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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Hughes. Real Madrid, 3-Stuttgart, 1. El aquí estoy yo de Endrick



El Madrid está por hacer, mejor dicho, por rehacer, pero en ese proceso, ya lo ha dicho Endrick, deben contar con él.
Para hacer con aceitunas txistuanamente en la comida: dos medios, Bellingham, y por delante, Vinicius, Mbappé y Endrick desde la derecha.

Hughes
Pura Golosina Deportiva

Nueva Champions, formato recauchutado, y para darle credibilidad, al himno, el Beethoven de los pobres, le han añadido unas trompetillas.

Estadio lleno, videomarcadores flipantes y muchos alemanes.

El Madrid es un millonario austero, casi excéntrico, así que pudiendo fichar muchos centrales tuvo que salir con Carvajal ahí.

El Madrid quiso estrenarse con una presión alta que salió regular y acabó en contragolpe alemán, así que en los minutos siguientes se replegó un poquito esperando correr.

No sabía bien el Madrid dónde poner la toalla en la playa y la presión alta le salía mejor al Stuttgart, que incidía en los proverbiales problemas madridistas en el nacimiento de la jugada.

Courtois empezó a hacer un despliegue de formas con las que iba construyendo como un zodiaco personal mientras salvaba al Madrid.

El Madrid intentaba salidas puramente individuales y espoleado por sus delanteros purasangre se hacía largo y breve.

El Madrid era otro. Carvajal de central y un medio menos, de tres y Bellingham a dos y Bellingham, que no es lo mismo. Es la nueva realidad de la plantilla, digamos, la realidad estructural y apetecía decir eso de "chico, qué necesidad"...

El Madrid atacaba a fogonazos y luego debía defender y no había transición ni rumia de la jugada. Era todo frenesí y bastante frenenó.

Vinicius y Mbappé empezaban a alternarse en la banda izquierda; ahora aparece uno, luego aparece otro, como si montaran un turnismo allí.

Courtois ya rozaba el escándalo y detuvo una muy peligrosa de Stiller, joven dueño de la nariz de Karl Malden, como si algunos rasgos u órganos no se perdieran, siguieran siempre entre nosotros.

No es que llegara el Stuttgart, que cualquiera puede llegar, es que el Madrid estaba raro, era raro, como si hubiera olvidado juntarse (eso que aprendió con Zidane), como si en algunos ligerísimos instantes se volviera a lo anterior, a lo anterior de lo anterior, al galacticismo, a la dispersión planetaria y estelar...

Eran incapaces de encontrar a Bellingham, de tan directos, y la pelota era alemana.

En el 25 hubo un ¡oh! de Mbappé, en su zona buena, regateando con un amago de bicicleta, como si alargara una pierna lo mismo que un caballo de rejoneo.

Pero ahí sucedió algo. En el partido fueron entrando en calor sucesivamente las estrellas y le tocaba a Rodrygo, lo que no era casual.

Comenzó a irse por el exterior de su banda, primero solo, luego con pase a Valverde, que es a la vez tapón y llegador del Madrid, de modo que de resultas de la acción hubo un tres contra dos alemán con larguero incluido, cuarto de la semana.

Espectacular correcalles. Eso parecía el tráiler de la futura Superliga.

El equipo era muy largo, muy amplio más que ancho, muy abierto, muy por hacer, por juntar, como un submarino por apretar y en esos minutos era Rodrygo el que tiraba del ataque. Era evidente que al Madrid le faltaba un cuarto centrocampista, y que con Vinicius y Mbappé, él sería el cordero sacrificado, por eso quería ganarse el sitio, justificarse, salvarse con una ráfaga magnífica de jugadas. Su instinto de supervivencia y su casta, que nunca se quieren ver, calentaron los nervios del Madrid, provocaron un contagio, y el equipo comenzó a temblar su baile de San Vito.

Las inexactitudes y carencias se suplían, los vacíos se llenaban con nuevos agonismos que ahora se vislumbraban, como si de ellos pudiera nacer algo nuevo.

El Madrid invicto y campeón de todo ha sido en parte transformado este verano, pero ahí intuimos que podía ser una destrucción creativa, otra genialidad de Florentino, si bien irritante.

Ahí se sintió que las voluntades, reunidas otra vez, podrían dar lugar a un nuevo orden, distinto y quizás mejor, que nacería del puro capricho del Modelo y que se formaría en la Champions, dónde si no, en los arrebatos pasionales de la competición, donde el Madrid toma cuerpo antes de ser leyenda.

Rodrygo, que tiró del carro, por raro que suene, lanzó un córner que provocó un penalti a Rudiger que el árbitro pitó y luego corrigió con buen criterio.

En esos minutos finales de la primera parte, hubo un colapso en la salida del Madrid. Carvajal no podía ser lateral, y no siendo central del todo, aunque chocara peligrosamente con Undav, se quería meter a construir el juego. Era un pequeño desbarajuste aquello.

Pero también pasaba algo bueno, y es que Bellingham tomaba el testigo de Rodrygo. Con él, la presión alta podía ya salir. Se vio que cada balón que robe, y robará muchos, será medio gol, carne inmediata lanzada a los tiburones del ataque.

Pero incluso estando mejor, el Madrid era demasiado directo, como si hubiera olvidado durante el verano, o se la hubiera llevado consigo cierto alemán, la facultad de la maduración.

Valorando ese regusto amargo y un poco melancólico se llegó al descanso.

Y de ahí se volvió de pie, con un gol nada más sacar en jugada igual de rápido que todas las anteriores: un gran pase al hueco de Tchouameni, de esos que si fueran de la Masía sería para llevar al niño a medirle el CI y declararlo superdotado; acción de extremo de Rodrygo y Mbappé para empujarla.

Ahí se desató el Madrid, con llegadas en aluvión, de campo a campo y de banda a banda, como un escuadrón de aviones en una exhibición aérea. Estaba encendido Mbappé, aún, y brillaba Bellingham antes de que el testigo lumínico pasara a Vinicius.

Pero se vio lo que puede ser cuando todos los tenores canten a la vez.

Vinicius ya estaba, no se había librado del "poco de Vinicius hoy" del comentarista Maldini, un personaje que, ahora lo vemos, pertenece al universo de los Broncano.

Ese espasmo del Madrid se fue y el Stuttgart volvió a mejorar y a tener la pelota. Había entrado Militao, pero daba lo mismo, Courtois tenía que seguir con sus paradas portentosas, casi cómicas porque dejaban una sensación de invencibilidad.

El Madrid parecía estar en una prórroga; histérico, cansado, poco a poco fuera del partido. Era necesario un centrocampista, y muchos no hay, y además hay una clara prelación, así que iba a entrar Modric, pero Ancelotti se demoró en el diálogo con su hijo y en esas empató el Stuttgart en un córner.

El Madrid estaba flojo, desinflado, porque su estar-bien es el nervio, el ataque. Su ataque consiste en que le dé el ataque.

Entraron Guler, más materia gris, y García en el lateral izquierdo. La pelota era necesaria, un poquito de pausa, un poquito de por favor, porque el Madrid eran las carreras de Valverde, que tenía que sacar la pelota y llegar al remate, box to box existencial del equipo.

Al Madrid le salvó el balón parado. Un córner que Modric puso muy bien en la cabeza desatornillada de Rudiger, al que varios sacudieron como a una estera en vengativa celebración.

El Madrid, con el resultado ya, presentaba algo muy interesante. Dos medios, Guler, y por delante Vinicius, Mbappé y Endrick, recién incorporado.

Esos minutos fueron un caos, feos, un hipo de fútbol, pero había una corazonada muy grande con Endrick tirado a la derecha. Tuvo algún balón y pudo meter un pase colosal a Vinicius, que falló el mano a mano, y luego, ya en el descuento, la agarró en su campo, allá por donde Carvajal a veces levanta la cabeza. Él lo hizo y siguió, sin miedo a protagonizar el contragolpe, a que todos los ojos le miraran, los quiso atrapar a todos, esperó a que el mundo se quedara prendido de su conducción, ya larga conducción, y por delante de él, como dos salidas de la autovía se le abrieron Vinicius para un lado y Mbappé para otro y lo que para otro sería un dilema entre dos caminos, para él fue como si a Moisés le abrieran el mar, porque decidió seguir, ignorarlos, llevar la jugada al territorio del capricho, mucho más allá de lo recomendable, y con esos dos cracks esperando el pase, y aun lejos del área, alargó un obús raso, zurdo, raro, bajuno y resabiado, que no subía, no cogía vuelo e incluso botó en el suelo justo antes del portero, que por supuesto no pudo hacer nada.

Era el aquí estoy yo de Endrick, más joven que Raúl, y, a su modo igual de populista, de popular, igual de seductor de masas, porque se fue a la grada directo a fundirse con el público que ya no dejará que se pierda en el banquillo.

El Madrid está por hacer, mejor dicho, por rehacer, pero en ese proceso, ya lo ha dicho Endrick, deben contar con él.

Para hacer con aceitunas txistuanamente en la comida: dos medios, Bellingham, y por delante, Vinicius, Mbappé y Endrick desde la derecha.

Ya puede correr Valverde...


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