Aquí hay que decidirse. O la Media Luna o la Cruz. No hay término medio.
Las estadísticas muestran una tendencia preocupante: la población musulmana crece exponencialmente mientras que la nativa disminuye o, simplemente, no es suficiente para el relevo generacional. Como consecuencia, se construyen más mezquitas y se destruyen iglesias.
La Reconquista al revés:
El cristianismo pierde terreno en Europa frente al islam
La especie humana tiene la empecinada costumbre de creer en algo más allá de la laguna Estigia (la prueba es que siempre en la historia se ha dado culto a los muertos) Y fijate que no existen sociedades ateas o no por demasiado tiempo (la URSS ha durado menos de un siglo y ya está el Kremlin lleno de incienso, salmodias y popes barbudos).
Y la Europa del siglo XXI, tras un breve paréntesis de nihilismo postcristiano, se llena de mezquitas y minaretes, porque la gente necesita creer en algo.
Lo cuenta Javier Villamor en un informe sobre el paulatino crecimiento de la Media Luna y la disminución de la cruz en Europa.
Un fenómeno que se puede observar incluso a ojos vista. En países como Francia o Alemania, las iglesias se han convertido en locales de ocio municipales, museos o discotecas… por falta de uso. En tanto que cada vez se levantan más mezquitas.
¿Factores? La invasión demográfica del último medio siglo y el envejecimiento de la población autóctona. Y paralelamente, ese extraño odio hacia sí misma que se ha apoderado de la civilización occidental y que diagnosticaba Benedicto XVI. O ese complejo de culpa no menos extraño del que habla Pascal Bruckner en La tiranía de la penitencia (Ensayo sobre el masoquismo de Occidente).
Si no no se explica que una sociedad tan avanzada técnicamente, que ha puesto un hombre en la Luna, se rinda ante la barbarie y permita que la sharia o ley islámica impere en barrios de sus grandes urbes.
O que las compañías aéreas obliguen a las azafatas a quitarse el crucifijo, o que las ministras suecas se cubran como si fueran huríes de los ayatolás.
Ya ha quedado muy apolillado el tópico de que Europa empieza en los Pirineos. Y no me refiero al AVE o a los Juegos Olímpicos -cosmética posmoderna- sino a algo más antiguo y profundo. Que España eligió ser europea y cristiana cuando lo tenía todo en contra.
Cuando en el siglo VIII un puñado de astures plantó cara a los árabes y comenzó lentamente a ganar terreno a la horda. Lo tenía todo en contra. En los territorios ocupados por la morisma, o apostabas y te ponías cara a la Meca y te convertías poco menos que un esclavo -como explica muy bien el profesor Sánchez Saus en su esclarecedor libro Al Andalus y la cruz-.
Y sin embargo, España se empeñó durante ocho siglos en ser cristiana. Las demás naciones (Francia, Inglaterra, Alemania) no podían ser otra cosa que europeas, porque no estaban ocupadas por el islam. En tanto que España eligió: podía ser un país musulmán -y sin embargo “prefirió lo que parecía inasequible, irrealizable, casi una utopía”, como apunta Julián Marías en su magnífico ensayo ‘España inteligible’ . E hizo la Reconquista.
El problema de la Europa actual es justo el inverso. Que no quiere ser cristiana. Tampoco querría ser musulmana, cierto, pero en religión -como en física- el vacío absoluto no existe… si no se llena de un gas, se llena de otro.
Aquí hay que decidirse. O la Media Luna o la Cruz. No hay término medio.
Ayudan poco las políticas dictadas por Bruselas -que en ocasiones no se sabe de qué lado está-. Así, tenemos naciones que quieren ser cristianas y europeas, que no rechazan sus raíces antropológicas y culturales -caso de Polonia y Hungría-, y que Bruselas desprecia o ningunea tratando de imponer sus normas anti-familia y anti-vida.
Lo cual equivale a proporcionar armas al enemigo. Sólo se puede contrarrestar la marea recuperando el ADN cristiano de Europa, consiguiendo que ésta vuelva a ser ella misma, como pedía el papa Juan Pablo II en el memorable discurso pronunciado en Santiago en 1982: “Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa (...) Desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”.
No parecen que se hayan enterado en la corte decadente de ese nuevo Bizancio llamado Bruselas. Pero que en países como Polonia y Hungría hayan tomado nota abre un resquicio a la esperanza.
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