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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 14 de mayo de 2018

San Isidro'18. V de Feria. Tarde de terceros en la muy interesante de Ibán, ante el abismo ganadero que se abre esta semana / por José Ramón Márquez


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Hoy Baltasar Ibán nos ha dado una interesantísima corrida de toros con las complicaciones y las bondades que les son propias, las cosas de la casta, pero esto no es gratis, esto hay que pagarlo: el abismo ganadero que ante nosotros se abre en la semana que entra es insondable.


Para este primer domingo de la Feria del Isidro la división de márketing de Plaza1 diseñó una corrida de Baltasar Ibán, que no hizo presencia en Las Ventas el año anterior, y contrataron los servicios toreriles de Alberto Aguilar, Sergio Flores y Francisco José Espada. Al finalizar el paseo hay una ovación:

-¿Y esto?, dice un señor sentado sobre un periódico.
-Es por Alberto Aguilar. Porque se retira del toreo.
-¿Por qué?
-Porque no le contratan.

Luego, después de recoger Alberto Aguilar la ovación desde el tercio, es la hora de otro Martín, don Gabriel Martín, que ataviado estrafalariamente de barquillero del Retiro, descorre el cerrojo del portón derecho de los toriles para que haga acto de presencia Arbolario, número 13, negro, que se demora unos momentos cabe la puerta por la que acaba de salir, mirando con enorme atención todo lo que se abre ante su vista y, probablemente, sorprendido de ver una entrada tan raquítica en los tendidos. Un monosabio anda distraído por el callejón, acaso soñando con los équidos a los que cuida, y Arbolario rápidamente se da cuenta de esa circunstancia acudiendo de manera vigorosa a ver qué es esa gorrilla encarnada que se mueve por allí. Sólo la salida del toro y ese interés por algo que se mueve tras de la barrera es la señal de que hoy no se ha ido a la Plaza a ver otra corrida más, de que hoy habrá toro en el ruedo y que, por tanto, las posibilidades de aburrimiento quedan disminuidas de manera exponencial. Para hacerse una idea, este toro era por así decirlo, la cara opuesta de Orgullito, y en él había ya una declaración de principios respecto a la manera de criar toros de quien nada debe a nadie. El toro demostró principalmente a lo largo de su vida pública su condición de manso, pero mucho cuidado con dejar ahí la reseña, porque esa mansedumbre que es tan consustancial a la cría del toro de lidia, iba acompañada de una permanente promesa de cogida para aquellos que se tenían que poner delante de él. Alberto Aguilar llevaba con él como picadores a los Sánchez, Francisco Javier y Juan Carlos, y fue el primero de ellos el que tuvo que poner la puya en la espalda de Arbolario, que no hizo una pelea de las que hacen época y que en la segunda vara estaba más en quitarse el palo de encima que en lo de empujar propiamente dicho. Llegó a banderillas el toro con una evidente intención de medir a los de los rehiletes, de esperar y, una vez puesto en marcha, de cortar el viaje. Nada grato de banderillear resultó el toro para Ramón Moya y Pascual Mellinas. Llegado el tercio de muerte, Alberto Aguilar se dispuso a recitar su tema en el tercio del 9 sabiendo perfectamente que no iba a encontrar ayuda en Arbolario que se le colaba y marcaba su peligrosidad por ambos pitones, aunque la mayor parte de la propuesta del matador fue por el derecho. La papeleta hubiera sido de aúpa para Manzanares, que no ha visto toros así en su vida, pero Alberto Aguilar, que tiene su carrera plena de toros de Palha, de Adolfo, de Victorino, de Ibán, de Escolar, se dio cuenta en seguida de las condiciones del bicho, especialmente de lo malaje que era por el izquierdo, y resolvió la papeleta de manera aseada y digna.

Cuando sale el segundo, un castaño precioso, puro trapío, llamado Gallito y herrado con el 15, la niña bonita, y se pone a otear los tendidos semi vacíos, de igual manera que su hermano, antes de echarse a ver qué es eso de los capotes, nos relamemos de gusto de que aún haya toros en el campo con esa cosa llamada personalidad, que tan poco abunda. Lo recibe Sergio Flores de capa, con el toro apretándole para adentro, y el mejicano consigue salirse con él manejando el capote con soltura, que sólo le faltó que no le hubiesen salido enganchadas las dos medias verónicas que intentó para haberse llevado una merecida ovación. Este toro lo picaba Óscar Bernal y, la verdad sea dicha, hoy no era su tarde. El toro empujó con bastante más clase que el que le había precedido y recibió unos lanzazos de los de retirada del carnet, que lo mismo había que poner un carnet por puntos para los picadores. En banderillas se va cortando el viaje a Fernando Téllez en el primer par, que clava una y gracias, y entra con más franqueza al segundo par, que Téllez no se fiaba ni de su sombra y le puso un par de sobaquillo con un evocador aroma al Joselito Calderón de sus tiempos de plata. El que puso un par soberbio por el pitón derecho, reuniendo en la cara con gran torería fue Jesús Robledo “Tito”. Luego llegó el momento de la verdad y, por un momento Sergio Flores nos puso la miel en los labios, pues comenzó su trasteo de manera harto canónica citando con verdad, dejando muy bien puesta la muleta para ligar la serie y cayendo hacia adelante en la resolución de los muletazos. Las condiciones del Ibán eran menos agresivas que las de su predecesor y en el primer tramo de la faena Sergio Aguilar le dio fiesta al toro y nos la dio a los que estábamos sentados en la dura piedra. La faena es a menos porque el matador decide no proseguir en ese camino y cede el terreno al toro, a lo que el toro responde de manera distinta. Lo mata de estocada entera y trasera, y nos deja esperando que salga el quinto a ver si lo bueno del apizaquense es ilusión o realidad.

El tercero, qué cosas, sale lo mismo que sus hermanos, mirando, comprobando las características del sitio en el que va a morir, sin prisas por irse a los cites que se le proponen. Este es Mexicano, número 24, que ya hubiese sido casualidad que le hubiese tocado a Sergio Flores, otro castaño que proclama su buena crianza y su trapío, excelentemente armado. Lo pica de manera efectiva David Prados y el toro cumple. En banderillas la cosa cambia, ahí Mexicano persigue a Gómez Escorial haciéndole tomar el olivo y recibe un buen par de Jesús Arruga, que hoy parece que la tarde era de los terceros, y a la salida del tercer par hace hilo con Pascual Mellinas al que saca literalmente de la Plaza obligándole a tirarse de cabeza al callejón con capote y todo. El toro tiene un son espectacular en el tercer tercio, con una bella embestida plena de vida y de emoción, pero no regala nada, porque hay que torearle y poner encima de la mesa argumentos de mando y decisión, cosa que no recibe a medida que avanza el trasteo. En realidad Espada no plantea la faena que pide el Ibán, sino un megamix de moderneces por las afueras y pata atrás en el que, como un fulgor, hay un espléndido cambio de manos con un natural superior. Bien es verdad que el de Fuenlabrada se presenta en Las Ventas ante un toro de muy buena nota con 8 paseíllos en el año anterior, que sumados a los 6 del año 16, hacen 14 corridas en dos años. Ante las dudas sobre cómo actuar Francisco José Espada opta por hacer lo que puede en diversos terrenos de la Plaza y, aunque es recriminado porque es evidente que el toro se va sin torear, un eficacísimo uso del estoque desata la peticioncita que, auxiliada por la cucamona de los benhures de la mula de cada tarde, pone un tibio apéndice de Mexicano en sus manos. 

El segundo toro de Alberto Aguilar es Lastimoso II, otro castaño que hace una salida similar a la de sus predecesores y que cuando entra en la jurisdicción del capote se frena de manera seca. Se dispone a picarlo Juan Carlos Sánchez y cuando el animal recibe el pinchazo de la puya comienza a dolerse de una manera espectacular, como el “toro” de un rodeo de esos que hacen en Texas, rodeando al penco y tirando derrotes como una furia. Apetecía ver al toro ir en la segunda vara, pero ya se encargó Ramón Moya de meterlo al relance al penco para que nos quedásemos sin ello, pero el Lastimoso II comenzó a empujar con fuerza y fijeza al aleluya y a llevarle hacia el burladero del 9 donde el caballo se riló, dejando pillada la pierna del picador que, durante unos interminables segundos, mantenía al toro sujeto con la garrocha como en una estampa de las de Perea en La Lidia. Luego don Justo Polo cambió el tercio y nos quedamos con un palmo de narices los que queríamos ver la evolución del toro. El toro acude con presteza a los cites para banderillas y obliga a Pascual Mellinas a abalanzarse al olivo, que vaya tarde. El toro tenía una embestida emocionante, sin asomo de aquella brusquedad del capote; había cambiado y demandaba una faena, pero hoy no era el día para que Alberto Aguilar la hiciera, y en ningún momento puso sobre el arenal de Las Ventas un solo argumento que pueda ser resaltado.

Con la incertidumbre de si Sergio Flores se queda del lado de los buenos o de los malos sale a la Plaza Lastimoso I, número 45, otro negro, al que Luis Miguel González pica de pena, lo que se dice mal en la primera entrada y mal en la segunda. El toro medio cumple en el tundimiento que le hacen en varas y llega con pies y ganas de embestir a los banderilleros, que a este le toca banderillear a Pirri en el estilo propio de su casa. Y cuando llega la cosa de la muleta, Sergio Flores opta por no arriesgar un alamar y dar una visión de sí mismo harto conservadora del propio físico. Nada que reseñar de su segunda actuación. No hizo falta que nos echase un jarro de agua fría, porque el vientecillo ya lo era con suficiencia.

Francisco José Espada se vio con la orejilla y el hombre intentó lo del 1+1, que en Las Ventas a veces funciona. Barberito, número 16, era el postre de esta interesantísima corrida. En la primera de sus entradas al arre se quedó ahí empujando mientras El Legionario le medía el castigo y en la segunda vara el toro cantó la gallina de lo poco que ya le interesaba la combinación de faldillas guateadas al frente y acero afilado arriba. Se fue a banderillas con decisión, apurando a Jesús Arruga, y creó grandes dificultades en el último tercio en el que Espada pensó que a lo mejor a base de cercanías, de susto, de aguantar parones y de meter miedo al respetable ahogando al toro conseguía sus fines. No fue así y, además, el bicho se puso en plan complicado para lo de la muerte, que no me extraña porque nadie quiere morirse con cuatro años.

Hoy Baltasar Ibán nos ha dado una interesantísima corrida de toros con las complicaciones y las bondades que les son propias, las cosas de la casta, pero esto no es gratis, esto hay que pagarlo: el abismo ganadero que ante nosotros se abre en la semana que entra es insondable.

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