la suerte suprema

la suerte suprema
Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 6 de septiembre de 2013

Españoles en ejercicio / Por Aquilino Duque



  • Un país es mejor o peor según valore más el trabajo o el comercio.
Españoles en ejercicio 
Aquilino Duque  
Escritor
Uno de los pecados de mi vida pública –los de mi vida privada son naturalmente secreto de confesión– es el de haber ejercido alguna vez de andaluz. Ejercer de andaluz está fatal; en cambio ejercer de vasco es antropológicamente muy recomendable, pues así sabemos de primera mano cómo nos comportábamos y cómo hablábamos en el Paleolítico inferior los habitantes de la península ibérica.

Hay algo en cambio mucho peor que ejercer de andaluz, que es ejercer de catalán. Todo catalán en ejercicio que se respete profesa lo que llamó Baudelaire moral de mostrador, una moral comercial, pues para el catalán en ejercicio el prójimo es un cliente. En España, y en Madrid sobre todo –¡anda que ejercer de madrileño no es nada! – hay mucho hidalgo frustrado que mira a los demás por encima del hombro; el catalán nunca; el catalán nos mira por encima del mostrador.

Un país es mejor o peor según valore más el trabajo o el comercio. Yo en esto soy algo marxista, pues respeto más al trabajador que al comerciante, acaso porque mi incapacidad para el comercio me ha hecho refugiarme en el trabajo. Los catalanes, aunque trabajen, lo hacen con espíritu mercantil. Su dios es Mercurio y su moral de mostrador se encierra en un concepto, ya tópico, que es el seny. El seny se podría traducir por “sentido común”, y el sentido común es la imaginación del mediocre.

Un politicastro castellano dijo de un político gallego que a éste le cabía todo en la cabeza menos el sentido común, con lo cual, sin querer, le hizo un elogio impagable. Fue precisamente el castellano de quien hablo el primero que, desde su acreditada mediocridad, habló de imaginación en la política, y bien que estamos lamentando su sentido común de la imaginación, o su imaginación del sentido común, que todo es lo mismo “a nivel de” mediocridad. La forma política por excelencia de la filosofía del sentido común es la democracia, pues el sentido común nos dice que el gobierno ideal es el que encarna la voluntad de la mayoría, el sentir de la mayoría, y el sentir de la mayoría es el sentido general de la comunidad, el sentido común.

A alguien que me dejó un libro de ensayos del argentinoErnesto Sábato y quiso saber qué me había parecido, le contesté: “Le sobra sentido común y le falta sentido del humor”. Algo de esto habría que decir de muchos ensayistas de la cuerda de Sábato. En Francia tenían aAron; en España a Marías. Antes tuvimos a Balmes, “filósofo del sentido común”, o del seny, que decimos en el Principado, del que Unamuno que, gran lector de Balmes en su primera juventud, no era capaz luego de volverlo a leer. “Cuando lo he intentado – escribía– me ha saltado al punto a la vista la irremediable vulgaridad de su pensamiento, su empacho de sentido común. Y el sentido común es, como dicen que decía Hegel, bueno para la cocina. Con sentido común no se hace filosofía.”

Lo contrario del sentido común es el sentido de la realidad, y la realidad es paradójica. Sin entrar por ahora en la técnica de fabricación de mayorías, y aun dando por auténticas esas mayorías y por legítimas esas técnicas, hay que decir que una cosa es un gobierno inspirado por el sentido común y otra muy distinta un gobierno ordenado al bien común. Y aquí es donde la ciencia o el arte de la política rompe con el sentido común y entra de lleno en el reino de la paradoja. La propia política del sentido común es en sus resultados el colmo de la paradoja pues, en nombre de la igualdad y de la cantidad, sacrifica los derechos naturales de la mayoría a los derechos políticos de una minoría. Es decir, que para que una serie de sujetos con vocación política puedan “realizarse”, tienen que sacrificar esos ciudadanos esos derechos y esas libertades que solían distinguir al hombre civilizado del cavernícola cuadrumano o cuadrúpedo. Cuando uno de esos derechos resulta atropellado, nunca falta un político que explique a la afición que ese es el precio que hay que pagar por la libertad. Naturalmente se refiere a esa libertad de que tan buen uso hace él para hacer carrera en la política.

Todo catalán en ejercicio, como todo andaluz, todo vasco, todo castellano o todo gallego en ejercicio es un mediocre y más si se dedica a la política, y si hay alguno que no lo es, ya no está entre nosotros, como aquella honorable excepción del anciano Tarradellas, en cuyo caso seny no se traducía por “sentido común”, sino por “sentido de la historia”. Pleguem.
***

No hay comentarios:

Publicar un comentario