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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 26 de agosto de 2023

Bilbao. Una bella faena de Ginés Marín / por Barquerito (Fotografía: Andrew Moore)


Corrida de muy pobre nota de Zalduendo. Premio de dos orejas, una y una, para un tenaz Emilio de Justo. Otra para un Ginés inspirado. Castella, inédito con lote pésimo. 

Emilio de Justo

Una bella faena de Ginés Marín

Ignacio Vara 'Barquerito'
COLPISA. Bilbao, 25 agosto 2023 
Bilbao. 6ª de las Corridas Generales. Fresco, brumoso, lluvia en los tres últimos toros. 3.900 almas. Dos horas y media de función.
Seis toros de Zalduendo (Herederos de Alberto Bailleres)
Sebastián Castella, silencio en los dos. Emilio de Justo, oreja tras aviso en los dos. Ginés Marín, silencio y una oreja.

TRES DE los cuatro primeros toros de la corrida de Zalduendo fueron un dolor. El primero volvió contrario, metió la cara por la mano buena, la diestra, cobró dos picotazos mínimos, claudicó en banderillas, se abrió mucho al tomar la muleta, amenazó con derrumbarse en cuanto Castella hizo intención de traérselo por abajo y a los diez viajes se rompió la mano izquierda, que le colgaba. Castella se fue por la espada y liquidó. No se había visto en toda la semana a un banderillero salir andando tras clavar arriba un par y vino a ser estar tarde y con ese toro que tan poco iba a durar. Como la salida de la suerte es casi tan importante como el cite, la llegada y la reunión, la cosa se celebró con júbilo. Fue protagonista José Chacón, uno de los banderilleros más completos y de más recursos del escalafón.

El tercero, gordo cebón, abierto de cuerna pero justo de trapío, fue recibido con palmas de tango al asomar con son dormido. Ningún celo, andares de buey apacible, aplomado incluso antes de pasar de visita por el caballo de pica. Esperó en banderillas no por listeza ni sentido defensivo, sino de pura y supina mansedumbre. Hizo pasar en falso a los banderilleros y solo al sentir el aguijonazo de un rehilete pareció despertar. Cuatro banderillas llevaba prendidas al cabo de siete pasadas, en falso la mayoría. Ginés Marín pretendió darle trato de bravo. Vano empeño. Encastillado, no se movió apenas el toro, candidato al de peor nota de la feria. Tres pinchazos y una estocada.

El cuarto fue el de mejores hechuras de los seis sorteados. En el tipo de los zalduendos de lujo que criaba Fernando Domecq bastante antes de vender la ganadería. Largo, corto de manos, porte impecable. Salió con pies, espoleado por el hierro de la divisa seguramente, porque ese toro tan bello fue solo escaparate. A Castella le entraría como a todo el mundo por los ojos y, a pesar de que el toro apenas picado y sangrado estuvo a punto de sentarse en banderillas, brindó desde la boca de riego. Llevaba lloviendo un buen rato y la mayoría de la gente de los tendidos se había refugiado en la galería cubierta y recibiría el brindis con escéptica cortesía. Puro mimo de Castella en las primeras tomas. Fue inútil. Tardo, mortecino, apagado sin remedio, apenas dio el toro para tres agónicas embestidas antes de volver grupas y parecer ajeno al menor instinto de pelea. Se escuchó el grito ritual en estos casos: “¡Acaba ya…!” .Y como si fuera una orden. Una estocada al salto.

Los otros tres toros se fueron al desolladero con una sola oreja. Es decir, que fueron de otra manera. Cinqueño, negro berrendo -pinta rarísima en el encaste Domecq-, sacudido, flacote y badanudo, el segundo no tuvo nada que ver con los demás. Veleto y abierto, codicioso, descolgó en seguida, se dolió en el caballo, puso en apuros a los banderilleros y, a pesar de ser algo mirón, de algunas escarbaduras y claudicaciones, y de alguna embestida rebrincada también, fue el de más aire de la corrida. Le fue tomando Emilio de Justo la medida poco a poco, componiéndose primero a cabeza pasada y perdiéndole entonces pasos también, pero dando al fin con la tecla: toques suaves para firmar una tanda ligada con la izquierda y un final, más para la gente que para el toro, de toreo frontal con la misma mano. Una estocada con fe.

Gracias a su tenacidad, una perseverancia a prueba de bomba, también sacó provecho Emilio del quinto, que patinaba en el piso resbaladizo y echaba la cara arriba para tenerse de pie. Un toro inválido, pero a pulso, dejándolo a su aire, casi acariciándolo, Emilio acertó a sujetarlo y, llegado el momento, tras largo trasteo y no pocas pausas, a ligarle un par de tandas de buen asiento. Un aviso antes de la igualada y una estocada de ley.

Más de dos horas de corrida, la lluvia batía a modo y nadie daba un duro por el último toro, que, en cuajo, compensaba las carencias del compañero de lote. Sin ser un dechado de ímpetu, este toro sí tuvo almita de bravo, tomó el capote de Ginés Marín por abajo y con ganas -cuatro verónicas bien tirada, acompasaditas-, se empotró en el caballo de pica sin pelear ni soltarse y vino a la muleta con docilidad y fijeza. La apertura de faena -ayudados por alto y por las dos manos- fue promesa de que todavía quedaba algo por ver. Y eso pasó. Ginés, bien colocado, muy templado, con su pericia de siempre para manejar el engaño como si no pesara, se acopló y enredó en tres tandas ligadas con la izquierda, muy ajustadas y despaciosas, resueltas en un ladrillo, bien rematadas, mejor dibujadas. Sin paseos de refresco. Todo seguido. A los veinte muletazos ya estaba pidiendo la cuenta el toro y se impuso el sentido común: cortar faena. Un pinchazo y una notable estocada. Se había hecho de noche. La gente se fue a casa contenta. A pesar de todo.

- Galería Fotográfica: Andrew Moore -

José Chacón

Ginés Marín





Emilio de Justo


Sebastián Castella








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