El gran triunfo de Miguel Ángel Perera – cortó una oreja de cada toro de un excelente lote de El Puerto de San Lorenzo que podrían haber sido cuatro si hubiera matado pronto y bien – corrió parejo con el ambiente españolista que inundó la plaza, fiel a la general reacción que ha provocado la locura independentista de Cataluña y ya era hora … en un clamoroso no hay mal que por bien no venga. Los incesantes vivas España, coreados por los espectadores también inundaron la tarde venteña, así como la exhibición de banderas con la Enseña Nacional reconvirtiendo la corrida en el general patriotismo que ayer recorrió todas y cada una de las ciudades y pueblos de nuestra Patria. Sin suerte el salmantino Juan de Álamo que se fue de vacío y a poco de cortar una oreja del estupendo sexto el madrileño y al fin resucitado López Simón por fallar a espadas. Tarde, pues, memorable por casi todos los conceptos.
Un gigantesco Perera abre la Puerta Grande
homenajeando a España
J.A. del Moral · 01/10/2017
Madrid. Plaza de Las Ventas. Sábado 30 de septiembre de 2017. Cuarta de feria. Tarde de calor bochornoso y cielo progresivamente gris con casi lleno. Cinco toros de El Puerto de San Lorenzo y un sobrero de Santiago Domecq que reemplazó al tercero, devuelto por su extrema debilidad. Desiguales de presentación por lo que respecta al gigantesco volumen de los seis, magníficamente armados. Y asimismo de juego desigual entre los excelentes primero, cuarto y sexto y los deslucidos por lesionados de remos segundo y tercero. Más potable por el lado derecho el quinto.
Miguel Ángel Perera (burdeos y oro): Estocada desprendida algo atravesada y dos descabellos, aviso y oreja. Pinchazo y estoconazo, oreja. Salió a hombros.
Juan del Álamo (corinto y oro): Pinchazo, metisaca y casi entera, silencio. Estocada, aviso y silencio.
López Simón (blanco sucio y oro): Pinchazo, otro hondo tendido y descabello, palmas. Estocada que hizo guardia, pinchazo y estocada, palmas de despedida.
Como en cada tarde que actúan, destacaron en la brega y en banderillas, Curro Javier y Javier Ambel. Y también en palos, Jesús Arruga y Yelco Álvarez.
Por no pocas cosas netamente taurinas y por el desbordado ambiente españolista que reinó durante toda la corrida, la de ayer fue una tarde memorable. Para casi todos los presentes en los casi llenos tendidos y gradas venteñas e imagino que también para cuantos vieron el festejo en directo por televisión. Digo en directo aunque en diferido la volveremos a ver muchísimos más. Merecerá la pena para general disfrute. Por poner alguna pega, la en mi opinión exagerada por gigantesca y sobrepesada presentación del ganado, tanto los cinco ejemplares de Puerto de San Lorenzo como el sobrero de Santiago Domecq. Precisamente, sobre este tema hablé con el hijo del ganadero a quien me encontré cuando salía de la plaza. A mi enhorabuena por el estupendo juego de tres de sus toros, añadí la siguiente pregunta: ¿qué juego hubieran dado estos animales de haber pesado cien o ciento y medio kilos menos del que tuvieron vuestras reses, incluidas las peores?. “Sí, pero así está actualmente la cosa…” me respondió el joven ganadero.
Muy en Atanasio, los cinco de El Puerto salieron manseando fríamente cuando no imparables en huida de su propia sombra, hasta crecerse en banderillas y resultando tres de ellos más nobles que una novicia, si bien fue cierto también que al final se rajaron. Claro que, en tal rajadura, influyeron las larguísimas faenas que tuvieron que soportar. Y lo digo por los malos efectos que produjeron la enorme durabilidad de las mejores reses en la muleta. Aunque, señores, ¡qué manera de embestir con tanta clase como temple… !
Tamaña exquisitez, fue más que ampliamente aprovechada por Miguel Ángel Perera que dio rienda suelta al purísimo además de larguísimo concepto de su toreo más proverbial sobre ambas manos en un rizar el rizo colosal y más limpio que una patena. Quinta esencia de la ciencia, de la firmeza, del enorme valor y del extraordinario sentido del temple que viene derrochando el diestro extremeño en lo que va de temporada. Si sus toros parecieron máquinas de embestir, casi lo mismo el gran torero aunque desde su ayer extrovertida y muy natural manera de torear infinitamente bien.
En tal derroche, los de siempre – los sietemesinos y un bombero de pueblo que se hace notar todas las tardes en Las Ventas cual falso sabio de Grecia – intentaron arruinar o minimizar baldíamente los dos pluscuamperfectos trasteos de Perera, pasando de molestar simplemente a emberrinchinarse cuando sus gritos, lejos de resultar efectivos les dejaron en el mayor de los ridículos… La innegable gran victoria de Perera, pues, se convirtió también en durísimo castigo para sus detractores. De lo que me alegro infinitamente. Sobre todo cuando se vieron impotentes mientras Perera fue izado en hombros envuelto en la bandera de España y de tal guisa atravesó la Puerta Grande en loor de multitudes enardecidas y más que entusiasmadas.
Entre los mejores detalles que ayer abundaron en la triunfal actuación de Perera, caben destacar dos: El sentidísmo abrazo que se dieron el matador y su sin par apoderado, Fernando Cepeda; y la feliz exhibición de pasear la plaza en la clamorosa vuelta a ruedo una vez arrastrado entre ovaciones el cuarto toro, llevando en sus manos la bandera de España hasta salir de la misma guisa por la Puerta Grande.
La mala suerte se cebó ayer con Juan del Álamo que luchó sin descanso por salvar como fuera los imponderables de los dos muy deslucidos toros que le correspondieron. Nada más que objetar por mi parte aunque me cabe el disgusto compartido de no haber podido verle repetir el soñado y realizado quehacer de Juan en la pasada feria de San isidro.
Con una de cal y otra de arena saldó López Simón su regreso a Las Ventas que había sido su plaza hace tres años en esta misma feria. Sin suerte con el tercer toro y con ella en el sexto, la afición capitalina pudo descubrir y hasta gozar viendo al renovado Alberto que, por fin, está toreando con gracia y excelente concepto, obediente a los sabios consejos de su nuevo apoderado, Curro Vázquez. Fue una pena que no acertara con la espada.
Y ¡laus Deo, señores! Porque ayer me sentí más español que nunca. Como casi todos nuestros compatriotas.
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