El sobrino nieto de Sánchez Mejías, el polifacético matador de la Edad de Plata, disertó sobre su figura en una reveladora charla organizada por el Círculo Taurino Puerta Carmona
Ignacio por Ignacio
SEVILLA / ABRIL/2019
Sí: Ignacio contado por Ignacio. El Ignacio Sánchez Mejías de hoy –auditor de cuentas y profesor universitario- evocando la figura de su tío abuelo, aquel impresionante fenómeno que inmortalizó Federico García Lorca en su imprescindible ‘Llanto’. Pero la figura de aquel “andaluz tan claro, tan rico de aventuras” se ha revalorizado con el tiempo y permanece unida, más allá de sus trágicas muertes, al aura inmarchitable de su cuñado José Gómez Ortega. Éste falleció en Talavera en 1920 cerrando la Edad de Oro del toreo. Se abría otra época más dura y cruenta, también luminosa en lo artístico, que trascendió a todas las artes. Esa Edad de Plata de la cultura española, de alguna manera, se cerró en el traslado agónico desde Manzanares a Madrid en los rigores de agosto de 1934.
“Ignacio fue una persona aventurera y polifacética y quería ser el primero en todo lo que emprendía”, señala el Ignacio Sánchez Mejías de hoy. Este martes impartió una interesante y reveladora charla organizada por el Círculo Taurino Puerta de Carmona en la que desentrañó algunas de las aristas de un personaje irrepetible.
“No sé de dónde sacó el tiempo para hacer todas las actividades a las que se dedicó y que hizo, además, bien” señala el sobrino nieto del torero que, curiosamente, no cuenta con demasiadas referencias familiares de su tío abuelo.
“La que realmente mantuvo vivo su recuerdo fue su mujer, la abuela Lola, que vivió más tiempo y la que conocimos todos; también su hija María Teresa –Piruja- que era muy joven cuando murió su padre” advierte Ignacio precisando que su padre y su tío José –que también fue matador de toros- no solían hablar demasiado de esa totémica figura familiar. “Para cualquier cuestión había que preguntarles directamente; no era un referente habitual”, añade el Ignacio contemporáneo suponiendo que “no querían que nos dedicáramos al toro”.
Hablar de Sánchez Mejías lleva, inevitablemente, a rondar la figura de Joselito El Gallo, su cuñado, maestro y amigo. Fue Ignacio el que dio muerte al toro ‘Bailaor’ prestando esa impresionante elegía fotográfica en la enfermería de Talavera. Mientras Ignacio sostenía la cabeza yerta de José se estaba sentenciando toda una época que está viviendo un momento de revisión histórica. “Es que Ignacio se creó como torero a los pies de José”, recalca su sobrino nieto. “Fue banderillero suyo y aprendió de Joselito, el rey de los toreros, que –al contrario de Belmonte- no tuvo un Chaves Nogales que mitificara su vida impidiendo que pasara a la historia con la dimensión que tenía”, añade Sánchez Mejías.
“Es verdad que ahora se están revalorizando ambas figuras –las de Ignacio y José- al calor del siglo de la alternativa de uno y el próximo centenario de la muerte del otro”, prosigue el conferenciante recordando iniciativas puntuales como la reciente publicación del libro que ha puesto en valor la desaparecida Monumental de San Bernardo –impulsada por Gallito- que ha desmontado algunos mitos en torno a su supuesta precariedad arquitectónica.
Pero hay que volver a situar a Ignacio en la doble época que le tocó vivir, unos años irrepetibles en los que el toreo deja de ser un ejercicio de destreza para convertirse en un ejercicio de creación artística. “El autor de ese cambio es Joselito”, afirma rotundo Ignacio Sánchez Mejías. “Él propicia el paso de la faena preparatoria para la muerte del toro a la faena que empezaba a ser artística”. Pero Ignacio va más allá, ampliando ese ‘bing-bang’ joselitista al campo bravo: “Es que abanderó la mayor revolución genética en el toro en su época; cambió los encastes, propició los tentaderos de hembras, la selección de sementales... y creó figuras como los veedores, la concepción actual del apoderado más allá de su condición de mero administrador y alentó aquella Monumental que pretendía cambiar los cimientos económicos de la Fiesta”.
Sánchez Mejías lo define como “una figura capital entre el toreo antiguo y el toreo nuevo” antes de ubicar su grandiosa estela en el particular espectro sociopolítico de una época brillante en las artes pero convulsa en las calles.
“Estamos hablando de una España que vive quince gobiernos en diez años” advierte Ignacio Sánchez Mejías que, vuelve a retomar la figura de su tío abuelo reivindicando su valía como torero por encima de todas las facetas que abordó durante su breve e intensa vida.
“Ignacio tiene un handícap: es el ‘Llanto’ de Lorca, que lo inmortalizó como figura y persona pero lo minimizó un poco como torero”.
Esa puesta en valor de su auténtica dimensión taurina es uno de los afanes del actual Ignacio Sánchez Mejías. “Es que ha pasado a la historia como una figura literaria, mecenas de la generación del 27, pero hay que gente que no sabe que hay detrás”. Hay personas, advierte el ponente, que aún creen que Sánchez Mejías sólo fue una creación literaria de Federico García Lorca. Y es que Ignacio fue fundamental y principalmente torero. Sólo así se puede entender su vuelta a la palestra en plena decadencia física para encontrar la muerte en un ruedo manchego en el que ni siquiera estaba a anunciado. Pero su sobrino nieto añade un dato revelador: “volvió fundamentalmente porque no quería que su hijo fuese torero; si tenía que entrar un cuerpo destrozado en Pino Montano quería que fuese el suyo. Su mujer ya había sufrido la muerte de su hermano y no quería que sufriera la de su hijo...” Pero acabó viendo morir a su marido.
“Era un hombre tan emprendedor que posiblemente ya se encontraba aburrido de todo lo que había hecho y quería demostrarse a sí mismo que aún podía luchar de tú a tú con las nuevas generaciones”.
Permanecía esa ansia de aventura de una figura fundamental –dentro y fuera de los ruedos- que tenía escrito su destino aquel 11 de agosto de 1934 en el ruedo ardiente de Manzanares “a las cinco de la tarde...”
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