Lo dicho es el sino de la mayoría de las tardes en que, por esa carencia de arte y creatividad por parte de muchos toreros, desdichadamente nos fijamos en el toro y se nos derrumba el castillo de naipes. Hay que ser muy artista para lidiar un toro acorde a lo que demandan las figuras y que no le veamos los defectos al animal. Al respecto, en todo el escalafón hay dos o tres toreros capaces de hacernos olvidar al toro para que nuestra mirada se centre en el torero, de ahí el eclipse al que cito. Como digo, son esas raras excepciones como Morante, Urdiales, De Justo y creo que ninguno más. Hay que ser muy artista para que no veamos ese toro adormilado y nos quedemos con el torero.
Por esa razón admiro mucho a los llamados toreros valientes, a los que se enfrentan a ese toro que no miente y no engaña que no es otro que el Toro con mayúsculas. Por supuesto que ese tipo de toros al que tanto admiro no permite florituras pero, nos basta y nos sobra contemplando como un hombre se juega la vida que, en los tiempos que corremos no creamos que sea poco.
Si me dan a elegir entre ver a las figuras y a los valientes, me quedo con éstos porque ahí no cabe la mentira, ni el engaño, ni el fraude; todo rezuma verdad gracias al toro que, como siempre sucede, suele vender muy cara su vida, lo que viene a demostrar la grandeza de este espectáculo singular cuando todo gira sobre el elemento toro, el único que puede salvar a la fiesta de la catarsis en que está sumida.
Bien es cierto que, tal y como está montado el sistema mentiroso, cruel, bárbaro y mezquino que se cuece dentro del mundo de los toros, para que se le reconozca a un torero como figura tiene que matar el burro amorfo y sin alma que, para mayor desdicha, ahí es donde está el dinero. Siendo así, salvamos a muy poquitos toreros de la crítica más exacerbada porque, lógicamente, a esos animalitos que lidian les vemos de lejos todas sus carencias que, para sus lidiadores son virtudes. ¿Cómo se arregla esto? No hay solución, por ello las críticas más despiadadas se las tienen que llevar siempre los mismos, salvo que sean capaces de que gracias al arte derramado nos olvidemos del toro.
Como es sabido, en el toreo se valora mucho al que menos expone, menudo contrasentido pero, es una verdad que aplasta. Yo prefiero nadar contra corriente y ser partidario de ese tipo de toro que, admirándolo, por pura inercia, se admira al torero; es decir, la verdad del toro nos permite que nos extasiemos con el elemento toro y con el hombre auténtico que, sumido en su grandeza, hasta se olvida de que se está jugando la vida. Una corrida encastada puede salir mala, como todas las demás pero, ¿ha visto alguien alguna vez una crítica feroz contra un hombre que se ha jugado la vida frente a un animal que se la quería arrebatar al precio que fuere? Eso no ha ocurrido nunca mientras que, desde la otra trinchera de la comodidad, la burla y el engaño, a poco que un crítico sea libre no le queda otra opción que contar y cantar las miserias que ha visto que, todas, sin distinción, pasan por la rama Domecq en todas sus vertientes.
Cuando sale el toro de verdad como el que mostramos en la imagen, no hay torero que lo eclipse porque, ambos, toro y torero tienen su parcela de protagonismo correspondiente.
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