Por ello puedo afirmar que lo más destacado de la pasada campaña ha sido la rotunda consagración como gran figura – ya mundial – del diestro peruano Andrés Roca Rey. Una de las más precoces consagraciones que hayan habido en la historia, dándose la feliz circunstancia de que el jovencísimo matador limeño ha tenido la oportunidad y la suerte de tener que vérselas con las dos más grandes figuras del presente y desde hace muchos años, sobre todo el incombustible y hasta diría que “eterno” Enrique Ponce con casi 30 años de más que feliz alternativa, como también El Juli con las 20 asimismo triunfales que acaba de cumplir.
Lo mejor de la temporada 2018 (I):
Roca Rey alcanzó la cima y Ponce, indestructible, aguantó el tirón
En este momento de resumir la temporada del año 2018 aunque falta por ver – un servidor la acabó muchas veces en Lima – lo que también ocurra en las primeras corridas de la Gran Temporada en La México en donde también estuve varias veces presente, así como en las corridas cercanas antes y después de las del Aniversario de la Monumental de Insurgentes que al menos podremos ver por televisión y en directo, reflexiono sobre la suerte que algunos hemos tenido y gracias a Dios seguimos teniendo porque los que solamente ven las corridas que les caen donde viven y en las cercanas, es difícil que puedan tener una visión del conjunto, al menos sobre lo sucedido en las más grandes ferias.
Por ello puedo afirmar que lo más destacado de la pasada campaña ha sido la rotunda consagración como gran figura – ya mundial – del diestro peruano Andrés Roca Rey. Una de las más precoces consagraciones que hayan habido en la historia, dándose la feliz circunstancia de que el jovencísimo matador limeño ha tenido la oportunidad y la suerte de tener que vérselas con las dos más grandes figuras del presente y desde hace muchos años, sobre todo el incombustible y hasta diría que “eterno” Enrique Ponce con casi 30 años de más que feliz alternativa, como también El Juli con las 20 asimismo triunfales que acaba de cumplir.
Pocas veces por no decir casi ninguna durante los últimos cincuenta años hemos tenido la ocasión de ser testigos de algo parecido. En mi caso y salvo la corta aunque intensísima competencia entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez en los finales de los años 50 – dejando como caso aparte el de Manuél Benítez El Cordobés -, la la batalla sucedida este año entre Ponce, El Juli y Roca Rey ha sido histórica. Sobre todo las muchas tardes en las que el valenciano y el limeño han competido diríamos que a cara de perro aunque Ponce lo ha hecho desde su muy personal singularidad, dada no solo su impar maestría, también desde sus increíblemente crecientes progresos artísticos que en su muy especial caso parecen hasta milagrosos dadas sus inagotables y excepcionales condiciones que, por el momento, nadie más ha tenido en la historia en su misma medida por su anchura y su largura, pues mientras otros grandes toreros de la historia permanecieron en una inevitable decadencia, Enrique Ponce, lejos de sufrirla parece que renace cada año en sus crecientes y bellísimas perfecciones. Tanto es así, que auguro maravillas en el más próximo futuro. Acontecimiento que, Dios no lo quiera, solamente nos sería hurtado por la desgracia que siempre acecha y de ahí la grandeza de este gran arte del toreo en el que los protagonistas juegan con la muerte al mismo tiempo que con la mayor de las glorias.
El caso ha sido que Roca Rey no solo ha despejado abiertamente un grandioso futuro por su cada vez más clara inteligencia gracias a su infinito valor y una cada tarde mayor perfección en sus maneras sin tener la necesidad de contrariar abundantemente la lógica sino, al contrario, ahondando cada vez más en los aspectos clásicos de su toreo digamos normal.
Cuando aparece uno de estos toreros tocados por la varita mágica, los más grandes le hacen cara – siempre fue así – por lo que desmienten rotundamente lo que no pocos suelen afirmar estúpidamente, afirmando que las figuras rehuyen cualquier competencia, sino todo lo contrario. Y de ahí la grandeza de lo sucedido en la temporada que comentamos.
Roca cuajó una gran temporada con enormes éxitos conseguidos a golpe cantando en las plazas y ferias más importantes. E insisto en lo de “todas” sin fallar en ninguna, salvo por reses materialmente imposibles y, por fallos a espadas, las menos porque Andrés es un cañón con la tizona. No es cuestión entrar en más detalles en este resumen que versa sobre impresiones de conjunto. En mis crónicas, que hay muchas, está dicho todo que es mucho y hasta muchísimo. Sobre Andrés me aventuré a pronosticar que sería quien ya es, desde que le vi debutar sin caballos en la plaza francesa de Bayona. Sé también que he sido muy exigente. Pero acerté de pleno.
Y hablando de certezas – no suelo equivocarme – me pasó lo mismo con Ponce y con El Juli. Fue verles, a El Juli de becerrista una mañana en Mont de Marsan y a Ponce en su debut con picadores en Castellón, y también di en la diana. Luego primaron mis gustos. Si he preferido y continúo prefiriendo a Enrique Ponce es porque a mi me gustan mucho más los que torean sin que se les note el esfuerzo – el toreo lo es y de qué manera para todos – que los que sí se les nota. El valor natural, máxima condición sine-quanon de los mejores toreros, puede tenerse al máximo o como escondido. Y ese valor tan especial por casi oculto es el que, hoy en día, solamente lo tiene Ponce. De ahí que haya tantos, cada vez menos por cierto, que no le dieron ni todavía le dan para su desgracia la importancia que tiene. Es por ello sobre el gran handipac de Ponce, su portentosa y dificilísima difícil facilidad.
A El Juli cada año que pasa se le nota menos el esfuerzo. Y eso es muy bueno. La pasada temporada hizo varias faenas con ese marchamo y alguna hasta con exquisitez como su grandísima faena al toro que indultó en Sevilla, absoluto cenit de su carrera.
También debido en parte a esto, El Juli lleva ya años en los que, sorprendentemente, le hemos visto mucho más fácil y bastante mejor por más fácil con el capote que con la muleta pese a que torear bien con el capote, sobre todo a la verónica, es mucho más difícil que el toreo de muleta. Dicho sea en su honor.
Fue de lamentar y una pena que, en su última tarde de El Pilar en Zaragoza, aparte el mal juego de los toros que mató, no anduvo bien ni siquiera dio su medida. Borrón muy grave en su por lo demás buena campaña.
En cuanto a la temporada de Enrique Ponce, decir por delante que fue tan buena como las que lleva cuajando desde hace varias temporadas y esta fue la 28 de su alternativa. Ponce es alguien que parece disfrutar físicamente de una eterna juventud. Pero es que a tan circunstancial circunstancia, realmente enternecedora, viene añadiendo un inagotable perfeccionismo en sus modos y maneras de torear, tan exquisitas por fuera como magistrales por dentro gracias a ser dueño absoluto de una portentosa técnica con el temple como principal bandera, Y tan capaz, que le permite sacar brillante partido de más toros que nadie a lo largo de la historia, yendo desde el toreo ejecutado con una sutileza celestial frente a los buenos toros y con un dominio cuasi milagroso frente a los malos de cualquier condición, sean fuertes o débiles, bravos o mansos, dulces o agrios aunque, como ser humano que es – y un arcángel como persona – a los toros completamente parados y a los absolutamente inválidos, procede a matarlos tras intentar que el milagro se produzca. Muy pocas veces ocurre esto, por cierto.
Debido a esta millonaria acumulación de virtudes, no hay quien pueda con él. Ni hubo y ya veremos si los habrá… No por el momento. Y por eso es el gran emperador del toreo.
Así pues, gracias a dos reyes, uno muy veterano y otro muy joven, más a un emperador sin aparente edad porque parece eternizado, la temporada del 3018 ha sido para cantarla en latín aunque abunden los agoreros que padecemos. Como siempre los padecimos y seguiremos padeciéndoles.
Desde que llevo viendo toros conscientemente, más de sesenta años, no he dejado de oír la famoso frasecita “esto se se acaba”. Después de echar pestes de Manolete, de Luis Miguel Dominguín, de Antonio Ordóñez, de El Cordobés por sus eterodoxias, hasta las echaba yo y mucho que me arrepiento, de Diego Puerta, de Paco Camino, de El Viti – los imbéciles de sus años les llamaban “sota, caballo y rey” -, de Paquirria quien los “puristas” le ponían a parir, de José María Manzanares padre al que llamaban tramposo, de Dámaso González a quien le contaban los pases y le llamaban “Doña Rogelia”, de Capea al que llamaban “máquina de coser”, de Espartaco pese a reinar durante siete años consecutivos, del inconmensurable Paco Ojeda – “saco de patatas” le decía quien en sus años mandaba en la crítica – y paro de contar porque mientras a estos gradísimos toreros se les vilipendiaba, a cuantos el purismo y sus representantes en la crítica – desde el nefasto Joquín Vidal (q e p d) hasta su actual heredero Antoñito Lorca – consideraban ejemplares, nunca les llegaron a los aquí nombrados ni a la suela de sus zapatillas. O sea, el mundo al revés.
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