La distancia que separa a la sociedad española de Marruecos es un hecho real y preocupante, aunque los políticos españoles lo oculten y consideren al país vecino como “amigo”. Siempre que hablan de la tradicional amistad hispano-marroquí, pasando por alto la proverbial falsedad existencial de los políticos de aquel país, nos viene a la memoria el cúmulo de barrabasadas protagonizadas por Marruecos en contra de los intereses de España.
¿Por qué la terca fascinación de la casta española por Marruecos pese a la proverbial falsedad existencial de los dirigentes marroquíes?
La celebración de la Supercopa de España de fútbol, que ayer se disputó en Tánger (Marruecos), ha sido una decisión del presidente de la Federación Española, Luis Rubiales, que ha sido poco y mal explicada. Sin argumentos de peso suficientes que avalen el extemporáneo encuentro fuera de nuestras fronteras, sin la transparencia debida, se alimentan las sospechas y las preguntas en torno a lo que únicamente apunta a un pelotazo federativo ajeno al interés deportivo. Si en España se realizara una encuesta (seguramente la ha hecho el CIS, pero sin publicar sus resultados) que preguntara a los ciudadanos si consideran a Marruecos un país amigo, descubriríamos la verdad preocupante de que Marruecos es el único país del mundo por el que los españoles sienten enemistad y hasta hostilidad. Y no les faltaría razón. Ese sentimiento no es nuevo ni pasajero sino que está arraigado en la cultura española desde hace demasiados años, alimentado por hechos como la conquista musulmana de España en el siglo VIII y la posterior Reconquista, las sangrientas guerras españolas con los rebeldes del Rif a principios del siglo XX, y por una actualidad compleja caracterizada por las tensiones fronterizas, la reivindicación marroquí de Ceuta y Melilla, el reciente conflicto de la isla de Perejil, la Marcha Verde, el doloroso asunto del Sahara, la invasión de los inmigrantes ilegales que cruzan el estrecho y la actitud conflictiva de muchos inmigrantes marroquíes establecidos en España.
La distancia que separa a la sociedad española de Marruecos es un hecho real y preocupante, aunque los políticos españoles lo oculten y consideren al país vecino como “amigo”. Siempre que hablan de la tradicional amistad hispano-marroquí, pasando por alto la proverbial falsedad existencial de los políticos de aquel país, nos viene a la memoria el cúmulo de barrabasadas protagonizadas por Marruecos en contra de los intereses de España. Debe saber el lector que una buena parte de la droga que está matando a los jóvenes españoles proviene del país vecino. Se trata de un negocio millonario conectado a las más altas esferas, que lo consienten y promueven.
Los empresarios andaluces han expresado repetidas veces que prefieren contratar a latinoamericanos y a inmigrantes centroeuropeos antes que a los marroquíes, que llegan con actitudes más conflictivas y a veces hostiles, como si se consideraran con derechos especiales en España.
Marlaska en Marruecos
Pero, sin duda, lo que más enerva a los españoles es la actitud de indiferencia y hasta protección silenciosa que el gobierno de Marruecos practica con respecto a la inmigración clandestina que llega a España atravesando el Estrecho de Gibraltar, en pateras cada día más cargadas de mujeres embarazadas y bebés. Los centros andaluces de acogida de jóvenes marroquíes están abarrotados y los servicios de asistencia social, agotados, mientras el gobierno andaluz hace pública ostentación de su amistad y cooperación con Marruecos.
En lo que llevamos de verano, Andalucía ha padecido una invasión de pateras, con cientos de personas capturadas.
El de la inmigración se trata de un negocio canalla que está siendo alentado por Marruecos, ante la indiferencia de las autoridades andaluzas y españolas, incapaces de presionar al monarca alauita para que controle el humillante y degradante tráfico humano del Estrecho.
La Federación Española de Fútbol, lejos de estos “asuntillos”, paga a Marruecos no sabemos por qué nada menos que con la final de la Supercopa. Allí estaban los ministros de Interior y Cultura, Fernando Grande-Marlaska y José Guirao, fascinados con el país que siempre ha ejercido un extraño hechizo en la pijoprogresía española. Como casi todos los políticos de la democracia, ignoran una máxima que nos habría ahorrado multitud de sinsabores: los gestos de buena voluntad son interpretados por Marruecos, y en general por el mundo árabe, como signos inequívocos de debilidad y cobardía.
Mohamed VI debe estar encantado de vérselas con un país representado por personajes tan grotescos, indignos, cobardes, entreguistas y lacayunos, que son incapaces de distinguir una invasión de pateras de un gol de Dembelé.
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