la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 4 de julio de 2014

A Pamplona hemos de ir / por J.A. del Moral




"...En una revista especializada en toros ya restaurada hacia la honestidad, solían escribir cuando se acercaban los sanfermines de cada año que las corridas de esta Fiesta Sin Igual eran una “limpieza de corrales” y que los triunfos que los toreros conseguían en Pamplona no contaban para nada. El disparate fue de tal calibre que, ni siquiera conociendo al personaje que lo dijo, pude adivinar si lo afirmó convencido o fue el producto de un mal sueño cuando no de una pasajera alucinación. Que le pregunten a los toreros si sus triunfos sanfermineros les valen o no. Y que inquieran a los más populares como, sin ir más lejos, a “El Fandi” por lo mismo y ya verán lo que contestan...."


A Pamplona hemos de ir

En cuanto al ambiente de los sanfermines de los últimos años, la verdad es que continúan magníficos en los días laborables pero ciertamente irrespirables los fines de semana. Por eso siempre echaremos de menos al elegante y tranquilo restaurante de “Las Pocholas”, como también al más popular “Mauleón”. También al finiquitado “Marceliano” que estaba pegado a la Cuesta de Santo Domingo y en donde solíamos almorzar después de cada encierro. Casi todos multitudinarios y la mayoría peligrosos aunque todos únicos.


En torno a los encierros hay una especie de religión y centenares de fieles capaces de haber creado una increíble filosofía que puede llegar hasta lo ridículo. Pero también estudios, ensayos, libros fantásticos y muchas películas sobre la carrera.

El encierro es el acontecimiento diario y alrededor de la famosa carrera gira la fiesta. Sin encierros, los Sanfermines tendrían que suspenderse. Así piensan los ciudadanos que los mantienen en progresiva lucha contra su masificación. La brevedad del recorrido los convierte cada vez en más peligrosos y a la emoción se añaden serias dificultades para correr según las normas que ya sólo cumplen los tenidos por profesionales entre los que cuentan tanto los corredores locales como los foráneos de otras partes de España y del extranjero.

Donde mejor se ve el encierro es por televisión. Pero igual que ocurre con las corridas de toros, vivirlos en directo y, sobre todo, participar en algún tramo o incluso corriendo muy por delante de los toros es una experiencia tan inigualable e inolvidable que engancha para siempre.

Si no se corre, hay que verlos desde un balcón de las calles por las que tiene lugar la carrera. Mejor en la de la Estafeta. Altamente recomendable. Hay que llegar pronto – antes de las 7,15 a.m. – porque después de esa hora quedan cerrados los accesos y porque merece la pena ver los preparativos de limpieza de las calzadas que varios empleados y expertos dejan como espejos relucientes. Ni una mota de polvo entre los adoquines dejan los operarios después de las horas nocturnas que anteceden, en las que toda clase de líquidos y restos ensucian todo lo habido y por haber.

Lo normal es que el encierro dure poco más de tres minutos, pero también los hay de más de seis y hasta de más de diez cuando algún toro se cae, reemprende tarde la carrera, se revuelve y se lía a pegar cornadas a diestro y siniestro hasta que, por fin, llega a la plaza y entra en los corrales. Se oirá el trueno de un cohete en ese justo momento como señal que marca el fin del encierro – igual que otro marca su inicio – y entre ambos sucede el milagro que algunos achacan al “capote” de San Fermín porque, aunque hay heridos y algunas veces – pocas – algún muerto, a todos nos parece mentira cada año que no sucedan más tragedias.
Finalizado el encierro, en la plaza sueltan vacas emboladas y los mozos pasan una hora sorteando arreones entre las cogidas de unos, los aplausos de otros y la risa de todos los que llenan los tendidos para verlo.

No hay que perderse el cohete del 6 de julio, ni la procesión del 7 con el Santo, ni la misa solemne en la capilla de San Lorenzo donde los coros y orquesta del orfeón pamplonica, ponen los vellos de punta.


Inevitable comer y beber sin cesar y sin apenas dormir

Pese al mal tiempo que a veces nos sorprende, pese al frío y a las jornadas de lluvia – a las ferias del norte siempre hay que ir provistos de toda clase de ropa porque tan pronto te asas como te hielas o te mojas, incluso en pleno verano – lo más increíble de los sanfermines es la fiesta total que inunda la ciudad desde la mañana del 6 de julio hasta más allá de la media noche del 14. El cohete lanzado desde el Ayuntamiento a las 12 en punto del mediodía marca el inicio. Y el triste “pobre de mí”, el final de una fiesta en la que se cumple esa pequeña muerte que sufrimos los que vamos a todas las ferias cuando acaban. En San Fermín, mucho más. No es un tópico. Es la más asombrosa realidad de la que está considerada como la fiesta más grande, más ancha y más larga del mundo. Por eso cada año es más internacional y tan especialmente turística aunque quepa distinguir entre los que llegan y enseguida se embuten del espíritu sanferminero y cuantos la viven a su aire sin que ello les impida beber en cantidades peligrosas. Aunque el San Fermín de élite ha bajado con respecto a los mejores años 60 y 70 cuando en “Las Pocholas”, por ejemplo, se agotaban las langostas los días que toreaba Antonio Ordóñez, la gente acude en masa, sobre todo en las fechas que cíclicamente coinciden con fines de semana en los que aconsejo irse de excursión a cualquiera de las muchas ofertas culturales, arquitectónicas, paisajísticas y culinarias que rodean la ciudad y regresar para ver la corrida.



Pero una vez pasado el tormento masivo de los sábados y domingos, a disfrutar. Encierro, visita al tradicional al “baile de la alpargata” en el casino de la Plaza del Castillo, almuerzo con magras y huevos fritos con tomate en cualquiera de los muchos bares que incluso sacan mesas a la calle para que la gente pueda sentarse al fresco. Si se puede y quiere, una hora de siesta matinal antes de ir al apartado de los toros. Aperitivo, comida y otra siesta antes de ver como las mulillas desfilan tras los alguaciles acompañados de la banda de música “la Pamplonesa”. Corrida de toros con merienda incluida, salida de las peñas, movida, copeo, cena y desparrame nocturno hasta la madrugada o a dormir unas horas para reparar el cansancio.

Mi recomendación para cuantos asistan a los Sanfermines completos es que cada día duerman tres siestas, se peguen tres duchas y, si pueden, se cambien tres veces de ropa. Lo mejor el llevar varios pantalones y camisas blancas, pañuelo y faja rojos, pastillas para la ronquera, un frasco grande de aspirinas y tres pares de alpargatas, sin olvidar un par de jerseys y un chubasquero.
¿Restaurantes? Muchos y casi todos caros. Desde hace años, la que fue una de las más baratas ferias de España, se ha convertido en la más cara, incluso más que la de Sevilla. Los precios de todo se multiplican por cuatro o por cinco mientras dura la fiesta. Pero de todas formas no hay que perder un almuerzo o una cena en el “Europa”, en “Rodero”, en “Josetxo” y en “El Alambra” aunque en este suelen entrar por las noches joteros y mariachis que como dicen los manitos siempre deberían ser caros y, además, hay que escucharlos de lejos, porque, si no…

Estos son en mi opinión los mejores entre los más lujosos que continúan abiertos. Pero muchos prefieren otros como el más modesto aunque extraordinario “Amóstegui” donde a las maravillosas “pochas” pueden añadirse medias raciones de cocina casera para chuparte los dedos. También y mejor para cenar el “Amparo” del barrio de San Juan. El mejor entre los modernos es Melburne donde ponen unas manitas de cerdo dentro de hojaldre al horno como para desmayarse. También si quieres degustar las más frescas y mejor aliñadas verduras, El Rincón de Chuchín. Y cómo no recomendar al precioso Rodero, selección de lujosas selecciones culinarias y amabilidad a raudales…Hay centenares más que, si los nombráramos, daría para una guía telefónica. Déjense recomendar los forasteros primerizos.

Ríos de champagne o de cava, tintos y rosados de la tierra o de la vecina Rioja, copas de cualquier clase de alcohol… demasiado para el cuerpo que termina hecho unos zorros, incluso el de los jóvenes que predominan porque son los que más pueden resistir. Nadie debería descubrir los Sanfermines después de cumplir los 40 años. El sin parar sanferminero que incluye el baile solamente se puede disfrutar a tope en los años mozos y, aunque somos muchos los que seguimos yendo de mayores, lo notamos. De ahí la deserción de muchos navarros y la falta de no pocos que se fueron o ya no estarán jamás. Yo seguiré yendo hasta que me falten totalmente las fuerzas para cumplir la promesa que me hice cuando llegué por primera vez hace casi 50 años.

Mucho ha corrido desde entonces. Aunque el grueso de la Fiesta continúa tal cual, de aquellos años 60 a la actualidad, lo que más ha cambiado no solo es la perdida de tantos sitios para comer, tomar copas y bailar que ya no existen – además de los mencionados, el famoso La Raina se acabó para desgracia de los que no pueden acordarse de aquél lugar de baile nocturno -, también y sobre todo la categoría de los carteles taurinos. Entonces, torear en Pamplona era un tinte de honor para todas las figuras. En mis primeros Sanfermines allí estaban todos o casi todos. Empezando por Antonio Ordóñez y siguiendo por Paco Camino, Diego Puerta, El Viti y todos los diestros de primerísimo nivel que les siguieron. El único que solamente actuó una vez fue Manuel Benítez “EL Cordobés” que decidió no volver por lo mal que lo pasó con las peñas a la contra…


No lo entendió e incluso quiso burlarse de los mozos cuando al abandonar la plaza tras una mala tarde le tiraron almohadillas y miles de mendrugos de pan. Hay una foto en la que se ve como intenta “torear” con la mano a una de las volanderas almohadillas…
Entones no se llenaba la plaza todas las tardes como viene ocurriendo desde hace muchos años. Claro que, cuando los carteles eran redondos, se agotaba el papel. Más de la mitad de los festejos eran de primer nivel. Lo que no ocurre desde que la plaza se llena a rebosar toree quien toree. Un bien para la Casa de la Misericordia, pero no tanto para los buenos aficionados que, por cierto, cada vez son menos en la plaza de Pamplona.


Tiempos del gran premio Nobel, Ernest Hemingway, inmerso en la gran fiesta navarra. Los descubrió cuando toreaba El Niño de la Palma y escribió su famosísimo libro “Fiesta” que convirtió los Sanfermines en celebración Universal. Luego regresó y encontró al hijo de su primer ídolo, Antonio Ordóñez y volvió a escribir sobre la competencia del rondeño con su cuñado Luis Miguel Dominguín. Pero don Ernesto acompañó a Ordóñez a la fiesta que tanto enamoró a los dos.


En los tendidos de sombra abundaban los buenos aficionados. Y en los de sol, las peñas tampoco son ni se comportan como antes. Las canciones variaban y cada año había sorpresas musicales. Cánticos oportunos según quien actuaba. Y hasta silencios y atención cuando lo que estaba ocurriendo en el ruedo era bueno. Al último que las peñas le guardaron un silencio sepulcral mientras hizo su faena última de muleta allí fue a Enrique Ponce que esa tarde se vistió de blanco y plata con los cabos y la faja rojos… No triunfó por aquello de su extrema facilidad, pero algo debieron intuir los de la solanera para que nadie osara decir ni pio. Fue algo realmente impresionante.

Hay gente que no entiende ni soporta el ruido incesante de las peñas mientras sucede la lidia y llevan parte de razón. Pero deben reconocer que, con todos los defectos que se quiera poner, la exuberante personalidad de las corridas en San Fermín es única e inimitable por mucho que quieran imitarlo en otras plazas del norte. Nada que ver…
La Fiesta es total en Pamplona por los Sanfermines y se nota en toda la ciudad. Especialmente desde que se pudo de moda vestir totalmente de blanco con pañuelo y fajas rojos. Lo que ya es costumbre obligada. Quienes vayan por primera vez se quedarán asombrados a ver como todo el mundo, jóvenes, mayores y niños van ataviados como es casi obligado.


En mi opinión y además de lo dicho, lo mejor de los días sanfermineros – aparte el encierro y las corridas, claro – son las mañanas. También para los que vayan por primera vez recomiendo que acompañen a la banda de música “La Pamplonesa” en el desfile que hacen cada tarde acompañando a los alguaciles y a las mulillas desde el Ayuntamiento hasta la plaza de toros. Esa poco más de media hora que dura este desfile es inolvidable.


Todo en San Fermín es fiesta continua, imparable e incomparable. Pero la mañana del 7 de julio es lo mejor con diferencia. La procesión del Santo, la Misa Mayor en su capilla, el regreso del Alcalde y de los concejales hasta la catedral con la banda de música interpretando compases de la zarzuela “El asombro de Damasco”.
Vaya mi más ferviente deseo de que cuantos vayan este año disfruten de esta Fiesta sin igual como la he disfrutado yo en los casi 50 años que llevo viviéndola sin faltar uno solo a esta cita imprescindible.


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