la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 24 de junio de 2024

Madrid.- Última de la primera parte de la temporada en Las Ventas. La asistencia de juventud salvó la tarde / por Pepe Campos

Bonifacio

Plaza de toros de Las Ventas

Domingo, 23 de junio de 2024. Última corrida de la primera parte de la temporada. Algo más de un cuarto de entrada. Tarde de verano, sin calores.

Toros de Valdefresno (de origen Atanasio/Lisardo, a partir de Puerto de San Lorenzo), mal presentados, a excepción del quinto que lució cornamenta, dieron escaso juego y parecieron moruchos; mansos, flojos, en el límite de la invalidez; el primero con movilidad, el segundo boyante, tercero y sexto rajados, el cuarto, corretón, de trote cochinero, y el quinto, noble, con la cara alta.

Terna: Morenito de Aranda, de Aranda de Duero (Burgos), de azul marino y oro, con cabos blancos; silencio tras aviso y vuelta por su cuenta; diecinueve años de alternativa. Francisco José Espada, de Fuenlabrada (Madrid), de azul marino y oro, con cabos blancos; vuelta por su cuenta, muy protestada y silencio tras aviso; ocho años de alternativa. Juan de Castilla, de Medellín (Colombia), de blanco y oro, con cabos blancos; palmas tras aviso y vuelta al ruedo; siete años de alternativa.

Suerte de varas. Picadores, según el programa de mano: Primer toro —Héctor Piña—, primera vara, fuerte, trasera y caída, segunda, picotazo trasero. Segundo toro —David Prados—, picotazo trasero y picotazo trasero. Tercer toro —Iván García Marugán—, vara trasera, rectifica, picotazo caído y picotazo caído. Cuarto toro —Manuel Sayago—, vara trasera y caída y picotazo trasero y caído. Quinto toro —El Legionario—, vara trasera con metisacas y picotazo trasero bien cogido. Sexto toro —Teo Caballero—, vara detrás del hoyo de las agujas y vara trasera, bien cogida, sin tapar la salida.
Pepe Campos
Ayer se cerró el ciclo taurino programado por la empresa de Madrid para la primera parte de la temporada y como colofón asistimos a una corrida que no ofrecía, a priori, un cartel atractivo. Por ello, fuimos testigos de una entrada de público, en cierto modo, pobre. De los llenos casi completos que la plaza ha disfrutado a lo largo del mes de mayo y de junio, alrededor del fenómeno de la Feria de San Isidro, hemos pasado a la realidad, de cuando no se ajustan carteles de toros y toreros del gusto de la afición. Aquella afición que a comienzos de mayo —incluso, este año, desde el Domingo de Ramos— se despedía de la familia, de esposa y esposo, de hijos, de hermanos, de padres, de novias y novios, de parientes y de vecinos, para emprender la senda de asistir a los toros tarde tras tarde, con los peligros que ello comporta, de vuelta a casa por la noche, un día sí y otro también, a horas poco recomendables, con las posibles desafecciones familiares que ello comporta; esa misma afición, se ve que —ayudada en este caso por el escaso interés de la corrida montada por la empresa Plaza 1— ha vuelto al redil de la vida familiar, tras la pertinente petición de perdones y con la promesa de buen comportamiento, para que la vida hogareña y de grupo no se rompa ni resquebraje y la paz sea una constante o una ilusión. 

Mirado esto a modo de cómo se vivía la afición a los toros en aquellos años ochenta, ahora tan de moda con el recuerdo de «la movida madrileña» por medio del homenaje al gran torero Antoñete, que sufrimos el domingo anterior. Podríamos comparar. Por cierto, un Antoñete, extraordinario torero, verdaderamente Maestro, que creemos poco tuvo que ver con eso de la movida y sus sonidos pop, y mucho —para bien de los que lo pudimos ver torear— con el sabor añejo de su tauromaquia, que él mostró, recuperando el canon o clasicismo, a todos aquellos que en la etapa empresarial de Manuel Chopera asistieron, en masa y con juventud renacida, al coso de Las Ventas.

La juventud aficionada de los años ochenta quedó atada a la vieja tauromaquia que desempolvó Chenel, consistente en dar distancia a los toros, encelarlos y templarlos con los engaños, con suavidad y clasicismo —el concepto de arriba hacia abajo y hacia atrás, y cargar la suerte, con naturalidad— y mucha torería —es decir, posiblemente, por una extrema vocación—. Pero no entremos en un detallado análisis de lo que aquello fue y supuso, pues ahí quedó, y los aficionados que lo vivieron lo pueden contar y transmitir a estos nuevos jóvenes que en la actualidad acuden al coso venteño. Una nueva realidad. Debido a que muchos jóvenes asisten a los toros esta temporada en Madrid y ayer salvaron con su presencia al coso de una posible entrada raquítica. Ayer, no acudieron a los toros los aficionados que quisieron encauzar su vida en los clanes, familiar y de amigos, pero se ve que a ciertos jóvenes, de tantos que hemos visto este año, no les iba ese planteamiento de tanta bondad y miga, y se hicieron presentes —no en masa— en Las Ventas. El cartel como comentábamos no era para tirar cohetes. 

En esto la empresa ya lleva varias temporadas intentando que los veranos no funcionen de ninguna manera, que no se produzca la renovación del escalafón —pues de las corridas de verano de Madrid surgen las sorpresas y aparecen toreros tapados que pueden dar el salto a los carteles de las ferias, sin ir más lejos, recientemente, Juan Ortega y Borja Jiménez; nadie lo puede negar—, pero esto no lo quiere Plaza 1. No obstante, estábamos hablando de la juventud que acude a los toros y que ayer tuvieron un comportamiento intachable —tanto que se habla de esto, con intenciones de embarrar—, y que lo que les está faltando es ver a un torero que les dicte, que les enseñe, que les encauce, con la tauromaquia clásica; es decir, que les diga «se torea así». Esta guinda, actualmente está faltando. No aparece ese torero. Estamos en otros tiempos.

Parece ser que esta época que nos toca vivir más bien es ramplona. Para la corrida de ayer a la empresa sólo se le ocurrió contratar los toros de una ganadería que lleva muchos fracasos consecutivos en Las Ventas —en todas sus líneas de encaste— y que la afición de Madrid detesta, nos referimos a los toros de Valdefresno. El juego de estos astados fue un fiasco que impidió ver lidias y toreo —aunque esto, y de su ausencia, ya sabemos que puede explicarse como otra historia—; aunque siempre algo se ve. 

De la actuación de Morenito de Aranda hay que destacar ciertos pasajes en los que abriendo el compás se dejó pasar por delante al toro con temple, aprovechando el viaje, además, sobresalió en los remates con toreo desmayado, pases de la firma y trincherillas. También dejó el sello de alguna buena media verónica. En el toreo fundamental de muleta, en su primer toro, no acertó en la distancias, las acortó demasiado. Perdió continuamente pasos. No mandó en la embestida. Cierto que el toro se derrumbaba. Poca claridad en el planteamiento. Lo mató de dos pinchazos caídos en la suerte natural y de un bajonazo en suerte contraria. Muy encimista en su segundo. Con continuos enganchones. De perfil. Arrimón a lo Ojeda, con el toro declinante. Remató con ayudados, uno de ellos lucido. Mató de una estocada baja en la suerte contraria.

Francisco José Espada, también incidió en el encimismo. A su primer toro, boyante, toreable, lo toreó veloz, con la pierna de salida retrasada, despegado, sin cruzarse. Ante el buen son del único toro potable del encierro, sólo vimos que se luciera en los pases de pecho. Comenzó la faena con pases por alto, y la cerró con manoletinas. Lo mató en la suerte natural de media estocada eficaz, lo mejor de su labor. En el quinto toro de la tarde, que no humillaba, le planteó una faena en cercanías a los aparatosos pitones del animal. No le ahormó al comienzo de la faena. Dejó pasar al toro, ahogándole. Le restó recorrido al astado y no le bajó la cabeza. La tauromaquia de Espada, no parece tener otras propuestas. Mató de dos pinchazos en la suerte contraria, otro más en la natural y una estocada baja.

Lo mejor de la tarde correspondió al toreo de Juan de Castilla, muy dispuesto en sus dos toros. En el tercero, un ejemplar amoruchado que se defendía por falta de fuerza, quiso templarle las embestidas y llevarlo largo, para ello abrió mucho el compás. La tauromaquia de Juan de Castilla se acerca más a los cánones del toreo clásico, cierto que ese abrir tanto el compás, a veces, parece como que se despegue del toro, pero como lo lleva largo y hacia atrás, con el logro del temple, hace que el planteamiento quede justificado. Una vez podido el toro, se le rajó. Lo mató de dos estocadas desprendidas, una en la suerte contraria y otra en la natural, más un descabello. 

Lo más brillante de la intervención de De Castilla vino en el último toro del encierro. Entonces es cuando sacó a relucir lo mejor de su condición torera, ese temple que hemos citado, un don que no todos los toreros poseen, pero sí atesora el valiente torero colombiano. Hablamos de un verdadero temple, de mandar en el toro y llevarlo con suavidad y pulso mecido, desde el cite hasta el remate, con pases largos, lentos, por delante de su figura. A medida que pudo al toro, este se fue rajando, y de los medios pasó a refugiarse en tablas, donde De Castilla consiguió muletazos bien trazados y medidos, sacándole todo el partido al toro, que sólo quería huir. Por ello, se le puso complicado matarle. Fue en tablas, muy humillado y rajado el toro, con dos pinchazos y una estocada algo caída.

Madrid, 24 de Junio de 2024

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