Francisco Rivera Ordóñez
Pedro Javier Cáceres
Ayer, tras dieciocho temporadas completas (esta última la inicia en Castellón y culmina en Zaragoza -tras pasar por Valencia, Sevilla, Madrid…-, dato nada baladí en estos tiempos de concentración y suma de festejos en el cogollo, huyendo de fechas complicadas) se despidió -con la discreción que lo había hecho su hermano Cayetano una semana antes- con la satisfacción de poder decir “misión cumplida”; yo lo pienso así.
Han sido 18 ejercicios en que ha sabido gestionar genes, estilos y circunstancias, fiel a los ancestros —siempre-.
Se ha sabido adaptar a ciclos y circunstancias para concluir arriba, se quiera o no: 50 corridas de toros.
Quizá en el subconsciente de la sociedad estaba la orfandad de la Medalla de oro de las Bellas Artes para Paquirri, como para su tío-abuelo Luis Miguel, y a contra corriente (gobierno del PSOE) se hizo justicia en su figura que era el rompeolas de un crisol de tauromaquias esenciales para digerir la Historia del Toreo.
La concesión, como su carrera y su vida personal, no estuvieron ausentes de polémica, absurda y caprichosa.
Por ello creo oportuno reproducir en esta misma tribuna el artículo de entonces como “aurresku” (Las Golondrinas en México), despedida, homenaje y reconocimiento a un hombre, un torero y una trayectoria en el ruedo y fuera, siempre respetando “su clase” y el vestido de luces.
La medalla del amor: hoy te quiero más que ayer…
Han sido 18 ejercicios en que ha sabido gestionar genes, estilos y circunstancias, fiel a los ancestros —siempre-.
Se ha sabido adaptar a ciclos y circunstancias para concluir arriba, se quiera o no: 50 corridas de toros.
Quizá en el subconsciente de la sociedad estaba la orfandad de la Medalla de oro de las Bellas Artes para Paquirri, como para su tío-abuelo Luis Miguel, y a contra corriente (gobierno del PSOE) se hizo justicia en su figura que era el rompeolas de un crisol de tauromaquias esenciales para digerir la Historia del Toreo.
La concesión, como su carrera y su vida personal, no estuvieron ausentes de polémica, absurda y caprichosa.
Por ello creo oportuno reproducir en esta misma tribuna el artículo de entonces como “aurresku” (Las Golondrinas en México), despedida, homenaje y reconocimiento a un hombre, un torero y una trayectoria en el ruedo y fuera, siempre respetando “su clase” y el vestido de luces.
La medalla del amor: hoy te quiero más que ayer…
08-03-2009
Hace más de quince días, viernes 20 de febrero, no sin cierto estupor, se conocía la concesión por parte del gobierno socialista, ¡ojo al dato!, de la medalla de oro de las Bellas Artes, a un torero, presuntamente pero -¡ojo al dato!-, Francisco Rivera Ordóñez.
El desconcierto no fue mayor que otras concesiones anteriores que chirriaban. Entre otras cosas por no saber exactamente que datos tabulaban para detentar “tanto honor” en una mixtura de nostalgia tan discrecional como agraviante con toreros retirados u oportunismo con toreros en activo por un hecho puntual.
Así en ediciones anteriores han sido galardonados Litri padre, Paula, A.L. Bienvenida e incluso la crítica taurina en otro apartado.
Todo se mascullaba intramuros. Una semana hubo de transcurrir para que Morante de la Puebla —se ignora si tronado por habano caduco o manipulado- abriera la caja de los truenos provocando una polémica no más que doméstica; poco más que alimentar esa corrala de vecindonas que es el taurinismo.
Pero otras ocho lunas después tercia José Tomás: y como siempre bajó el pan, se cesó a Garzón, los bancos abrieron el crédito y terminó la crisis.
El de Galapagar, fiel a su estilo, lo hizo de forma callada pero con la intención que se supiera por la variante poniendo a trabajar a la mamporrería de cabecera, refugiado él en sus dos dialectos iconológicos: el dactilológico y el braille.
José Tomás “echó por delante” al maestro Camino, que tuvo la oportunidad de rechazar su medalla en el 2004 después de varias ediciones ninguneado con méritos suficientes para haber sido el siguiente en la línea de sucesión de Antonio Ordóñez (1996).
José Tomás también tuvo su oportunidad de renuncia en 2007, edición posterior de haberlas recibido dos de sus bestias negras: Enrique Ponce y Manuel Molés. No por ser Molés, si no en su condición de periodista taurino y por lo tanto objeto permanente de “vudú” del torero serrano.
La polémica, a una quincena de autos, ha adquirido proporciones desmesuradas. Si bien ha preñado un fin de semana algo ocioso de “chicha”, por provocación a instancia de partes y sus terminales mediáticas, propenso a lo banal como cortina de humo ante tanto fuego cruzado de corrupción entre PSOE y PP.
En calendas prefalleras, calentadas a diario en Valencia con la mascletá, esta polémica está condenada a no dejar ascuas ni rescoldos en la sociedad civil ni más huella que las carcasas. Sí una imagen del toreo de ejército de Pancho Villa; por otra parte su cliché con denominación de origen.
Lo que dudo, es que la Tauromaquia saque réditos de este “desliz” de un gobierno y un ministerio antitaurino que tiene a bien una vez al año —como las señoras de la aristocracia y la nobleza en las mesas petitorias de causas justas-, y de forma inconsciente (por la inercia de un pasado reciente de iniciativa contraria) declarar de forma explícita a “los toros” algo más que una industria o un espectáculo y sí una manifestación, no sólo artística, también bella, eligiendo entre el elenco de sus intérpretes a un profesional.
Y es lo que ha hecho, con mayor o menor acierto dentro de su aversión, prima sobre desidia, por la Lidia.
Punto.
Con estos criterios ha obviado connotaciones de indudables méritos pasados que igualmente hubieran provocado disensos y se ha instalado en el presente sin meterse en los entresijos del “arte” subjetivo y escoger al artesano cuyos datos objetivables soportaran la asepsia de la concesión. Quizá en los argumentos expuestos es donde “l’an futut”, por “gustarse”. En estos casos “dos y la media”.
Rivera Ordóñez es un profesional, y como tal —en cuanto al respeto al vestido de luces- ejemplar. Catorce años en activo de forma ininterrumpida y mil corridas de toros no son fruto permanente de su casuística privada, si no de una renovación permanente, que por la mera erosión, ha ido derivando a una tauromaquia más popular y espectacular —más para todos los públicos- que sus inquietudes de los primeros años como figura del toreo por depurar la vertiente artística dentro del clasicismo y que entonces —desmemoriados- suscitaba el debate sobre si era más Rivera que Ordóñez o viceversa.
“Rabitos de pasa” son menester, ahora, para refrescar una infancia dura, en orfandad casi total, atrincherada en su afición vocacional compartiendo techo y casi lecho en la modesta vivienda de su fiel mozo de espadas.
Tras una presentación espectacular, de la mano de su abuelo, su carrera de novillero fue una especie de travesía del desierto hasta romper como matador de toros, desde el minuto uno, el día de su alternativa en Sevilla.
Por aquellas fechas habían comenzado su andadura otros vástagos, como él, del mejor pedigrí taurino -¿verdad, maestro Camino?-.
Han pasado catorce años, todos han tenido cuota del “colorín”, y el único que sigue vistiendo de seda y oro (a una media de sesenta tardes año) es Francisco Rivera Ordóñez. Francisco, al contrario que sus conmilitones referidos, no ha tenido la justa dicha de ver como sus padres, figuras del toreo, alguno no más que Paquirri, eran reconocidos con la misma distinción.
Aunque solamente sea por ello, ¡vamos a callarnos!
La Medalla de Oro de las Bellas Artes es una concesión genérica y de corte y porte administrativo que no escapa a sospechas de manipulación e intereses como los mismísimos Príncipes de Asturias, por no internacionalizar el compadreo y anotar al margen los Nobel.
Más valdría preocupar al comadreo taurino las vergüenzas de premios específicos del toreo como el reciente Paquiro (10 millones de las antiguas pesetas) o la veterana Oreja de Oro, que tras sus últimos veredictos deberían pasar a llamarse el “Cagancho en Almagro” y el “Despojo de chapa” y que en sus ediciones de 2007 y 2008 —respectivamente cada uno- han perpetrado dos robos de la más baja pasión: a El Cid de los seis “victorinos” de Bilbao como cumbre del 2007 y al Perera del 2008 que en su arrollar en temporada histórica, sin muchos precedentes en los últimos años, se llevó también por delante, en las dos únicas ocasiones en que se encontraron (Cuenca y Valladolid), al “belloartista” proclamado en ambos saraos y que ahora devuelve la medalla y reclama el “rosario de su madre”.
Claro que en dichas ocasiones bajaron la inflación y el euribor, Raúl fue a “la roja”, el Atleti y el Barca juegan la final de la Copa de España con la “rojaygualda” como única seña de ambas torcidas, Esperanza y Alberto se casan por lo civil y en secreto en Las Vegas, los Bardem liberan pacíficamente Irak con un ejército de Hare Krishna….y hasta el telediario de hora golfa de Vallés anunció la resurrección de Franco.
¡Y todos a correr!
Era una falsa alarma, pero por si acaso.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario