
'..La terna encargada de hacerse cargo de todo lo antes expuesto estaba formada por Miguel Ángel Perera, veintiún años de matador de toros, de verde manzana y oro; Paco Ureña, casi veinte años de matador, vestido de tabaco y oro; y Ginés Marín, nueve años de alternativa, de
grana y oro..'
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
No vamos a negar que hoy era la primera vez que íbamos bajando por la calle de Alcalá, camino de Las Ventas, ilusionados por ver la de Fuente Ymbro. Con el recuerdo de la interesante y variada corrida con la que se despidió de Madrid el año pasado, corrida de cierre de la Feria de Otoño, nos íbamos imaginando que lo mismo hoy había tenido la ocurrencia don Ricardo Gallardo de hacernos otro regalo de la misma condición, para seguir reivindicando su vitola recién ganada, pero algún hado funesto se atravesó entre nuestros deseos y la realidad para que la pasión por Fuente Ymbro se aminorase con el baño de realidad que supuso el que dos de los seis fueran expulsados de la exhibición pública. De los cuatro Ymbros que se quedaron hasta el final el que más gustó a la parroquia, que le despidieron con una fortísima ovación, fue el cuarto, número 184, de nombre Amargado, que fue una constante y codiciosa máquina de embestir, un poco a menos, que en varas no obtuvo ni el aprobado raspado. De los otros tres el único que cumplió en varas fue el segundo, Heráldico, número 75, y el de peores trazas el sexto, Señorío, número 212, por feo, basto y cobardón.
Dentro de la limpia de corrales a la que venimos asistiendo estos días, hoy nos tenían reservadas dos prendas de la ganadería Chamaco, antes Carmen Borrero, que atendían por Fantasmón, número 20, y Rompeola, número 8, ambos de 09/2019, que no han llegado a cobrar el sexenio por cuestión de meses y que desdijeron completamente todo lo óptimo que tantos alaban de su «casa madre», la seminal Jandilla, demostrando, acaso por lo corraleados que estaban, unos modos y unas formas netamente mansas y desabridas y exhibiendo aspecto de practicantes del culturismo que se han pasado con las proteínas.
La terna encargada de hacerse cargo de todo lo antes expuesto estaba formada por Miguel Ángel Perera, veintiún años de matador de toros, de verde manzana y oro; Paco Ureña, casi veinte años de matador, vestido de tabaco y oro; y Ginés Marín, nueve años de alternativa, de grana y oro.
La primera sorpresa fue que el primer Ymbro se fue por donde había salido, conducido por los bueyes de don Florencio, pues se quedó hecho polvo en el primer capotazo que le dio Perera. Mal empezamos. Ahí salió, entonces, el primero de los Chamaco, un castaño con más mili que el palo de la bandera, que en seguida explicó que lo suyo ni era la bravura ni era la fuerza. Salió del chiquero como el que va el lunes a la oficina, mirando a todos lados, a enterarse de las dimensiones del nuevo corral al que creía que le habían llevado. Luego se tragó un puyazo como el que se traga una medicina, y el segundo no le interesó ya lo más mínimo. En la cosa de los palos sacó su falta de fortaleza a base de echar la cara arriba y entorpecer. Y en el vis a vis con Perera no le dio lo que se dice ninguna facilidad. Ya hemos dicho algunas veces que cuando torea Perera nos gusta contarle el número de pases que da, y a este primero de su lote le dio sesenta antes del mitin con la espada.
A favor del de La Puebla del Prior diremos que desde el principio se le vio sobrado de oficio y de facultades, y que gracias a esas circunstancias soslayó las muchas faltas que presentó el toro, los derrotes sin venir a cuento, su tendencia a huir a tablas y, en general, la falta de clase del animal. La cosa toricida se quedó en estocada, tres o cuatro descabellos y, en la parte musical, dos avisos.
El primer Fuente Ymbro de lidia ordinaria correspondió, pues, a Paco Ureña. Heráldico, como antes se apuntó, cumplió en su encuentro con Juan Melgar. Hubo pique de quites entre Ginés Marín, por chicuelinas, y Ureña, que dejó unas ceñidas gaoneras de mucho cuajo. Parece que el toro se mueve en banderillas, aunque las trazas son de no ir sobrado de fuerzas. El inicio de Ureña, sin prisas, es por estatuarios. El matador en el centro del platillo, que es algo que cada vez se ve menos, cita al toro por redondos, en el tercero el animal se cae en plancha. Vuelve a la carga con el mismo argumento y saca la serie más completa, rematada con dos de pecho. Parece que puede haber lío, pero de pronto la cosa se viene abajo cuando Ureña empieza a pasarse el toro a buena distancia y cuando cambia los terrenos, acaso por el viento, hacia el tercio, todo aquel conjunto apunta a poca cosa. Un natural muy largo y mandón es un puro espejismo. Faena a menos que se remata con pinchazo y estocada caída.
Regatero, número 149, es el primero del lote de Ginés Marín. Lo primero que le tocó al animal fue sufrir el paso por la pésima técnica en varas de Guillermo Marín. El toro va a durar muy poco, eso ninguno la sabíamos, pero Ginés se plantea la cosa como una larga amistad, por eso la mejor parte del animal se le va en florituras y colocamientos, aunque destacaremos el inicio por bajo, con sus trincherillas y un buen natural, para luego dar pie a la enésima repetición de los tres mandamientos del neotoreo: no te cruzarás, con el pico citarás, en paralelo torearás, con los que consigue ser vitoreado por cierto público, acorde a lo profetizado por las famosas brujas: «foul is fair» (feo es bello) Es verdad que entre las condiciones del toro y el desinfle de la faena, el entusiasmo fue decayendo, pero si llega a matar a la primera lo mismo le hubieran pedido un trofeo. En cambio el pinchazo y la estocada caída que cobró no le reportaron nada.
Cuenta quien lo sabe que cuando se casó Perera, Ricardo Gallardo le regaló cincuenta vacas y un macho. Esperamos que no se le haya ocurrido mezclarlo con lo de su suegro, si quiere que de ese espléndido regalo le puedan salir productos como este Amargado para la cosa de la muleta, porque ahí tenemos en cuarto lugar al toro de la tarde en lo tocante a la muleta, una máquina de embestida humillada y amable, sin un mal gesto ni una impertinencia. Antes de nada diremos que la faena que le esperaba a Amargado sería también de 60 pases, de los cuales los siete primeros son realmente explosivos, con el torero en el platillo de rodillas, pases cambiados por detrás y luego ya de pie un natural larguísimo, templado y de puro dominio enroscándose al toro.
La Plaza se viene abajo y Perera decide dar distancia al toro y citarle de lejos sin recibir un enganchón; a base de temple y de oficio va construyendo su obra que, sin ser excelente, sí da una dimensión mejor de Perera que la demostrada en los últimos tiempos, a años luz de ese torero plomizo y aburrido que ha venido siendo.
A partir del muletazo 25 el toro cambia y se entrega con menor agrado que en el inicio del trasteo. Ahí hubo un momento en el que el viento deja al descubierto al torero y, tras el susto, un intento de recomponer la magia, aunque el toro es ya más tardo. Otro tremendo y larguísimo natural es lo mejor de esta segunda parte. Dos pinchazos y una estocada en «el rincón de Julián», trasera y desprendida, son su balance en lo de los aceros, y en la parte musical, un aviso.
Cuando don José Luis González y González sacó el trapo verde para echar al Fuente Ymbro es como si se lo hubiera sacado a la mitad del aforo de la Plaza, que aprovecharon la circunstancia para poner pies en polvorosa huyendo del viento helado. La segunda prenda sobrera de Chamaco le tocó, pues, a Ureña. Cuesta un mundo picarle, porque ni se quiere arrimar a las faldillas del equino, no da ni media facilidad a Agustín de Espartinas y a «Azuquita» en el segundo tercio y llega a la muleta de Ureña mirón, reservón, embistiendo a oleadas y soltando derrotes sin venir a cuento. Ureña se faja con el bicho, más de lo que merecía, intentando sacarle algo en claro de sus descoordinadas embestidas y sus derrotes sin ton ni son. Es cierto que el animal no atacaba a herir y acaso eso hace concebir a Paco Ureña la esperanza de arrebatarle una o dos tandas, pero la imprevisibilidad de las acometidas del toro no consigue que su esfuerzo sea recompensado. Las gentes, ateridas, claman por que aquello acabe y Ureña despacha al cacho de carne de dos pinchazos y una estocada caída.
Nueva huida del público antes de que salga Señorío y se acabe de una vez este infierno polar. Los tres peones de Ginés van de verde: Joselito Rus de salvia e hilo blanco, Fernando Pérez de verde y plata y Víctor del Pozo lo mismo. Del tercio de varas ni hablamos. En banderillas, Víctor del Pozo deja dos buenos pares.
Luego Ginés se enfrentó al bicho, que se merecía un cencerro al cuello, presentando de nuevo las mismas trazas que en su anterior comparecencia, entre las que resaltamos de manera específica el uso del pico de la muleta. Las gentes esperaban con ansia el momento de la estocada: el frío se había hecho el amo de la tarde. Me dicen que Ginés se dio una vuelta al ruedo al caer el toro, pero para entonces ya habíamos huido de la nevera.
Ricardo Gallardo
ANDREW MOORE
FIN