Juan Ortega con el 2ª en Sevilla
Cargando la suerte, meciendo el capote, parando el reloj, soñando arreboles. ¿Cómo venir entonces a debutar en esta plaza que lo ha visto todo, sorprenderla, extasiarla, hacerla crujir y desatar la música en el primer tercio?
Ayer, cuando el trianero Juan Ortega se abrió de capa, la Maestranza que lo esperaba con el ansia y quizá con la culpa de no haberlo sabido descubrir durante los siete años que lleva como matador (tan cerca y tan lejos), explotó.
Fueron seis verónicas y una media belmontina, cada una coreada con el alma. Cada una ejecutada con ese aire personal, ese verter el yo, que logra diferenciar un lance de los prodigados por todos en todos los ruedos.
Y en este antiguo y asimétrico, por el cual como decía Filiberto Mira, ha transcurrido la historia del toreo, donde Costillares, Fuentes, Guerrita, Chicuelo, Gitanillo, Ordóñez, Paula, Curro, Morante… lo interpretaron, tal como juraron los testigos entonces nadie más podía interpretarlo. Cargando la suerte, meciendo el capote, parando el reloj, soñando arreboles. ¿Cómo venir entonces a debutar en esta plaza que lo ha visto todo, sorprenderla, extasiarla, hacerla crujir y desatar la música en el primer tercio?
Pasó y fue el instante culmen de la tarde, que tantas cosas buenas y malas deparó. Quedará en la memoria, de la corrida, de la feria y más allá. Quizá fue como antes. Porque todo concurrió; la espera, la codicia con que atacó y repitió el cinqueño “Entusiasta” con sus quinientos cincuenta y un kilos y ese tranco de más. La lentitud, el temple, la suavidad, la largura, la exquisitez, el abandono, la natural elegancia, la grácil certeza, la evocación de lo trágico y lo festivo en un mismo gesto. El conjunto, el paso adelante tras cada una, y ese final haciendo rotar la embestida sobre el cuerpo envuelto en la capa. Como en las fotos del otro trianero, el telúrico.
Torear así, ahí, en esas circunstancias, haciendo uno el sentimiento, la bravura, la vulnerabilidad del público, el significado, fija la vivencia, la eterniza. No sé si habrá quien intente y de pronto pueda degradarla, desguazarla, romper su encanto. Seguro lo habrá, nunca falta quien quiere prohibirnos que las cosas nos resulten bellas porque nos gustan.
Luego de la primera vara, más. Cuatro chicuelinas y dos medias tan graciosas, que a los viejos nos remontaron a Camino, cuando nos hacía pensar; bueno, pero qué carajo es lo que tiene este que no tiene ningún otro, cómo es posible que sea tan distinto, tan hondo y conmovedor.
Y puso también Juan punto final a la corrida con la estocada de la tarde, frente al espada de la época, Manzanares, que había impuesto dos formidables. ¡Ah! y también dejó ese brindis a los “Chicuelo”, pertinente, justo, sobrio. El tiempo, la vida son una sucesión de momentos, el toreo también.
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