de lo que somos si no sabemos lo que somos?

Justamente para eso sirve la historia. España tiene que acabar de una vez por todas con esta falsificación. Los españoles deben combatir una «guerra cultural». Obviamente, las guerras culturales no se ganan en un día. Para la vida de los pueblos las décadas son como un día en la vida del hombre. España no puede salir de la situación en la que se encuentra si no gana la gran guerra cultural que se dirime entre quienes odian a España y quienes la aman. Si los que dicen amar España no están dispuestos a dar esta batalla de largo plazo, entonces apaga y vámonos.

© La Gaceta de la Iberosfera

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