Añoranza y recuerdos de la Semana Grande de San Sebastián
Cuando escribo esto a punto de partir hacia San Sebastián aunque allí hace dos años que no se pueden celebrar sus corridas de toros después del larguito intento que se consumió antes de la cuenta en la nueva plaza de Illumbe, la llamada de la sangre se agolpa en mi corazón y la de los recuerdos en mi cabeza.
Absolutamente inevitable, por ello, recordar la vieja plaza de El Chofre en donde tantas veces disfruté durante mi primera juventud – sobre todo con las inolvidables tardes de Antonio Ordóñez en la que fue una de sus plazas favoritas – hasta precisamente viendo al rondeño, ya retirado y a pocos días de torear y de reaparecer solo por un día en su Goyesca de Ronda, en un festival benéfico en el último festejo que se celebró en los altos del barrio de Gros donde dejó su inmarchitable firma torera para siempre. Todavía en aquella última tarde histórica de la que muchos llamamos la Sevilla del Norte porue concitaba a los mejores aficionados de España y de Francia, también recordé otra jornada que a la postre sería memorable aunque para nada triunfal durante la Semana Grande de 1971 cuando, sin terminar la corrida de toros que vi junto a gran pamplonés, don Ignacio Usechi, abandoné la plaza camino del Hotel Cristina para cambiarme de ropa rápidamente – entonces vestíamos de traje y corbata tanto en Donosti como en Bilbao – y emprender viaje a Gijón que era donde el maestro iba a torear su siguiente corrida. Ese año yo iba con él a todas sus corridas desde mediado julio en Valencia con la añadida suerte de hacerlo junto a quien, además de gran amigo, era mi torero.
Pero no hubo tal viaje a Gijón. Justamente mientras estaba terminando de hacer mi maleta, entró en mi habitación Alfonso Ordóñez y bastante alterado me dijo que bajara rápidamente a ver al maestro. Aún no sabía yo que había decidido retirarse del toreo. Cuando entré en la suite que ocupaba, estaba hasta los topes. Allí estaban no solo sus amigos del Norte que eran muchos, los Aranduy, Alvaro Cruzat, Federico Lipperhayde, el propio Usechi y no recuerdo cuantos más…También todos los grandes empresarios taurinos de España, desde don Pablo Chopera y su hijo Manolo hasta don Diodoro Canorea y, por supuesto, don Livinio Stuyck y quien había recibido la noticia antes de que se supiera cuando Antonio le brindó su faena al cuarto toro de Pablo Romero, don José María Jardón.
Todos estaban implorándole a Ordóñez que no se fuera. Que lo dejara para cuando finalizara su temporada porque todavía le quedaban no pocas corridas contratadas. Pero Antonio se cerró en banda. Les dijo que estaba harto del comportamiento de los públicos con él en casi todas las plazas y que el vaso se había consumado en su más amada de El Chofre. “No han valorado que actuara frente a corrida de Pablo Romero. No tengo la culpa de que haya dado un juego pésimo..” Antonio me llamó en un aparte y me dijo que me quedara a dormir esa noche en El Cristina y que al día siguiente bajara hasta Ronda en el coche de la cuadrilla. “Yo y mi hermano Alfonso bajaremos en avión”. Sin más palabras, nos dimos un gran abrazo y se me saltaron las lágrimas…. También me ocurrió lo mismo mientras cenaba con la cuadrilla en un pequeño restaurante del barrio de Gros, cerca de la pensión donde ellos se habían vestido. Ante mi lento lagrimeo que no fui capaz de disimular, me miraron con estupor o con no sé cuales pensamientos. Y yo les dije: “¿Pero vosotros no os habéis dado cuenta de lo que acaba de pasar?, se ha ido el más grande que veremos jamás…”
Durante el viaje de regreso en aquel buik negro conducido por el padre de quienes actualmente son los choferes más señores que hay en el toreo, Paco Cámara, uno de los banderilleros y no voy a decir quien, empezó a largar del maestro y yo le paré en seco. Testigos asombrados, los picadores y hermanos Manolito y Rafaél Muñoz q e p d. El subsodicho creía que Antonio no les iba a pagar las corridas que les faltaba por torear.,. Muy mal pensado. Solo había ido en esta cuadrilla esa temporada. A los pocos días, Ordóñez les citó a todos en su casa de Madrid de la plaza de San Juan de la Cruz y les liquidó la temporada entera. Qué lección recibió el ínclito que luego se hartó de presumir de lo importante que había sido para él ir a las órdenes de don Antonio…
Pero me estoy yendo por una de las ramas de mis recuerdos de aquellos años en San Sebastián. La más importante quizá. Hubo muchas más. Desde las también tardes inolvidables de otros muchos diestros en El Chofre hasta las de Illumbe hasta que decayó. La primera fue maravillosa con el gran triunfo inaugural de Enrique Ponce con toros de Torreertella. Cortó tres orejas y el toro de las dos se llamaba Chirimiri. Don Álvaro Domecq era oportuno hasta para los nombres de sus reses.
¿Por qué decayó Illumbe? Por dos motivos. El primero, el de mayor fondo, porque cuando una ciudad por muy taurina que sea como lo fue San Sebastián se queda sin toros durante 25 años seguidos, es muy difícil que su afición perdure. Se Termina el boca a boca de abuelos a nietos, de padres a hijos…. En fin. Y la segunda, tres inoportunas cuando no trágicas consecuencias. El asesinato a manos de ETA de Gregorio Ordóñez, el impulsador político del regreso de los toros a la Semana Grande; y la prematura muerte de Manolo Chopera, quien lo llevó a cabo con la grandeza y el señorío de su inmarchitable afición que nunca se le agradecerá bastante. Luego de que las gentes donostiarras empezara poco a poco a no ir a los toros, se juntaron las cabezas con las colas y, para colmo, cuando llegaron a mandar en el Ayuntamiento los que todavía mandan y ojalá que en las próximas elecciones pierdan lo que ganaron y con la cobarde inacción de los concejales de los partidos que deberían haberse conjugado para evitarlo, PNV, PSOE y PP, quedó sentenciado un segundo final que ya veremos si se remedia.
Entre tanto y pese a lo dicho, nunca he querido dejar de pasar unos días en la Semana Grande, gracias a mi grandísimo amigo, Michel Hoff que compagina su doble nacionalidad francesa y española con una bonhomía y un señorío de los que ya no hay en estos mundos de Dios. Además de contemplar los castillos de fuegos artificiales del Concurso Internacional desde las terrazas de su casa que da a La Concha, iremos con nuestro también fantástico y siempre atentísimo amigo de Biarritz, Sebastián Zoia Ortiz, un día a Bayona y dos a Dax para compensar la falta de toros en Illumbe a la espera de las siempre más lujosas Corridas Generales de Bilbao. Suerte, gracias y abrazos para todos.
Plaza de El Chofre de San Sebastián
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