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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 10 de octubre de 2025

Madrid. Feria de Otoño. Novillos embestidores sin limitación / por Pepe Campos


Plaza de toros de Las Ventas, Madrid.
Jueves, 9 de octubre de 2025. Quinto festejo de la Feria de Otoño. Novillada sin picadores. Novillos de Ángel Luis Peña para la Final del XIIIº Ciclo «Camino hacia Las Ventas». Media entrada. Tarde otoñal perfecta. El novillero Samuel Castrejón fue declarado triunfador del Certamen. Al finalizar la corrida Samuel Castrejón cortó la coleta al banderillero Agustín Serrano, que de esa forma se despide del toreo.

PEPE CAMPOS
Novillos de Ángel Luis Peña, de sangre Domecq —línea Jandilla—, de presentación aceptable, menos el sexto de menor trapío; sin desarrollar la cuerna; todos nobles; mansos en general, si entendemos que se dolieron en banderillas, por no existir la prueba del caballo; repetidores en sus embestidas de principio a fin. Todos dieron juego. El sexto, un eral, de inferior acometividad, desentonó.

Terna: Pedro Gómez, de Guadarrama (Madrid), de azul noche y oro, con cabos blancos; de veintidós años; lleva dos años sin picadores; escuela taurina de Galapagar; saludos y saludos. Samuel Castrejón, de Pozuelo de Alarcón (Madrid), de rosa palo y oro; de diecinueve años; un año sin picadores; escuela taurina El Yiyo; saludos tras un aviso y una oreja. Ignacio Garibay, de Ciudad de México (México), de azul celeste y oro, con cabos blancos; de dieciocho años; escuela taurina El Yiyo; seis meses sin picadores; silencio y silencio.

No suele ser normal que en la plaza de Las Ventas se celebren novilladas sin picadores, si bien con el certamen denominado «Camino hacia Las Ventas» llevamos algunas temporadas que se ha convertido en parte de la programación de la Feria de Otoño madrileña la final de este ciclo de novilladas. Ayer hubo media entrada para ver a los novilleros que llegaron a la última de estas novilladas. El festejo fue entretenido porque contó con el buen juego del principal protagonista de la fiesta taurina, pues los novillos de Ángel Luis de la Peña no pararon de embestir con nobleza y recorrido, y los novilleros tuvieron que vérselas con las dificultades que conlleva tener que domeñar las acometidas de astados que estaban a punto de cumplir tres años, y que acudieron a los engaños con alegría y continuidad, con bondad, pero con insistencia. Por la razón de la edad —seis meses menos— desentonó el sexto novillo que no llegaba ni en trapío ni en comportamiento a esa pujanza y generosidad que mostraron sus hermanos de sangre Domecq, este encaste dominador en la mayoría de las ganaderías actuales, y que en algunas de ellas —tras la selección— adquiere una explosividad que no poseía al originarse la aventura ganadera con aquellas vacas compradas —en este caso de Daniel Ruiz—. 

Ya sabemos de la importancia de la selección de ejemplares para ir creando y mejorando las ganaderías. Afortunadamente, en este caso, a pesar de encontrarnos de partida con un encaste comercial, con un ápice de docilidad —ese mal de nuestra época—, el ganadero parece querer decidirse por astados con movilidad y con embestidas largas y «sin fin». Estamos hablando de erales y de un festejo en el que no existe la prueba del caballo, donde ya es fundamental el empuje, la fuerza y la fiereza del astado para superar la fase de la bravura, es decir, para llegar a ella con esa consistencia. Falta, por tanto, ver como será el juego de los novillos de Ángel Luis de la Peña, en novilladas con caballos, y a sus toros en corridas formales. Todo un proceso y un camino «hacia Las Ventas».

Sabemos de las dificultades de los novilleros para iniciar sus carreras taurinas, antiguamente estaban las capeas, los tentaderos y un caminar por las tierras de España. Hoy, los novilleros, a la hora de aprender y hacerse, tienen la acogida de las escuelas taurinas, con sus profesores, que se han extendido por doquier, evitando pesares y caminatas, aunque implantando al toreo del futuro matador un sello uniforme, igualador y homogéneo. Es lo que solemos ver una tarde tras otra en las novilladas de los últimos tiempos. Novilleros con muy buena técnica, pero que no se diferencian en sus formas unos de otros. Viene a ser algo que sucede en todos los campos de la sociedad actual. Las personas se parecen entre sí o eso parece. Creemos que se produce por un exceso de didáctica. De un querer enseñar lo normativo a todos por igual, sin atender, tal vez, a la personalidad de cada uno de los alumnos, futuros matadores de toros. 

Decía Domingo Ortega en su conferencia «La bravura del toro», en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en 1960, que el comienzo de su carrera fue muy difícil por la falta del contacto con el toro para ejercitarse —eso sigue siendo igual hoy—, y porque no tenía de quién aprender, pues nadie enseñaba, cuando fijarse en quien lo hiciera bien y escuchar a quien prestara un buen consejo era la base del aprendizaje. Y en esas estamos todavía. En aquellos tiempos cada torero tenía que desarrollar su propia tauromaquia, sin demasiados modelos. De ahí la diferenciación de estilos y de capacidades técnicas.

Hoy el profesor de la escuela taurina parece que da unas normas idénticas, y los alumnos las aprenden a pies juntillas, y desarrollan una técnica útil, suficiente y llevadera, mas el estilo es laminado y se transfiere idéntico. Todo eso está ahí y decide en el futuro de la novillería. Ayer vimos, en el haber de los aspirantes deseos de agradar, y en el debe, digamos, no llegar a torear claramente frente al toro, sino con la puerta abierta de la postura de perfil, y de no decidirse a «coger las herramientas» de mejor manera: en el caso de la muleta, por ejemplo, avanzando esta por «delante del cuerpo del torero, casi tapándole», según aconsejaba el maestro Ortega, en la charla citada, desde donde se inicia la perfección del pase. No queremos decir con ello que los maestros de las escuelas de hoy no lo enseñen así, ni lo aconsejen. La realidad es que no se ve.

De los novilleros de ayer, Pedro Gómez, ante su primer novillo, noble y embestidor, inició su labor con verónicas ganando terreno hasta los medios. En la faena de muleta de igual manera hacia el platillo por medio de ayudados por alto. Toreó mejor en redondo que al natural. Fue una tarea entregada, tal vez, acelerada y despegada —el mayor defecto—. Hay que añadir que la muleta la presentaba en uve y se echaba al novillo hacia fuera. Todo es una cuestión de técnica que se puede corregir. En dos ocasiones perdió la cara al novillo que le pudo coger. Cerró la faena con ayudados. Mató en la suerte natural de estocada baja. 
En el cuarto de la tarde, se fue a porta gayola y la enlazó con dos largas cambiadas y una media verónica. Puso banderillas, donde destacó en un par al quiebro. La faena de muleta la inició en los medios con pases cambiados por la espalda, luego se empleó en muletazos largos, en la segunda raya del ocho, algo despegado. Le faltó ajuste y colocación. Finalizó con manoletinas. Mató de estocada baja que hizo guardia en la suerte natural, y de estocada en la suerte contraria, el novillo dobló en los medios.

Samuel Castrejón, fue el novillero que puso en escena el mejor toreo, a partir del sentido del temple —que le es natural— y por sus rasgos de personalidad, de querer gustarse al hacer el toreo. Dio muchos pases por las dos manos con despaciosidad y templanza llevando enganchados a los novillos. Alternó con otros pases donde ese temple que posee se difuminó y quedó en un ensayo. Si este aspecto central del toreo, Castrejón lo sacó a relucir en su presentación como torero en Las Ventas, dejó en el debe esa manía, que quita profundidad al toreo, de abusar de la posición de perfil, y, por lo tanto de emplear el pico en la trayectoria del muletazo. Con la muleta presentada plana hubiera dicho mucho más. Aún así dejó su sello de clase. Con el capote se mostró más lidiador que artista, lo cual es reseñable. Con la muleta lució con ese temple que hemos señalado. Que es un novillero con personalidad, lo mostró en un «kikiriquí» en su segunda faena que le salió con su aquél. Mató a sus dos novillos en la suerte natural. Al primero de dos pinchazos y una estocada caída. Y al quinto de una estocada desprendida.

Ignacio Garibay, notó algo la responsabilidad. Estuvo encorsetado en muchos momentos de sus dos lidias. Le faltó cierto sosiego. Puso empeño, variedad con el capote, y abusó del toreo despegado y con el empleo del pico. Todo ello mejorable. Mató a su primer novillo en la suerte natural de una estocada caída. Y al sexto de estocada caída en la suerte contraria.

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