El toro es y ha sido, quizá, la más hermosa y terrible visión de lo desconocido sobre la tierra.
El duende y la muerte en el toreo
Dónde están el duende y la muerte en el toreo?, se preguntó Federico García Lorca. Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre la cabeza de los muertos. Y aparece, entonces, la comunión con el misterio, con lo ingobernable, con lo desconocido; que hay que despertar en las últimas habitaciones de la sangre, y que no es sino el desdoblamiento de la personalidad. El nacimiento del espíritu torero que se ve obligado a asistir a algo en lo que no participa. Juan Ramón Jiménez, en unos versos sobrecogedores, lo expresa así:
¡Qué extraños / los dos con nuestro instinto! De pronto / somos cuatro.
Este estado es característico de los creadores, bien se produzca espontáneamente, o como búsqueda, o bien se den en forma simultánea. García Lorca, por ejemplo, vive casi en continuo desdoblamiento artístico y humano. Hay un verso en el que se contempla perplejo al yo, perdido entre el paisaje y la naturaleza:
Entre los juncos y la baja tarde / ¡qué raro que me llame Federico! Después del cual, inspirado, canta decidido a los poderes oscuros: Yo miro / al macho cabrío / ¡Salve, demonio mudo! / Eres el más intenso animal / Místico eterno / del infierno/ carnal. / ¿Cuántos encantos / tiene tu barba / tu frente ancha/ rudo Don Juan! / ¡Qué gran acento el de tu mirada mefistofélica y pasional / Vas por los campos / con tu manada / hecho un eunuco / ¡Siendo un sultán! / Vais derramando lujuria virgen / como no tuvo otro animal.
Y empieza la corrida de toros:
con el llanto de la guitarra / se rompen las copas / de la madrugada. Llora monótona como llora el agua / como llora el viento.
Reiterado callarla, obsesiva, que anticipa el ritornello dramático de A las cinco de la tarde o el Por Dios mi madre, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. La rima para el madrigal y la reiteración para la elegía. Como en el poema Sorpresas con sus ques reiterativos:
Que muerto su cuerpo en la calle / que con un puñal en el pecho / y que no lo conocía nadie.
La corrida de toros, vivencia que supone dejarse atrapar una y otra vez por el monstruo de las profundidades, por la negra certidumbre de la muerte, por los muslos como la tarde, que migran de sol a sombra compuestos de sexo y muerte. De la muerte de los toreros y la entrega de las mujeres:
… viene tu culo / de Ceres en retórica de mármol.
Ningún ejemplo ni símbolo más claro de lo desconocido de la naturaleza que el toro.
¡Porque esas astas asesinas! ¿Por qué el continuo pensamiento de muerte en el instinto del toro? ¿Por qué esa agresividad, esa ira en sus ojos? ¿Por qué esa fuerza bruta de la naturaleza en sus músculos?
El toro es y ha sido, quizá, la más hermosa y terrible visión de lo desconocido sobre la tierra.
El toro es el demonio y seguro existe alguna relación entre los pitones del toro y el encornado demonio.
El toro, evidentemente, se excede "cuando es toro", y no animal manipulado genéticamente, como vemos tarde a tarde. No necesitaba de tanto para defenderse.
En La cogida y la muerte, Federico García Lorca lo expresa; le fascina la muerte y la maldad natural en el acto taurino, la maldad gratuita del toro: ¡Y el toro sólo corazón arriba!
José Cueli
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