
'..Cosas que los europeos dimos por seguras parece que van encogiéndose paulatinamente hasta que llegue su pronta desaparición. Éste es el caso de la Navidad, fiesta grande para miles de millones de personas que durante muchos cientos de años recordaron con ella el nacimiento de quien creían que era el hijo de Dios..'
Felices fiestas de vaya usted a saber qué
Jesús Láinz
Cosas que los europeos dimos por seguras parece que van encogiéndose paulatinamente hasta que llegue su pronta desaparición. Éste es el caso de la Navidad, fiesta grande para miles de millones de personas que durante muchos cientos de años recordaron con ella el nacimiento de quien creían que era el hijo de Dios. Que en los dos últimos siglos el número de creyentes ha disminuido drásticamente es algo que no hace falta demostrar: por ejemplo, en el Reino Unido se calculan en dos mil las iglesias que habrán cerrado de hoy en cinco años por falta de feligreses, que se han ido muriendo sin recambio generacional. Y junto a la creencia también ha ido desapareciendo lo único que iba quedando de la Navidad: la superficie folclórica de la celebración, las luces y los árboles, la decoración y la cabalgata de los reyes magos, epicentro de unas fiestas exreligiosas dedicadas a los langostinos y los regalos.
Pero ya ni eso, y no solamente debido a la pérdida de la fe. Por ejemplo, la celebración pública de la Navidad se ha cancelado en París por motivos de seguridad; por toda Europa se instalan bloques de hormigón alrededor de los mercadillos navideños para evitar atentados anticristianos; izquierdas e islamistas boicotean, en nombre del antirracismo y de Palestina y al grito de «¡Revolución!», el mercadillo navideño de Viena. Como la izquierda odia la civilización cristiana europea, su siguiente paso es mirar con buenos ojos al islam y considerarlo un aliado revolucionario.
En España gozamos de variantes pintorescas, como esos batasunos sobre los que la prensa informó, hace ya unos veinte años, que buena cantidad de ellos se estaba convirtiendo al islam. La explicación salta a la vista: al ser España una nación de milenaria tradición cristiana y forjada en la Edad Media en la lucha contra el islam, y al ser el cristianismo, como la propia España, cosa de fachas, ¿qué mejor que meterse a musulmán para ser todavía más antiespañol?
La descristianización avanza imparable en todas las esferas, incluidas las más altas. Los ejemplos son incontables desde que en los Estados Unidos, vanguardia de la corrección política, se sustituyera hace ya bastantes décadas el Merry Christmas por el Seasons Greetings para no molestar a quienes no crean que Jesús de Nazaret es el hijo de Dios. Uno muy comentado fue el de la iluminación navideña que instaló en Madrid Alberto Ruiz Gallardón en 2004, consistente en ristras de palabras como serpiente, patatas, lujuria, croquetas, furor, mechero, garaje, desagüe, oscuro, calaña, rabia, mentira, escoria, fantasma, esparto, resaca… Pero relacionadas con la fiesta religiosa que se supone que se celebra ni una. Más recientemente, ya desde hace cuatro años el calendario escolar de Castilla-La Mancha ha sustituido la Navidad y la Semana Santa por «descansos de primer y segundo trimestre».
Hay variantes para todos los gustos. Un lejano conocido que se autodefine patriota y cristiano ha cambiado en su belén el buey y la mula por dos gorrinos para, según me han dicho que dice, impedir que se acerque ningún moro. El belén que representa el nacimiento de Jesucristo, convertido en hogareña reivindicación política. Probablemente se queje de que a otros les dé por decorarlos con ikurriñas o con María y José disfrazados de travestis.
Como contraste, tras haber sido condenado ocho veces por instalar un belén en el ayuntamiento incumpliendo la ley de 1905 que impone en Francia la neutralidad religiosa de los edificios públicos, el alcalde de Béziers, Robert Ménard, ha vuelto a ponerlo este año. El argumento jurídico de los contrarios a los belenes parece inatacable, pero cada día más franceses se preguntan la razón de un celo anticristiano que no se extiende a las manifestaciones públicas de otras religiones mucho menos arraigadas que la católica, consustancial a Francia desde la conversión de Clodoveo en 496. Y la italiana Giorgia Meloni defiende los belenes porque simbolizan el cristianismo y la civilización emanada de él.
¡Disfrutemos del colesterol y el ácido úrico mientras podamos! Que esta juerga no puede durar mucho.
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