Rafael Sánchez "PIPO" (18-XI-1912 / 15-XI-1987) |
“Así fue ...”. Una vida extraordinaria, fecunda y generosa y que hubiera llegado a centenaria en el mes de noviembre de 2012. Alabado sea el Arcángel Rafael tocado con su amplio sombrero negro.
Por Benjamin Bentura Remacha
Decano de la Crítica Taurina / Sabios del Toreo
Pero no tenía melenas y, para esconder su desnudez, se cubría con un amplio sombrero negro, tipo diplomático, como el de Churchill o Cristóbal Becerra. Rafael estaba más cerca del inglés y no se ponía un clavel en la solapa. La primera cabeza de Europa, no sé si antes o después de la de Zarra. En los toros y en la vida, Rafael estaba más cerca de don Winston. Era ocurrente, duro, trabajador, bebedor y fumador de puros. El sombrero los identificaba. Me quedo con el Rafael del verano con un jipijapa impoluto. Su cabeza seguía pensando. Cucaba el ojo derecho cuando sonreía picarón y tenía una vitalidad insólita. No engañaba a nadie, pero retaba a la fortuna en cualquier momento o lugar, ya fuera a pares o nones con las matrículas de los coches que transitaban por las calles o en el envite a muerte con un par de jotas. Le iban las jotas porque se casó con una aragonesa a la que llamaba con cierto respeto “la Maña”, Rosario Marruedo, y a la que conoció cuando fue a vender marisco en El Tubo de Zaragoza. La quería y acataba, pero escondía a sus pesquisas, en el cajón de su despacho, en pijama y con sombrero, la botella embriagadora. Hablaba muy en cordobés, algo atascado en las erres aunque ingenioso y ocurrente, sin dejar de parir inventos y genialidades: el pateé de marisco, la primera novillada del año en Almería con Fuentes y Pallares, a la que se sumó “El Bala” dando tumbos de árbol en árbol, ponerle nombre de película a Antonio Ruiz Rodríguez, de Espartinas, “Espartaco”, jefe de los esclavos de Roma, seudónimo heredado por su hijo a mayor gloria de la Tauromaquia, insinuar parecidos con aquel “Linares se lo llevó y Linares nos lo devuelve” con la foto de José Fuentes junto al busto de “Manolete”, ponerle a Franco una plaza detoros en El Pardo para que viera a Manuel Benítez, aliarse con los plateros cordobeses para crear objetos en memoria de su paisano, compañero de colegio, ídolo y amigo y ayudar a amigos en desgracia, como lo hizo con Alcázar de Velasco al encargarle el libro “Esencia de hacer toreros” o escribir él mismo sus memorias, libro que, bien peinado, sería sensacional. Ya lo es como documentación.
Y los reclamos oportunistas ante la lesión del fenómeno: “No voy a torear, pero estaré con vosotros en la presidencia”, la película “Aprendiendo a morir” del más vividor del escalafón, el casorio de su hija Carol con el de Linares y la ilusión campeona de su nieta camino de Oriente desde la acogedora República de la avenida de las Islas Filipinas.
Conocí a Rafael Sánchez en “La Tropical” de la calle Alcalá, cuando este populoso bar era la Asamblea Nacional Taurina, el hombre bajo su sombrero diplomático era apoderado de Manuel Benítez y yo director de la revista que fustigaba el estilo del de Palma del Río y las paellas benéficas del Pipo generosamente aderezadas con “Tío Pepe” o “La Ina”. Y allí nació una amistad que perdura en rica herencia en su hijo Salvador, que se llama así porque el padre de Rafael, mariscador callejero de amplia y surtida cesta, y su hermano desde el establecimiento “El Puerto” de la cordobesa calle de La Plata así se llamaban. Meses después, tras la ruptura del apoderamiento de los dos genios, cada uno en su estilo, Rafael me envió una foto suya montado en una bicicleta con la siguiente explicación: “El doctor Frankenstein viaja en bicicleta mientras el Monstruo por él creado lo hace en un lujoso “mercedes””.
Benjamin Bentura Remacha entrevista en Linares a Rafael Sánchez “Pipo”
en presencia del periodista de Radio Linares
Para necrológica tan importante solo voy a dar dos fechas. La primera el 18 de noviembre de 1912, nacimiento de Rafael Sánchez Ortiz en Córdoba. La segunda, casi 75 años después, faltaban tres días, el 15 de noviembre de 1987, muere en Madrid y es enterrado en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud (que ya es paradoja) cerca de donde están enterrados “Lagartijo”, “Manolete” y algunos más de los diestros cordobeses. Emocionante la foto de Pipo cerrándole los ojos a su torero en Linares. Tan famosa como la del llanto (el “llanto por” es verso de García Lorca) de Sánchez Mejías ante la estampa de cera de “Joselito” en Talavera. A “Manolete” lo siguió Rafael por toda España y creo que con los dineros que ganó durante la guerra del 36 vendiendo bocadillos a los soldados y que alguien me dijo que guardaba en duros de plata, moneda no devaluable ni devaluada. Allá que voló su fortuna, pero no sus ganas de continuar en el mundo de los toros.
Ahora viene la lista de toreros que apoderó Rafael Sánchez “Pipo”. El primero, descendiente de “Lagartijo” y “Manolete”, los dos máximos Califas cordobeses con permiso de “Guerrita”, Rafael Soria Molina, “Rafaelito Lagartijo” que si hubiera sido capaz de realizar en los ruedos lo que hacía en las plazas de tientas hubiese acabado con todos los Califas que en el mundo han sido. Principios de los años 50 del siglo XX. Pepe Escudero, hermano de Manolo, que no llegó a tomar la alternativa, el díscolo mexicano José Ramón Tirado, el complicado y veleidoso Manolo Cascales, de Murcia, otro mexicano, este serio y ordenado, Manuel Capetillo, al que apodaban “el torero de seda”, José María Montilla, falso cordobés porque nació en la sevillana Gerena pero fidelísimo al Pipo y su descendencia, Manuel Benítez que de “El Renco” pasó a ser “El Cordobés”, una lucha que no llegó a dos años aunque hizo más ruido que la Primera Guerra Mundial. “Solo ante el peligro”, “Gary Pipo”, sin más ayuda que la de su familia. Un trío muy dispar pero con el denominador común de la buena clase, José Fuentes, Paco Pallarés y Curro Vázquez, dos nebulosas, Antonio Benete “El Mesías” y Zoilo y otro de película, el ya citado Antonio RuizRodríguez que por ser de Espartinas se convirtió en “Espartaco”. Y, para completar mi lista que puede que contenga algún error o ausencia, el cordobés de Espejo Antonio Porras, que tapó sus virtudes de valor y entrega con la brillante ejecución de la suerte de la garrocha, en la que Goya inmortalizó al riojano Juanito Apiñaniz.
“Así fue ...”. Una vida extraordinaria, fecunda y generosa y que hubiera llegado a centenaria en el mes de noviembre de 2012. Alabado sea el Arcángel Rafael tocado con su amplio sombrero negro.
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