La adolfada en manos de "los palmitas"
Con la sombra en la cintura
ellos sueñan en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata
José Ramón Márquez
Segunda entrega de la “semana torista”, que de seguir así vamos a tener que llamarla “semana de pasión” porque a los cuatro cernícalos que aún nos gustan los toros, el animal, nos están tundiendo a sopas con honda. Ayer fue la decepción de Cuadri, apenas aliviada por la violencia del sexto, fuese la causa que fuese la que ocasionó esa violencia, y hoy, con la de Adolfo Martín Andrés, nos echan una gayumbada juampedrera teñida de cárdeno que si llegan a llevar el hierro de Zalduendo hubiesen provocado la remofa de los cabales. Corrida de decepción definida por la intolerable falta de casta del encierro, toros engañosamente vestidos con el color y con las señas que tantas veces han sido las de la esperanza, pero sin ánimo, sin sangre en las venas, sin otra cosa que ofrecer que... toreabilidad, bastante bobería y nada de inteligencia.
Suele contar Vicente, viejo aficionado, que cuando él iba a ponerse a explicar a su padre una corrida que había visto aquí o allá, éste siempre le decía: “Cuéntame sólo lo que han hecho los toros en el caballo”. Quien quiera salvar esta corrida de hoy, que intente explicar su juego en varas y después hablamos.
En suma, decepción mayúscula propiciada por estos adolfos tan ovejunos, tan como lo de todos los días. Y además, otra decepción, porque para una vez que se anuncia Perera con ellos en Madrid, nos hemos quedado sin saber qué habría sido capaz de hacer el extremeño con ellos en el caso de que los toros hubiesen salido como nos hubiese gustado, y me parece que en una larga temporada no vamos a tener ocasión de ver esa función.
La terna de hoy estaba hecha por Ferrera, Urdiales y Perera. Y, la verdad, da mucha pereza hablar de ellos.
Resaltemos lo bueno para que no se nos acuse de derrotistas. De Urdiales, esa torería suya andando por la plaza y unos naturales que, sin lugar a dudas, son lo mejor de la tarde. De Perera ese temple que tan bien administra y un redondo muy encajado en su segundo. De Ferrera...
Ya está. No se puede estirar más este chicle.
Acaso se deba decir que anonada ver a tu Plaza obscenamente entregada al becerro de oro que propagan los revistosos del puchero, vitoreando a un hombre que no ha hecho otra cosa que traer y llevar a un toro bobalicón, dar pases. Acaso se deba decir que entristece pensar que tantos y tan buenos toreros de los años sesenta y setenta que no llegaron a nada, hoy día serían grandes figuras, viendo lo facilón de los públicos y de los toros. Acaso se deba decir que la Autoridad, el Trinidad de turno, debería tener un pensamiento más elevado en cuanto a su misión, a la decencia del lugar que ocupa en la Plaza y al uso discrecional de los pañuelicos mediante los cuales manifiesta su voluntad, y que el Presidente de la Plaza de Las Ventas debe defenderla como el que más, con arreglo al Reglamento.
La Feria ya pesa. La Plaza es un merendero, un bar de copas, un banco del parque, un estercolero. Los públicos no cesan de consumir productos alimenticios, alcohólicos, semillas tostadas, combinados, cervezas... A ver si se acaba esto ya de una vez, toda esa gente se va a sus casas, y así podremos volver a la tranquila rutina de las corridas domingueras con sus japoneses que, al menos, no meriendan.
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