la suerte suprema

la suerte suprema
Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 12 de mayo de 2025

Feria de San Isidro. La decepción de Fuente Ymbro prolonga la limpia de corrales, con Perera, Ureña y Ginés de pingüinos en un infierno polar. Márquez & Moore

'..La terna encargada de hacerse cargo de todo lo antes expuesto estaba formada por Miguel Ángel Perera, veintiún años de matador de toros, de verde manzana y oro; Paco Ureña, casi veinte años de matador, vestido de tabaco y oro; y Ginés Marín, nueve años de alternativa, de
 grana y oro..'


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
No vamos a negar que hoy era la primera vez que íbamos bajando por la calle de Alcalá, camino de Las Ventas, ilusionados por ver la de Fuente Ymbro. Con el recuerdo de la interesante y variada corrida con la que se despidió de Madrid el año pasado, corrida de cierre de la Feria de Otoño, nos íbamos imaginando que lo mismo hoy había tenido la ocurrencia don Ricardo Gallardo de hacernos otro regalo de la misma condición, para seguir reivindicando su vitola recién ganada, pero algún hado funesto se atravesó entre nuestros deseos y la realidad para que la pasión por Fuente Ymbro se aminorase con el baño de realidad que supuso el que dos de los seis fueran expulsados de la exhibición pública. De los cuatro Ymbros que se quedaron hasta el final el que más gustó a la parroquia, que le despidieron con una fortísima ovación, fue el cuarto, número 184, de nombre Amargado, que fue una constante y codiciosa máquina de embestir, un poco a menos, que en varas no obtuvo ni el aprobado raspado. De los otros tres el único que cumplió en varas fue el segundo, Heráldico, número 75, y el de peores trazas el sexto, Señorío, número 212, por feo, basto y cobardón.

Dentro de la limpia de corrales a la que venimos asistiendo estos días, hoy nos tenían reservadas dos prendas de la ganadería Chamaco, antes Carmen Borrero, que atendían por Fantasmón, número 20, y Rompeola, número 8, ambos de 09/2019, que no han llegado a cobrar el sexenio por cuestión de meses y que desdijeron completamente todo lo óptimo que tantos alaban de su «casa madre», la seminal Jandilla, demostrando, acaso por lo corraleados que estaban, unos modos y unas formas netamente mansas y desabridas y exhibiendo aspecto de practicantes del culturismo que se han pasado con las proteínas.

La terna encargada de hacerse cargo de todo lo antes expuesto estaba formada por Miguel Ángel Perera, veintiún años de matador de toros, de verde manzana y oro; Paco Ureña, casi veinte años de matador, vestido de tabaco y oro; y Ginés Marín, nueve años de alternativa, de grana y oro.

La primera sorpresa fue que el primer Ymbro se fue por donde había salido, conducido por los bueyes de don Florencio, pues se quedó hecho polvo en el primer capotazo que le dio Perera. Mal empezamos. Ahí salió, entonces, el primero de los Chamaco, un castaño con más mili que el palo de la bandera, que en seguida explicó que lo suyo ni era la bravura ni era la fuerza. Salió del chiquero como el que va el lunes a la oficina, mirando a todos lados, a enterarse de las dimensiones del nuevo corral al que creía que le habían llevado. Luego se tragó un puyazo como el que se traga una medicina, y el segundo no le interesó ya lo más mínimo. En la cosa de los palos sacó su falta de fortaleza a base de echar la cara arriba y entorpecer. Y en el vis a vis con Perera no le dio lo que se dice ninguna facilidad. Ya hemos dicho algunas veces que cuando torea Perera nos gusta contarle el número de pases que da, y a este primero de su lote le dio sesenta antes del mitin con la espada. 
A favor del de La Puebla del Prior diremos que desde el principio se le vio sobrado de oficio y de facultades, y que gracias a esas circunstancias soslayó las muchas faltas que presentó el toro, los derrotes sin venir a cuento, su tendencia a huir a tablas y, en general, la falta de clase del animal. La cosa toricida se quedó en estocada, tres o cuatro descabellos y, en la parte musical, dos avisos.

El primer Fuente Ymbro de lidia ordinaria correspondió, pues, a Paco Ureña. Heráldico, como antes se apuntó, cumplió en su encuentro con Juan Melgar. Hubo pique de quites entre Ginés Marín, por chicuelinas, y Ureña, que dejó unas ceñidas gaoneras de mucho cuajo. Parece que el toro se mueve en banderillas, aunque las trazas son de no ir sobrado de fuerzas. El inicio de Ureña, sin prisas, es por estatuarios. El matador en el centro del platillo, que es algo que cada vez se ve menos, cita al toro por redondos, en el tercero el animal se cae en plancha. Vuelve a la carga con el mismo argumento y saca la serie más completa, rematada con dos de pecho. Parece que puede haber lío, pero de pronto la cosa se viene abajo cuando Ureña empieza a pasarse el toro a buena distancia y cuando cambia los terrenos, acaso por el viento, hacia el tercio, todo aquel conjunto apunta a poca cosa. Un natural muy largo y mandón es un puro espejismo. Faena a menos que se remata con pinchazo y estocada caída.

Regatero, número 149, es el primero del lote de Ginés Marín. Lo primero que le tocó al animal fue sufrir el paso por la pésima técnica en varas de Guillermo Marín. El toro va a durar muy poco, eso ninguno la sabíamos, pero Ginés se plantea la cosa como una larga amistad, por eso la mejor parte del animal se le va en florituras y colocamientos, aunque destacaremos el inicio por bajo, con sus trincherillas y un buen natural, para luego dar pie a la enésima repetición de los tres mandamientos del neotoreo: no te cruzarás, con el pico citarás, en paralelo torearás, con los que consigue ser vitoreado por cierto público, acorde a lo profetizado por las famosas brujas: «foul is fair» (feo es bello) Es verdad que entre las condiciones del toro y el desinfle de la faena, el entusiasmo fue decayendo, pero si llega a matar a la primera lo mismo le hubieran pedido un trofeo. En cambio el pinchazo y la estocada caída que cobró no le reportaron nada.

Cuenta quien lo sabe que cuando se casó Perera, Ricardo Gallardo le regaló cincuenta vacas y un macho. Esperamos que no se le haya ocurrido mezclarlo con lo de su suegro, si quiere que de ese espléndido regalo le puedan salir productos como este Amargado para la cosa de la muleta, porque ahí tenemos en cuarto lugar al toro de la tarde en lo tocante a la muleta, una máquina de embestida humillada y amable, sin un mal gesto ni una impertinencia. Antes de nada diremos que la faena que le esperaba a Amargado sería también de 60 pases, de los cuales los siete primeros son realmente explosivos, con el torero en el platillo de rodillas, pases cambiados por detrás y luego ya de pie un natural larguísimo, templado y de puro dominio enroscándose al toro. 
La Plaza se viene abajo y Perera decide dar distancia al toro y citarle de lejos sin recibir un enganchón; a base de temple y de oficio va construyendo su obra que, sin ser excelente, sí da una dimensión mejor de Perera que la demostrada en los últimos tiempos, a años luz de ese torero plomizo y aburrido que ha venido siendo. 
A partir del muletazo 25 el toro cambia y se entrega con menor agrado que en el inicio del trasteo. Ahí hubo un momento en el que el viento deja al descubierto al torero y, tras el susto, un intento de recomponer la magia, aunque el toro es ya más tardo. Otro tremendo y larguísimo natural es lo mejor de esta segunda parte. Dos pinchazos y una estocada en «el rincón de Julián», trasera y desprendida, son su balance en lo de los aceros, y en la parte musical, un aviso.

Cuando don José Luis González y González sacó el trapo verde para echar al Fuente Ymbro es como si se lo hubiera sacado a la mitad del aforo de la Plaza, que aprovecharon la circunstancia para poner pies en polvorosa huyendo del viento helado. La segunda prenda sobrera de Chamaco le tocó, pues, a Ureña. Cuesta un mundo picarle, porque ni se quiere arrimar a las faldillas del equino, no da ni media facilidad a Agustín de Espartinas y a «Azuquita» en el segundo tercio y llega a la muleta de Ureña mirón, reservón, embistiendo a oleadas y soltando derrotes sin venir a cuento. Ureña se faja con el bicho, más de lo que merecía, intentando sacarle algo en claro de sus descoordinadas embestidas y sus derrotes sin ton ni son. Es cierto que el animal no atacaba a herir y acaso eso hace concebir a Paco Ureña la esperanza de arrebatarle una o dos tandas, pero la imprevisibilidad de las acometidas del toro no consigue que su esfuerzo sea recompensado. Las gentes, ateridas, claman por que aquello acabe y Ureña despacha al cacho de carne de dos pinchazos y una estocada caída.

Nueva huida del público antes de que salga Señorío y se acabe de una vez este infierno polar. Los tres peones de Ginés van de verde: Joselito Rus de salvia e hilo blanco, Fernando Pérez de verde y plata y Víctor del Pozo lo mismo. Del tercio de varas ni hablamos. En banderillas, Víctor del Pozo deja dos buenos pares. 
Luego Ginés se enfrentó al bicho, que se merecía un cencerro al cuello, presentando de nuevo las mismas trazas que en su anterior comparecencia, entre las que resaltamos de manera específica el uso del pico de la muleta. Las gentes esperaban con ansia el momento de la estocada: el frío se había hecho el amo de la tarde. Me dicen que Ginés se dio una vuelta al ruedo al caer el toro, pero para entonces ya habíamos huido de la nevera.


Ricardo Gallardo


ANDREW MOORE
















FIN

SAN ISIDRO - 3ª de Feria. UN GRAN TORO, UNA GRAN FAENA Y UNA ESPADA MALDITA / por Juan Miguel Núñez Batlles

Miguel Ángel Perera / Fotos: Plaza1

'..Pues, qué contrasentido, no se puede torear mejor, ni matar peor. De modo que esta última circunstancia también se volvió en contra del reconocimiento final que se debía al astado, largamente ovacionado en el arrastre, empero al no haber trofeos para el torero, tampoco nadie pidió la vuelta al ruedo para los despojos de tanta bravura y emoción en sus embestidas..'


SAN ISIDRO - 3ª de Feria
UN GRAN TORO, UNA GRAN FAENA
 Y UNA ESPADA MALDITA

Por Juan Miguel Núñez Batlles
Así hay que resumir la tarde de hoy en Las Ventas: la buena casta y la clase del toro de nombre "Amargado" de Fuente Ymbro, la estupenda faena a éste de Miguel Ángel Perera, y finalmente el estrepitoso fallo a espadas cuando sólo faltaba eso, la estocada que debió dar paso a la soñada Puerta Grande.

Pues, qué contrasentido, no se puede torear mejor, ni matar peor. De modo que esta última circunstancia también se volvió en contra del reconocimiento final que se debía al astado, largamente ovacionado en el arrastre, empero al no haber trofeos para el torero, tampoco nadie pidió la vuelta al ruedo para los despojos de tanta bravura y emoción en sus embestidas.

Un toro muy cuidado en los dos primeros tercios cuando todavía no se había definido. Algo vería Perera bueno en él para medir sus propios lances y los de "El Fini", encargado de lidiarlo. Leve castigo en varas, como recomienda este torero en los toros de su agrado, y brindis a la concurrencia, que es otro dato para sospechar de que a continuación iba a pasar algo grande. Y vaya si pasó.

Miguel Ángel Perera

Desde el primer momento, en la misma boca de riego y de hinojos, cuatro pases cambiados con eco de clamor. Ya no bajó el diapasón. A partir de ahí y al recuperar el hombre la vertical para recrearse en un larguísimo, templado y ajustado natural, en línea absolutamente curva, la plaza fue un manicomio de olés. Ya no dejaron de escucharse los ronquidos de aprobación característicos del tendido venteño. Pues qué manera de torear en series cada vez más abundantes por una y otra mano. En tanto el toro "se comía" materialmente la muleta, por abajo, todo por abajo, haciendo lo que en la jerga se dice "el avión", puesto que planeaba sobre el engaño ligeramente más inclinado el pitón de dentro (el más cercano al cuerpo del torero) como un aeroplano cuando busca el giro para tomar tierra. La embestida, de mucho ímpetu, venía siempre cosida a la muleta. Y ni un enganchón, mucha ciencia y torería para hacer el toreo seguido, ligadísimo, sin solución de continuidad. Toreo interminable e inmaculado al que todavía Perera quiso poner "alegrías" finales con unas manoletinas muy ajustadas. Qué manera de torear.

Pero, ay, el pero, todos los manes en contra en lo que debió ser la suerte suprema. Mejor no volver a recordar. Para los curiosos -ojalá que no lo lean con morbo-, queda escrito en la FICHA al final de esta crónica.

El mismo Perera había lucido firmeza y poderío en su primero, el primer sobrero de Chamaco, sujetándolo entre las rayas, exigiéndole hasta que se paró.

Paco Ureña

Ureña, con un lote infumable, hizo un notable esfuerzo. Le costaba mucho a su primero seguir el camino que le marcaba, de modo que tuvo que aplicarle la receta de citar con la muleta retrasada para robarle los medios pases, además espaciados la mayoría de ellos.

Y con el quinto, el otro sobrero de Chamaco, se jugó materialmente la vida para lo poco agradecido que fue "el marrajo".

-Ginés Marín

Marín toreó con mucha suficiencia y aplomo a los dos de su lote. En su primero, siempre a menos "cositas" sueltas, como un natural muy lento de mucha envergadura, pero hasta que se quedó sin oponente. Y en esa tónica en el sexto, al que mató estupendamente. Hasta ahora la estocada de la feria. Sin duda fue la razón por la que dio la vuelta al ruedo.

FICHA DEL FESTEJO. - Cuatro toros de Fuente Ymbro, bien presentados, mansones y yendo a menos, con la excepción de cuarto, un gran toro, bravo y con clase, ovacionado en el arreastre; y dos sobreros de Chamaco, el primero, abanto y con escaso brío, y el quinto, manso y violento.

Miguel Ángel Perera: estocada y cuatro descabellos (dos avisos y silencio); y pinchazo, estocada caída, estocada que "hace guardia" y descabello (aviso y gran ovación).

Paco Ureña: pinchazo hondo y estocada corta (aviso y silencio); y tres pinchazos y estocada caída y dos descabellos (aviso y silencio).

Ginés Marín: pinchazo y estocada baja (silencio); y buena estocada (vuelta al ruedo).

Lleno sin apreturas en tarde primaveral, aunque refrescó en la segunda parte del festejo.

domingo, 11 de mayo de 2025

«Aquí se muere de verdad» / por Alejandro del Río Herrmann


Traza José Bergamín en 'El toreo, cuestión palpitante' una comparación entre la tragedia griega y la corrida de toros. En ambos espectáculos vemos al hombre enfrentado a su atroz destino mortal.

«Aquí se muere de verdad»

Alejandro del Río Herrmann 
Hay en el rico y chispeante acervo del anecdotario taurino casos que, a más del chascarrillo y el dato curioso, alcanzan calidad ejemplar. Uno de ellos es el que se cuenta de Francisco Arjona Herrera (o Guillén, segundo apellido con el que se anunciaba), Curro Cúchares, maestro pródigo en lances de ingenio verbal, como también lo fueron Rafael Guerra, 'Guerrita', o Rafael Gómez Ortega, 'el Gallo'. Lidiando Cúchares en la plaza de Madrid (el coso de la Puerta de Alcalá) un toro complicado, dizque le espetó unas palabras el actor y literato Julián Romea, a lo que el matador dio en replicar:

«Le brindo a usted este toro para que vea que aquí, en el ruedo, uno puede morirse de verdad. Y no de mentirijillas, como hace usted cada tarde en el escenario».

Sea como fuere del suceso y del dicho (transcribo la versión que da Santiago Sánchez Traver en su biografía de Cúchares), lo que me importa es su valor de categoría. Pues la anécdota, cargada por cierto de un notable efecto teatral, invita a pisar terrenos más comprometidos. Me refiero al mentado vínculo, del que la tauromaquia no sería sino mostración privilegiada, entre muerte y verdad. Acaso no sea una vana coincidencia, por otra parte, que la frase «morirse de verdad» venga puesta en boca de quien dio nombre al toreo, conocido como «el arte de Cúchares».

De la muerte han hablado los toreros. En las conversaciones con maestros del toreo debidas a François Zumbiehl tenemos magníficos testimonios de esto. Para Pepe Luis Vázquez, la muerte «no solamente es compañera nuestra, sino que la vemos por allí», «la muerte está allí, y casi se ve». Según Luis Miguel Dominguín, «la muerte es un metro cuadrado que anda dando vueltas por la plaza. Lo que pasa es que no hay que pisarlo en el momento en que el toro viene hacia uno». La muerte acompaña acechante al torero como peligro de muerte que lo obliga a estar constantemente alerta, a no descuidarse y emplearse con despierta atención en bien hacer la suerte.

La suerte o la muerte tituló Gerardo Diego su 'Poema del toreo', libro engarce de lances, estampas, evocaciones, homenajes. En 'Adiós a Manolete' oímos: «La balanza equilibra/ la suerte y muerte igual./ Islero a Manuel reta./ Manuel a su isla va». En 'Pase de la muerte': «Todo –la muerte o la suerte–/ pende de un hilo sutil». El torero asume el reto, no de ir a la muerte (tal cosa es un contrasentido taurino), sino de ir hacia ella, a su encuentro… para sortearla, siempre pendiente de un hilo, de un fragilísimo equilibrio. Salta al ruedo a citarse con la muerte. Literalmente, a citar a la muerte.

En 'El pase de la muerte', conferencia impartida en el Instituto de las Españas de la Universidad de Columbia en 1930, sostenía Ignacio Sánchez Mejías: «El toro es el peligro, la muerte». Y recalcaba lo evidente: «Porque los toros dan cornadas, hieren, matan. El toro es la muerte». Si en la vida no se puede esquivar la muerte, dice, enfrentarse con ella en la plaza es inevitable. De ahí, añado, el carácter paradigmático de la lidia, que muestra a las claras, en su trato sin tapujos con la muerte, lo que fuera del ruedo por regla general queda oculto, como si la vida fuera vivible y pensable sin tener que habérselas con la muerte. Justo esto es lo que hace el lidiador… jugando con la muerte, burlando al toro. Desde los tanteos iniciales con el capote, el torero invita al toro a este juego mortal.

Federico García Lorca, en su 'Juego y teoría del duende' (que bebe en las ideas taurómacas de Sánchez Mejías, como ha mostrado José Javier León), lo describió con una imagen precisa: «El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego». Pero entendámonos bien. Torear, aclara el poeta, no consiste en jugarse la vida sin más, «plano ridículo, al alcance de cualquier hombre», en el que actúa el temerario (no el valeroso) «que asusta al público». Torear de verdad es estar «mordido por el duende». Solo entonces el matador vence a la muerte, mata a la muerte matando al toro. Es, en palabras de Sánchez Mejías, «el triunfo de la vida sobre la muerte. El suceso sobrenatural necesario».

Aquí, en el ruedo, se muere de verdad. Muere el toro por sobrenatural necesidad. Muere el torero por natural percance. Lorca cantó la muerte de Sánchez Mejías en su inolvidable elegía: «¡Eran las cinco en sombra de la tarde!». Como señala Andrés Amorós en su comentario del Llanto, es esta «la hora de la verdad. Pocas expresiones definen mejor la esencia profunda de la tauromaquia». Porque «morir de verdad» no es la sola muerte natural. «¡También se muere el mar!», exclama el poeta. El 'Llanto', sin embargo, concluye con estos versos: «Yo canto su elegancia con palabras que gimen/ y recuerdo una brisa triste por los olivos». Verdad es que el amigo ha desaparecido para siempre. Pero la verdad del canto perdura.

Como perdura el «clavel rojo en la arena» con el que Florence Delay recuerda y recrea, en su verdad torera, las cogidas mortales de algunos grandes maestros. Asociada a los nombres de estos resuena la muerte que a cada uno acompañó y tocó en suerte, la muerte que, gracias a esos nombres, tiene también un lugar en la memoria: Barbudo, Perdigón, Desertor, Matajacas, Bailaor, Pocapena, Fandanguero, Granadino, Islero, Avispado, Burlero, Pañolero…

Traza José Bergamín en 'El toreo, cuestión palpitante' una comparación entre la tragedia griega y la corrida de toros. En ambos espectáculos vemos al hombre enfrentado a su atroz destino mortal. Pero mientras que uno cumple su designio artístico precisamente por ser una representación fabulosa, en el otro asistimos a la realidad de un hombre que «en aquel trance peligroso de torear» se está jugando, y este es el punto decisivo, «no solamente su propia vida, sino el sentido y razón mortal de esa vida», lo que Bergamín llama «su significación torera»: «el ser o no ser de verdad un torero, un buen torero». Solo mordido por el duende de ese ser de verdad, volviendo a Lorca, el torero «hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos». Pepe Luis Vázquez lo expresó así: «Debe sobrepasar mucho más la cosa artística que la emoción de la cogida. Es mucho más alta; pero lo otro, aunque en término pequeño, siempre está allí». La verdad del arte hace olvidar la muerte. Pero el arte es verdad porque la muerte «siempre está allí».

El arte del toreo no es de mentirijillas. Ningún arte en puridad lo es. Pero el toreo despliega en acto y de forma eminente la largura propia de todo arte en la lucha con el toro, en el juego con la muerte. 'Vita brevis, ars longa'. Solo afrontando la hora de la verdad significa el arte una lección de vida. «Aquí se muere de verdad». Vale tanto como decir: «Aquí se vive en verdad».
Publicado en ABC 

Feria de San Isidro. Frailunada de pilaricos con remiendos para Urdiales (gatillazo) Galván (el destoreo) y Hernández, la verdad con oreja que hace más ridículas las de Talavante. Márquez & Moore


'..Para la parte de los toreros se trajeron a «trenzar el paseíllo», como pone el que escribe en el programa, a Diego Urdiales, cincuenta años de edad, veinticuatro de alternativa, de catafalco y oro con cabos blancos; David Galván, treinta y tres años, doce años de alternativa, de malva y oro con cabos blancos, y Víctor Hernández, veinticinco años, un año de alternativa, de grosella y oro con cabos blancos..'

Feria de San Isidro. Frailunada de pilaricos con remiendos para Urdiales (gatillazo) Galván (el destoreo) y Hernández, la verdad con oreja que hace más ridículas las de Talavante. Márquez & Moore

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
'Salmonetes ya no nos quedan'¡ blogspot
Para esta segunda corrida del abono los ideólogos que rigen los destinos de la Primera Plaza de Pueblo del Mundo decidieron obsequiar a su clientela con la primera de las comparecencias del apellido «Fraile» en la cosa ganadera. Habrá unas cuantas más, que de estos Fraile no hay desamortización que nos libre, así que de las distintas posibilidades frailunas se optó para comenzar por el 3,1415926535897932384626433832795, que es el número Pi que llevan los toros de la ganadería de El Pilar marcado a fuego en su cadera derecha. El amo del cotarro es don Moisés, y decir Moisés y Fraile es lo mismo que decir Puerto de la Calderilla, donde seguramente que convivan en armonía estos toros de hoy, de origen Aldeanueva, con los suyos de lo de Lisarnasio. Los Aldeanueva fueron la creación de un genio del campo charro que se llamó El Raboso. El hombre se dio cuenta de que con lo de Santa Coloma, aquello que herraba con la marca de la interrogación, no iba a parte alguna y con cincuenta vacas de puro Juan Pedro se organizó su ganadería a la que, él sabrá cómo, la dotó de mayor volumen y de un tipo más basto que el de su origen. Eso de Aldeanueva lo mataba hasta Curro Romero, que con eso queda mucho explicado, y acaso la razón de que Diego Urdiales se suela apuntar a las de El Pilar tenga que ver con su relación con Curro. La cosa es que si quitamos la del San Isidro del año 19, la de la cogida de Caballero, dura y correosa, lo que más recordamos de El Pilar es blandenguería, caídas -en esto siguen la estela de El Raboso-, y como dice el que escribe en el programa, además «acostumbran a tener menos motor».

Al final la frailunada se quedó incompleta, pues por medio de pañolada verde se fueron el quinto y el sexto a la mazmorra, a recibir su merecido de las manos expertas de don Juan Antonio Domínguez. En el quinto hubo una especie de premonición, pues se cayeron dos números de la tablilla, cuando el portador la llevaba al hombro: el 6 y el 0, de los 609 kilos, se fueron al suelo de la misma manera que luego se irían al suelo los seiscientos nueve kilos de Campanero, número 28. Estas dos prendas fueron sustituidas respectivamente por un murubeño de Castillejo de Huebra, que tampoco era un titán pero que aguantaba mejor la cuadripedestación, y por el mítico Riojanillo, número 26, de Villamarta, que llevaba años en el corredor de la muerte de El Batán y que para muchos ya era como de la familia. Hoy fue el día en que, fatalmente, se cumplió su sino inexorable.

Para la parte de los toreros se trajeron a «trenzar el paseíllo», como pone el que escribe en el programa, a Diego Urdiales, cincuenta años de edad, veinticuatro de alternativa, de catafalco y oro con cabos blancos; David Galván, treinta y tres años, doce años de alternativa, de malva y oro con cabos blancos, y Víctor Hernández, veinticinco años, un año de alternativa, de grosella y oro con cabos blancos.

Urdiales quiso hacer su particular homenaje a Curro Romero y decidió tomar como base de su tributo una de esas tardes malas del faraón de Camas, que eso tiene mucho más mérito que ir a la caza del triunfo y el delirio, o sea que de Faraón a Faraón, el del Cidacos se las vio con la masa de carne amorfa y caediza de El Pilar, tal y como el de Camas se las vio con la misma a principios de los noventa, aquella tarde con Curro Vázquez y Finito de Córdoba en la que también echaron dos toros al corral. Al toro apenas lo picó Manuel Quinta, que no estaba el horno para bollos, y protestó a los de las banderillas echando la cara arriba, clamando por su falta de fuerzas. Con la cosa de la muleta no hubo opción de poner en marcha nada por la condición del toro caedizo, Urdiales lo quiere pasar a la media altura, las gentes se encrespan y al final, con un pinchazo, una estocada haciendo guardia y el oportuno uso del verduguillo se acaba la cosa. En su segundo la cosa pintaba algo distinta, porque el toro parecía tener ciertas malas intenciones, por lo que se dio aviso a «Puchano» para que desde lo alto de su atalaya equina le pegase al toro con ahínco de buscador de oro. Se ve claramente que el animal no llena las expectativas del riojano, cuya muleta es movida por el viento como una bandera, circunstancia que aprovecha el veterano torero para irse a por el estoque y finalizar su actuación con una estocada habilidosa echándose fuera. Esta tarde, lo mejor de Urdiales, el paseíllo.

David Galván tiene una especie de poder hipnótico que hace que la Plaza se calle. Con lo difícil que es tener callada a Las Ventas, este hombre no sé cómo lo hace, que las gentes se quedan en silencio viendo su toreo pleno de ventajas, en el que no hay un solo cite que no sea con el extremo del pico, que no hay un solo muletazo en el que su colocación sea ortodoxa, que no hay vez que no aproveche para descargar la suerte de la manera más evidente. Y no sólo es lo del silencio, es que después empiezan con lo de «¡bieeen!» y se contagian unos a otros y parece que estás viendo a Vicente Pastor con el Carbonero de Concha y Sierra -primera oreja que se concedió en la Plaza de Madrid-, y lo que estás viendo es un trailer de vulgaridad, de destoreo, de ventajismo y de falta de compromiso. Puro neotoreo en estado puro es la mercancía averiada que vende David Galván, que se anda por la Plaza con un ensimismamiento y unos aires de gamo en plena ronca que quitan el hipo. Las gentes en plena hipnosis le pidieron la oreja, una en cada toro, que don Ignacio Sanjuán tuvo a bien no conceder, viendo el tamaño de la petición popular.

Y Víctor Hernández, que tuvo la fortuna de encontrarse con la incertidumbre y el peligro de Busca-Oro, número 961, para poder mostrar al mundo y para el mundo lo que hay que hacer al toro que no se deja, que a la mínima se revuelve buscando, el toro que en sus trazas porta la firme promesa de la cogida. El animal cantó su condición en banderillas, donde puso las cosas tensas a «Jarocho» y a «Tito», a base de apretar hacia adentro y de esperar su ocasión arteramente. Cuando Víctor Hernández se va hacia él con la muleta se abre la interrogante de si optará por desafiar el genio y las intenciones de Busca-Oro o se aliviará justificándose en las dificultades del animal. Por fortuna el torero se decide por la primera opción y compone una recia faena de poder a poder en la que nada se da por supuesto, robando muletazos y recibiendo pavorosas tarascadas. La clave de la faena está en la mano izquierda, tanto como en la buena colocación del torero, en su aceptación del riesgo y en su voluntad firme de poder al toro. Hernández se colocó en el sitio en que los toros pegan y ahí tendió su muleta para robarle a Busca-Oro los pases en la suerte natural haciendo un gran esfuerzo por estar por encima de él, y cuando el toro le desarma, el diestro vuelve a la cara sin descomponerse y sin variar el argumento, recibiendo el aplauso sincero de la afición, que valora de manera indudable la firmeza mostrada por el joven torero. A la hora de matar, sin apresuramientos, cita al toro al encuentro cobrando una media estocada en el sitio óptimo que echa al burel al suelo sin puntilla. Muy merecida la oreja, que nos lleva a la odiosa comparación con las dos de ayer de Talavante o con las que algunos insensatos pidieron para David Galván en cada uno de sus toros.

En su segundo, al que «Jarocho» bregó con suficiencia, volvió Hernández a poner sobre la mesa argumentos de gran solidez: el temple y la colocación le permitieron ligar los pases, recibiendo un nuevo desarme en el momento en que podía empezar a cobrar vuelo la faena. Intenta calentar al público con bernardinas, de las que sale medio trompicado y se enfanga con el estoque pinchando por tres veces y dejando una estocada baja.

La primera sustitución que haya a lo largo de la Feria debería ser para Víctor Hernández, que hoy ha estado a un gran nivel, por sus maneras y por su firme decisión.

PS. Es posible que, quizás. algunos de los aficionados que miran las corridas por la TV hayan encontrado más interesante todo el destoreo de Galván que la verdad de Hernández, porque tenemos observado que la insustancialidad del toreo de vaivén queda muchísimo mejor retratada en la TV que lo épico y lo auténtico.



ANDREW MOORE


Lo de Hernández









Lo demás







FIN

Que nos coman los leones / por HUGHES


'..O sea, si yo no lo he entendido mal, y perdonen el atrevimiento: no nos invita el Papa a ninguna facilidad sino al sacrificio, a que nos coma el león (propio) de la «exigencia moral» y el león (ajeno) del ridículo en la metrópoli del imperio decadente, de la Roma que cae. A ser primeros cristianos, no últimos..'

Que nos coman los leones

HUGHES
La ignorancia, al menos en mi caso, invita a aproximarse al papa fisionómicamente. En las fotos de León XIV se percibe una gran serenidad. Hay papidad, valga la expresión. Tiene eso que podríamos llamar un rostro beatífico, que es algo más que tener cara de buena persona. Una expresión que asoma en la sonrisa.

Y antes de que pudiera hacer gesto alguno, ostentarla, la humildad se la vimos en esas fotos peruanas, de impronta misionera, en las que sale en camisa de manga corta, llevada por él como nadie. Creo que el Papa podría poner de moda esa prenda que transmite una especie de firme apocamiento. Fíjense, si no, en el efecto de un estar así, encamisado así, frente a los arremangamientos del verano.

A todos los que papean ahora para arrojarle el Papa al extremismo que todo lo critica, les diría yo: ¿acaso León XIV, cuando solo era Robert Prevost, llevaba vuestras mangas aparatosas, vuestros narcisistas burruñitos de palmeros de todo?

La placidez simpática de su rostro invita a acercarse al Papa, también el deseo de que no nos lo quiten, seamos o no seamos eso tan bonito de «practicantes» (la jeringuilla de la fe). Al Papa se lo quieren llevar al «francisquismo» unos o a la conspiración otros, y además a las primeras de cambio, sin esperar.

Lo bueno de no saber nada de vaticanismos es que solo cabe esperar a lo que haga o diga. Ya que politizamos al Papa, ¡démosle al menos los cien días!

De la lectura de su primera homilía ya podrán sacar mucho los que saben de teología e historia eclesiástica. A los demás nos recalca de primeras que la misión de la Iglesia no es exactamente mundana. Su patrimonio es la revelación de Cristo y por eso es «arca de salvación que navega sobre las mareas de la Historia». Y es importante la preposición.

Cristo es «modelo de santidad», pero también promesa de un destino eterno que «supera todas nuestros límites y capacidades».

O sea, León XIV señala los cables sobrenaturales, lo no inmanente, la revelación y la eternidad, lo ultraterreno. ¡Se agarra bien agarrado al prefijo clave del Más Allá!

El Papa habla luego de las actitudes hacia Cristo de quienes viven en palacios, «personaje curioso» para ellos como mucho, o de la gente común, que lo considera «hombre recto» pero seguible solo hasta cierto punto. Hay grados de aceptación de Cristo, también grados de abandono cuando la cuesta se empina, de decir «hasta aquí llego yo», lo que nos acerca a una palabra importante: el sacrificio.

Habla León XIV de los creyentes y hasta de los bautizados, que han acabado viendo a Cristo como un «superhéroe» o un «líder carismático»; habla muy especialmente de «ambientes donde se ridiculiza o menosprecia» a quienes anuncian el Evangelio, tenido por algo «absurdo», propio de «personas débiles o poco inteligentes». Habla de nuestro mundo, donde la Iglesia queda «reducida», y olvidado Cristo es fácil decantarse por otras «seguridades» que son causa de males sociales y también de sufrimiento. Porque las personas sufren por ello a nuestro alrededor. No parece que el Papa quiera abandonar Occidente en busca de almas más ingenuas y puras, sino (expresión horripilante que les endiño) dar la batalla en las mentes y almas occidentales, también en ellas. Como es matemático, a lo mejor le escuchan…

El riesgo es la ridiculización, el desprecio, el señalamiento, pero qué poco es eso si vemos que lleva reliquias de los religiosos españoles martirizados y cita a Ignacio de Antioquía, al que se lo comieron en Roma dos leones. Actualiza así el martirio o al menos el sacrificio: «Desaparecer para que permanezca Cristo». Se refiere a quienes ejercen un ministerio de autoridad, pero ¿no se lo podrían aplicar todos? ¡Qué maravilla de mecanismo de repente a nuestro alcance!¡Hacerse pequeño, ir desapareciendo!

O sea, si yo no lo he entendido mal, y perdonen el atrevimiento: no nos invita el Papa a ninguna facilidad sino al sacrificio, a que nos coma el león (propio) de la «exigencia moral» y el león (ajeno) del ridículo en la metrópoli del imperio decadente, de la Roma que cae. A ser primeros cristianos, no últimos.
11 de mayo de 2025

SAN ISIDRO - 2 ° de Feria.- CARITATIVA OREJA A VÍCTOR HERNÁNDEZ EN UNA TARDE DESESPERANTE POR LOS TOROS/ por Juan Miguel Núñez Batlles

Víctor Hernández

'..Los toreros pusieron de su parte entrega y valor, lo único que cabía ante la escasa colaboración de los animales, y no se trata de pedir ayuda del toro para el torero, no. El toreo es pelea entre dos, y si uno no quiere...'

SAN ISIDRO - 2 ° de Feria
CARITATIVA OREJA A VÍCTOR HERNÁNDEZ EN UNA TARDE DESESPERANTE POR LOS TOROS

Juan Miguel Núñez Batlles
Los toros de "El Pilar" se cargaron la tarde. Y ni los remiendos de dos sobreros, de Castillejo de Huebra y de Villamarta, respectivamente, llegaron a tiempo y en condiciones para salvarla. Un desastre de corrida por donde se le mire, y ello a pesar de una oreja que paseó el tercer espada, Víctor Hernández, en el ecuador del festejo. Trofeo que solo lo justifica la bondadosa predisposición del público para "ver" triunfos donde no los hay. Público de fin de semana que tiene pocas oportunidades de viajar a Madrid en los días que están anunciadas las figuras. Y cualquier cosa en el ruedo es, o ha de parecer, buena, para justificar así el viaje y la entrada.

Y no es eso. Porque el prestigio y la seriedad de Las Ventas, considerada todavía "la primera, la más importante plaza de toros del mundo", no puede estar al albur de esta sinrazón, además con la connivencia de un presidente, o unos presidentes de escasa afición y menos conocimientos. Las Ventas, hoy, un mercadillo de barrio.

Aunque hay que hacer hincapie en que la piedra de toque, el punto de partida del fracasado festejo, estuvo en los toros.

Sin objeciones a la presentación de la ganadería titular. Diferente cantar el juego de los bóvidos, blandeando más de la cuenta, como el primero, el más inválido de todos; peleando con feo estilo en los montados; tardeando, frenándose y soltando la cara; algunos con peligro "sordo", de los que van pendientes de lo que se dejan atrás. Naturalmente sin ritmo ni continuidad en las embestidas. Si acaso podrían salvarse algo los dos remiendos finales, aunque tampoco ninguno llegó a romper en bueno.

Los toreros pusieron de su parte entrega y valor, lo único que cabía ante la escasa colaboración de los animales, y no se trata de pedir ayuda del toro para el torero, no. El toreo es pelea entre dos, y si uno no quiere...

Diego Urdiales

El primero se quedaba debajo en el capote y sin emplearse en el caballo, rodó por el suelo en los dos primeros muletazos de tanteo. Muestras inequívocas de su absoluta inutilidad. Urdiales no tuvo más opción que la de abreviar. Y algo parecido en el cuarto, que asimismo hizo desigual pelea en varas y no terminó de pasar en la muleta.

El segundo, primero de Galván, sin humillar en el capote, no obstante, se tragó aceptables lances a media altura en el recibo; protestó en varas, quitándose el palo y tirando cornadas al peto, y respondió en un quite por tafalleras de Víctor Hernández en su turno. No parecían malos augurios mas empezó a tomar la muleta.rebrincado y con la cara suelta. Y cuando parecía que Galván podía hacerse con la situación, se negó el astado, distraído y blandengue. No tomó vuelo la faena a pesar del maremagnum de pases. Tanto que sonó un aviso antes de tomar la espada, y luego otro. Excentrica petición de oreja. Y así y todo se marcó Galván una vuelta al ruedo, naturalmente con muchas protestas al iniciarla.

David Galván

El sobrero de Castillejo que hizo quinto cumplió en en el caballo y, aunque con el freno de mano echado, se dejó más en el último tercio. Galván lo toreó de las rayas hacia dentro, resguardándose del viento. Faena un tanto deslavazada a pesar de algún pasaje suelto a derechas que despertó cierto interés. Y otra vez la misma historia, tras meter la espada a la primera, hubo minoritaria petición de trofeo y vuelta por su cuenta con protestas al iniciarla.

Tampoco el tercero cumplió en varas, repuchándose, lo que en la jerga significa entrar y salir sin quedarse en el peto. Como tampoco fue nada claro en la muleta, reponiendo las embestidas. Hernández lo pasó por los dos pitones convencido de sacar algo en claro, y de hecho llegaría a enjaretarle naturales sueltos de buena fractura, eso sí, sin poder evitar varios desarmes. Faena meritoria si no hubiera sido por las interrupciones. Pero faena, quede claro, insuficiente para la oreja. Lo curioso es que no hubo ni una protesta en contra. Ay, Madrid, quién te ha visto...

La faena al sexto, toro que sonó mucho los estribos en el caballo, estuvo cortada por idéntico patrón. Quietud en el toreo fundamental de derechazos y naturales, pero series demasiado cortas. No calentó lo suficiente. Aún así la gente esperaba que metiese la espada a la primera para darle la otra oreja que le abriría la Puerta Grande. Y, por fin, los pinchazos dejaron a todos con las ganas.

FICHA DEL FESTEJO.- Cuatro toros de "El Pilar", bien presentados, desrazados, blandos y difíciles; un primer sobrero, quinto, de Castillejo de Huebra, el único que empujó en el caballo y más toreable que ninguno; y un segundo sobrero, el sexto, de Villamarta, reservón.

Diego Urdiales: pinchazo, estocada desprendida y tres descabellos (silencio); y estocada (silencio).

David Galván: estocada (dos avisos, petición de oreja en el límite y vuelta protestada al iniciarla); y estocada (petición insuficiente y vuelta con más protestas que en el anterior).

Víctor Hernández: estocada corta desprendida (oreja); y tres pinchazos y estocada (aviso y silencio).

La plaza casi se llenó en tarde soleada, pero fría y de viento que molestó en el ruedo.
Madrid, 10 de Mayo de 2025