Bilbao, Mérida y Ronda
Por Álvaro R. del Moral
Reflexiones a una semana de Bilbao. Pasó el alto puerto del Norte pero la gran feria de Bilbao -pródiga en éxitos toreros y ganaderos- podría haber perdido provisionalmente su condición de último tribunal de la temporada. La masiva deserción del personal no puede trasladarse a un segundo plano. Con o sin el altavoz de la prensa y las redes sociales, el eco del toreo se desvanece sin los auténticos testigos: el público soberano. Dejar todo el problema sobre la mesa de la crisis es demasiado simplista. Hay que buscar las verdaderas causas de este abandono general en el País Vasco que ya ha provocado el cierre de Illumbe y tiene a Vitoria al borde del abismo. ¿Tienen que bajar los precios astronómicos de Vista Alegre? Por supuesto, pero hay que bucear mucho más allá si no se quieren ver cerrar más candados.
Enrique Ponce: un agosto prodigioso. En cualquier caso, la Semana Grande de Bilbao fue una puerta abierta a la excelencia: al equilibrio perfecto entre la seriedad del toro y el sentido de la responsabilidad de los matadores, desde el más antiguo al más joven de los paladines. Pero el cuadro de honor lo encabeza con todos los galones intactos el más veterano de todos. Ponce llegó a Bilbao dictando lecciones de gran figura y cuajó un ferión que se sumó a sus hazañas en Huesca, Gijón, Málaga, Ciudad Real... Almería. No fue el único: más allá de la discusión de sus trofeos, El Juli mantuvo bien agarrado el bastón de mando; Perera volvió a mostrar la perfección definitiva de su concepto y Fandiño, que no logró redondear la feria, siguió toreando en el filo de la navaja y debió abrir la puerta grande. Pero la baraja es más ancha y Escribano, del Álamo, Aguilar y Urdiales también dieron un paso al frente. De la misma forma, hay que alabar el fondo y la forma de ganaderías como Jandilla, La Quinta, Alcurrucén, Victorino Martín y Garcigrande aunque el fracaso de los toros de El Pilar sentenció la tercera edición de un mano a mano, el del Juli y Manzanares, que parece gafado sin remedio.
Sobre Mérida, la tele y Talavante. Había que tirar para delante. Los escollos para sustituir a Morante de la Puebla incendiaron las redes sociales. Ponce no estaba para nadie -el fundamental abuelo Leandro falleció el pasado viernes- y Manzanares -si es que llegó a ser tocado formalmente- estaba en su derecho de aceptar o declinar el ofrecimiento en función de sus propios planes. No hay más. El Tala se lió la manta y decidió pechar con los seis zalduendos en solitario. A priori, no era el plato más apetitoso para casi nadie, para qué vamos a engañarnos, pero las circunstancias en las que se gestó el festejo demandaban el apoyo de todos. José María Garzón y Nacho Moreno de Terry habían realizado un ambicioso ejercicio de imaginación y visión empresarial inscribiendo el festejo dentro de la oferta lúdica y cultural de la capital extremeña. Ésa es la clave: hay que sacar al toreo de ese papel marginal que ha ido adoptando en muchos pueblos en fiestas con empresarios de visto y no visto que se limitan a poner una taquilla y hasta el año que viene, si viene. Salió el toro y el desconcertante diestro extremeño, que también se echó un cantecito, sacó lo mejor de sí mismo con un cuarto de dulce e infinita fijeza que se adaptó como un guante a su particular concepto del toreo. El indulto, forzadito, sumó más que restó y el torero volvió a respirar cuando más se discutía su verdadera capacidad. El último capítulo era la televisión, un año después de la corrida testimonial de Valladolid que sirvió para romper el maleficio. ¿Era algo malo retransmitir la corrida de Mérida? En absoluto. Eso sí, debería haber sido una más de muchas. Ah, y un último dato: el mejor activo de TVE fue Dávila Miura. Lo bordó. Y nos vamos rogando a la Virgen de la Paz -patrona de Ronda- para que sane a Morante. El sábado le esperan seis toros en la Goyesca.
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