la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 20 de noviembre de 2012

MI PENÚLTIMO REFUGIO / Por Benjamín Rentura Remacha


Pepe Alameda

MI PENÚLTIMO REFUGIO

Por Benjamín Rentura Remacha
Me agarro a un clavo ardiendo y voy a Madrid a poner en vivo tantos años de mi vida, de 1932, al año de mi nacimiento, hasta 1978, vuelta a mi tierra natal, con el paréntesis del 36 al 39, años en los que tuve la fortuna de vivir en San Sebastián. Vidal Pérez Herrero, Temple de templario castellano, editor de la Agenda Taurina, me invita a su presentación y me concede el honor de subir al escenario del salón de actos de la Casa del Reloj de Legázpiz y compartir presidencia y palabra con el embajador de México, don Francisco Javier Martínez, el empresario de este mismo país, Pedro Luis Martín Bringas, la concejala de Arganzuela, Carmen Rodríguez, la responsable de la ganadería de Baltasar Ibán, Cristina Moratiel, el que sigue siendo alcalde de Madrid en el recuerdo de muchos madrileños, José María Álvarez del Manzano, el alcalde de Colmenar Viejo, Miguel Angel Santamaría y la adorable y torera Dolores Navarro, que tuvo el detalle de confesarme que leía mis crónicas, algo que le agradecí muy especialmente porque uno escribe para que le lean. 
Me acompañaron hasta el viejo Matadero mi primo José Luis Cerezo, aficionado práctico, pintor y escultor y residente en México y nuestro paisano Ramón Acín, descendiente de los ganaderos Ferrer de Pina de Ebro, saludé al colombiano Diego Ramos, el Messi de los artistas toreros, y a Pablo Guzmán, el gran restaurador de Aranjuez, y vi de lejos a Peñuca de la Serna y a muchos amigos más a los que no pude acceder porque había tanta gente que no encontré la forma tomar contacto con ellos. Después de la intervención del embajador mexicano, todos los que hablamos le manifestamos nuestra envidia porque el señor Martínez dijo que en cada lugar de su extensa patria había siempre un rincón para vivir la fiesta de los toros. Pues, en España, no. En España hay lugares en las que está prohibida.

Era cuestión de hablar de México y este fue mi parlamento: Pienso que mi relación taurina con México se inicia el 24 de agosto de 1934, cuando Lorenzo Garza y Luis Castro “El Soldado” actuaron mano a mano en Madrid, en la vieja plaza de la Carretera de Aragón, y mi padre firmó la crónica del festejo en las prestigiosas páginas de “El Debate”, magníficamente ilustrada con los apuntes de Roberto Domingo. Lorenzo Garza había renunciado a su primera alternativa y, como “El Soldado”, había intervenido en otras novilladas anteriores para desatar la curiosidad de los madrileños que agotaron las localidades en las taquillas de la calle Victoria, taquillas que continuarían su función a mediados del mes de octubre de aquel año después que en esta plaza se celebrara su postrer función con Cañero, Marcial, “Cagancho” y Rafael “Gitanillo de Tríana” y se abrieran los accesos a Las Ventas del Espíritu Santo. Después del éxito madrileño, Lorenzo Garza volvió a tomar la alternativa de manos de Juan Belmonte (¡casi na!) en Aranjuez y Luis Castro continuó su seguro camino hasta consagrarse definitivamente. A los dos los conocí en México y a Garza tuve la suerte de entrevistarle años después en el Museo Taurino de Las Ventas. “El Ave de las Tempestades”, “Lorenzo el Magnífico” se mantuvo en los ruedos largos años y en 1965, el 7 de noviembre, le concedió la alternativa a su paisano Manolo Martínez en el lugar natal de ambos, Monterrey, y todavía sumó otras dos actuaciones el 20 de enero de 1966 en León Guanajuato junto a Joselito Huerta, José Fuentes y Manolo Martínez, y otra el 20 de febrero, otra vez en Monterrey, con Paco Pallares y Raúl Contreras. La presencia en esos carteles de José Fuentes y Paco Pallares me hace pensar que algo tuvo que ver en la prolongación de la vida torera de Garza don Rafael Sánchez “Pipo”, apoderado de ambos y cuyo centenario de su nacimiento se cumplió el pasado día 15 de noviembre.

Cuando me inicié en el periodismo, escribí una larga serie de artículos sobre la historia taurina mexicana y, como colofón, el 5 de enero de 1964 me embarque en Aeronaves y me presenté en la capital mexicana. La primera corrida que vi en la Monumental fue una de “La Punta” que lidiaron Jaime Rangel, Manuel García “Palmeño” y la pretendida confirmación de Oscar Realme, ya que en el saludo de capote a su primer toro resultó cogido y con dos graves heridas que le impidieron recibir estoque y muleta. Rangel era el héroe esperado para enfrentarse a los consagrados diestros españoles y aquella tarde cortó dos orejas del cuarto toro mientras que Paco Camino se las veía muy complicadas con su recién estrenado suegro, el señor Gaona, que gobernaba los destinos de la mayor plaza del mundo. Cabral, un excelente dibujante, publico una especie de chiste en la que el doctor Gaona abrazaba a su yerno y le preguntaba: -¡Qué piensas, Paco?. – En que solo hablan mal de las suegras.

En la siguiente corrida confirmó su alternativa, española como la de Realme, Fernando Peña, y en “El Toreo” se presentó Manuel Benítez “El Cordobés” con Rafael Rodríguez y Juan Silveti, hijo de “El Tigre de Guanajuato”, y al que yo recordaba especialmente por la corrida que toreó en Madrid con Antonio Bienvenida y Manolo Carmona. Camino y José Antonio Chopera salvaron sus diferencias con el papá de Norma Gaona y, por fin, el de camas hizo el paseíllo desde el largo túnel del miedo hasta profundo ruedo monumental con Joselito Huerta y Jaime Rangel, que cortó tres orejas y rabo a los toros de Reyes Huertas, mientras que Paco solo conseguía un trofeo. Ya estaba el lío armado y se repetía la escena de otros tiempos de Silverio bañando a “Manolete”. Luego vi a Procuna con Diego Puerta, a Alfonso Ramírez “El Calesero” con Antonio Campos “El Imposible”, estuve en la despedida de Juan García Mondeño en la hacienda de Santa Rosa de la familia Barroso, los de Mimiahuapan, y la presencia como picadores de Fermín Bohórquez y Alvarito Domecq y Manuel Benítez le cortó las dos orejas y un rabo en “El Toreo” a un toro de Reyes Huertas el 22 de febrero. El 7 de marzo, en “la México”, Paco Camino, en competencia con cinco diestros nacionales, Humberto Moro, Joselito Huerta, Antonio del Olivar, Emiliano Rodríguez y Jaime Rangel, conquistó la “oreja de oro” aunque solo diera una vuelta al ruedo a la muerte de su toro de “El Rocío” porque, pese a su extraordinaria fama de estoqueador, necesitó tres entradas a matar. La “Rosa Guadalupana” se disputó el 29 de marzo, fue la última que vi en México y la conquistó Joselito Huerta en tarde en la que hizo el paseíllo con “El Calesero”, Antonio del Olivar, Joaquín Bernadó, Emiliano Rodríguez y Jaime Rangel.

Pero mi estancia de tres meses en México fue un tremendo acicate para mi carrera periodística. Conocí a gente muy valiosa como el murciano Isidoro Sánchez, intendente de “la México”, a Alvarito Albornoz, el de “las revoleras”, especiales y personales greguerías, y a muchos añorantes españoles que iban todas las noches a ver a Sara Montiel en “El último cuplé” por sus canciones y los rincones de Madrid, a un gran periodista de “Excelsior”, don Manuel Orta, que me regaló la biografía de Ponciano Díaz ilustrada con un apunte de Cabral del Ponciano rejoneador colocando un par a dos manos, a Carlos León, que en lugar de crónicas escribía cartas, una de ellas al Papa Juan XXIII en la despedida de “Mondeño”, y al también español Luis Carlos Felipe Juan de la Crus Fernández y López de Valdemoro que, al otro lado del Atlántico, dio a luz a “Pepe Alameda”. Pepe por “Joselito” y Alameda por la de Hércules de Sevilla, en donde nació “Chicuelo”. Así se da el gran acontecimiento: se encuentran “Pepe Alameda”, creador del primer programa de toros televisado y que en estos días, como “El Pipo”, hubiera cumplido cien años, y Humberto Peraza, el escultor que, para mí, es el mejor heredero de Benlliure. Allí, en aquella pantalla de la primitiva televisión mexicana, “Pepe Alameda” hablaba de la corrida celebrada y Peraza moldeaba con plastilina la escena más destacada del festejo.

Peraza esculpió un busto de homenaje a “Pepe Alameda” y este, por medio de Juan de la Cruz Fernández y López Valdemoro, le dedicó estos versos:

La emoción de la escultura
cuando esculpido me vi,
fue verme fuera de mí
reducido en forma pura,
deshabitada figura.

Prisionero de tal suerte
la imagen en bronce inerte
tiene una emoción real,
pues anticipa, inmortal,
el vacío de la muerte.

Pero en esta Agenda de Vidal Pérez Herrero hay lugar también para un colombiano, Diego Ramos, al que, a pesar de que firmo en ella un artículo sobre él, no puedo describir con palabras. Sólo sé que, al ver el primer alamar que salió de sus pinceles, me convenció. Es algo nuevo dentro de lo clásico, lo eterno. Sorprendente. No le busco precursores porque el colombiano es pintor por generación espontánea y torero por sentimiento. La música de sus colores invade el gran refugio de mis recuerdos. Gracias.

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