lo que ha salido por la puerta de chiqueros esta tarde en Las Ventas han sido seis “entes” que, más que de toros bravos, merecían la valoración de “especímenes” de raza desconocida.
Toros de Altamira
Paco Mora
A Adolfo Martin le han gustado sus toros lidiados en la última corrida de la Feria de Otoño de Madrid, por Juan Bautista y Paco Ureña mano a mano. Eso al menos ha dicho en sus declaraciones televisivas finalizada la corrida. Uno recuerda, oyendo tal despropósito, aquel refrán que dice que “hay gustos que merecen palos”. Aunque también pudiera ser que uno esté reparado de la vista y haya presenciado una corrida distinta. Porque, lo que ha salido por la puerta de chiqueros esta tarde en Las Ventas han sido seis “entes” que, más que de toros bravos, merecían la valoración de “especímenes” de raza desconocida. Quizás eran así los toros de la edad de las cavernas. Porque los que han fastidiado la tarde a cerca de veinte mil espectadores en Las Ventas, parecían arrancados de las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira. Eran feos y malformados, de pitones desiguales y destartalados, con ojos de locos, mansos, de arrancadas intempestivas propias de la bravuconería y el genio y no de la bravura. Alguno de esos energúmenos, el más imposible y peligroso de todos, ha sido incomprensiblemente aplaudido en el arrastre. Momento en el que la primera plaza del mundo bajó tanto de categoría, que más bien parecía la de Villamelones. Claro que también es posible que las palmas fueran dirigidas a ofender al buen torero que lo había lidiado, como venganza por la mansedumbre y malas ideas del toro, de lo que solo el ganadero era culpable.
Con ese material, de todo punto inservible para el concepto de la lidia del SigloXXI, han naufragado dos buenos toreros: Juan Bautista y Paco Ureña. Y solo se han divertido los que van a la plaza a protestar y su esencial disfrute es el cabreo.
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