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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 22 de agosto de 2023

Bilbao: Brillante faena de Mario Navas / Barquerito & Andrew Moore

Mario Navas con el 6º al natural / Foto Andrew Moore

Una noble novillada de José Cruz sin fuerzas, dos sobreros, y con uno de ellos el éxito del novillero vallisoletano. Lalo de María, seguro y firme, sigue progresando.

Una brillante faena de Mario Navas

Ignacio Álvarez Vara 'Barquerito'
COLPISA/Bilbao, 21 Agosto 2023
2ª de las Corridas Generales. Calor. 3.000 almas. Dos horas y cincuenta minutos de función.

Seis novillos de José Cruz (Rafael Cruz). Tercero bis y sexto bis, sobreros.

Carlos Domínguez, ovación y ovación tras aviso.
Lalo de María, vuelta y una oreja.
Mario Navas, silencio y una oreja.

CASI TRES HORAS en los toros. Un disparate. Acabaron saltando ocho novillos de José Cruz. Tres de ellos, manifiestamente inválidos. El tercero bis, todavía más tullido que el tercero natural, devuelto con una mano rota, pero no sin haberse derrumbado antes de la fractura. El sexto, al corral por no se sabe si cojera o flojera, o las dos cosas a la vez. Todos enterraron pitones en cuanto tuvieron que emplearse al tomar engaño. 

El templado primor de Mario Navas obró el casi milagro de sostener en pie al sexto bis, que antes de banderillas ya se había tambaleado y cobrado una vuelta de campana casi completa. Ese segundo sobrero, pronto y frágil, fue muy codicioso, pero en manos menos sabias habría besado el suelo no pocas veces.

Novillo a menos, como casi todos los demás. Se sujetó en los medios, repitió por las dos manos y agradeció el trato exquisito de Navas. No contó que a última hora se rebrincara. Sumó, al cabo, como el de mejor nota de los seis, los seis que fueron ocho. Alberto Sandoval lo picó lo mínimo, apenas señalados dos puyazos simulados y ese detalle resultó clave. Ese novillo final asomó cuando ya se habían cumplido más de dos horas y media de festejo y el cansancio se hacía sentir.

A pesar de la fatiga acumulada, la faena de Mario Navas fue debidamente celebrada. Por la elección de terrenos -la boca de riego misma- donde todo se ve y nadie puede taparse. Y, desde luego, por el trazo tan rico y armonioso del toreo al natural embraguetado y ligado, no lineal, sino curvado, y sus notables remates de pecho. Siempre en la mano tuvo Mario el toro en señal de dominio.

De la primera reunión con la espada salió cogido por atracarse, pero quedarse en la cara y sin pasar. Del golpe se repuso en seguida. En el segundo ataque, una estocada sin aliviarse. De pronto era una fiesta esta interminable novillada, castigada por largos trasteos y demasiados tiempos muertos. Y castigada, además, por la banda, que, rompiendo todas las reglas del protocolo, tocó en los seis tercios de banderillas, todos ellos a cargo del peonaje. Música fiestera, apenas los pasodobles de rigor.

Los dos primeros novillos, sin estar sobrados de fuerzas, fueron nobles y codiciosos. Sometidos a lidias morosas, los dos tuvieron fijeza. Se empleó con recorrido y buen son el segundo, que Lalo de María se trajo enganchado por delante en tandas bien cosidas de toreo en línea, algo despegado, de trazo largo y limpio dibujo. Seguro, supo componerse vertical siempre. Más suelto por la mano derecha, mucho más que por la izquierda. Se siguió con atención la faena, que acredita los progresos del novillero francés. Una estocada caída fue censurada por los fieles del tendido 5, reserva espiritual del Bilbao taurino, y la vuelta al ruedo, sonoramente discutida. 

En su estreno, el extremeño Carlos Domínguez, falto de rodaje, buscó en la corta distancia y al hilo del pitón el toreo de quietud -la sombra de Talavante-, toreó a la voz más que a reclamo y pecó de repetitivo.

Después de esos dos primeros novillos, tan parejos de hechuras, vino la debacle de los dos terceros. El sobrero, un auténtico marmolillo, no pudo con su alma ni con los kilos, se paró en seco y no dejó a Navas pasar con la espada ni una sola vez, y fueron cuatro. El sentido común aconsejó descabellar.

Antes del gran trabajo de Navas, mientras corría inmisericorde el tiempo -el reloj de Vista Alegre está atrasado-, se vieron dos faenas bien distintas. Una de Carlos Domínguez, abierta de rodillas, un punto teatral, de muchos paseos. Al ralentí embistió ese toro, más despacio que ningún, pero sin mayor celo. El quinto amenazó con irse al suelo en cuanto le bajaron las manos, y al suelo se fue al menor tirón. No sin claudicar, fue de buen aire en la muleta, fijo y repetidor. Lalo de María volvió a componerse vertical y flexible, de nuevo suelto el brazo derecho y no tanto el izquierdo. Faena de ritmo tranquilo. Entre bastidores, se dejaron escuchar los consejos de José Antonio Campuzano, su mentor y maestro. Sonó un pasodoble a punto: el Joselillo Cruz, torero y difunto ganadero, titular del hierro de la tarde antes de su conversión a la causa Domecq. Un bajonazo en toda regla fue un borrón. Una oreja protestada. Y un paso adelante de Lalo.

Fotografía: Andrew Moore



















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