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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 2 de junio de 2014

25ª de la Feria de San Isidro. Disgusto matinal y soberano aburrimiento vespertino / por J. A. del Moral



"...Ayer asistí con tanto previo gusto como posterior pesar a la presentación de un libro dedicado a la inolvidable ganadera bilbaína, Dolores Aguirre Ybarra, persona de extraordinaria personalidad, gran carácter, indeclinable afición y eminentísima persona de la que tuve la satisfacción de ser muy amigo..."


25ª de la Feria de San Isidro en Madrid
Disgusto matinal y soberano aburrimiento vespertino

J. A. del Moral
La presentación ayer por la mañana de un libro dedicado a la inolvidable ganadera, Dolores Aguirre, fue lamentablemente instrumentalizada sin medida ni sentido con un absurdo derrotismo que solo agradó a los puristas recalcitrantes. Quizá fue premonición de lo que ocurrió por la tarde con un infumable corridón de Cuadri, precisamente una de las divisas predilectas de los utópicos que, por sobrepesado y descastado, propició un espectáculo absolutamente infumable. 

Madrid. Plaza de Las Ventas. Lunes 2 de junio de 2014. Vigésimo quinta de feria. Tarde medio calurosa, con brisa y los habituales dos tercios de entrada en apariencia.

Seis toros de Celestino Cuadri, bien presentados aunque sobrepesados con media de casi 600 kilos. Noble el primero aunque un poco a menos. Muy noble por el lado derecho. Manso y difícil el tercero. Muy noble pero agotadísimo en los dos últimos tercios el cuarto.

Javier Castaño (blanco y oro): Estocada, silencio. Estocada y descabello, silencio.

Iván García (ciclamen y oro): Dos pinchazos, otro hondo atravesado, un cuarto más y descabello, pititos. Casi entera muy tendida y dos descabellos, silencio.

Confirmó la alternativa José Carlos Venegas (fuscia y oro): Pinchazo y estoconazo, aviso y palmas.

Ayer asistí con tanto previo gusto como posterior pesar a la presentación de un libro dedicado a la inolvidable ganadera bilbaína, Dolores Aguirre Ybarra, persona de extraordinaria personalidad, gran carácter, indeclinable afición y eminentísima persona de la que tuve la satisfacción de ser muy amigo, así como de su querida familia, esposo, hija, yerno, hermanos, cuñados y no pocos íntimos. Confieso que me chocó bastante que, conociéndola perfectamente desde mi adolescencia, no fui invitado a participar en el acto que tuvo lugar en la sala de conferencias de Las Ventas. Pero enseguida comprendí por qué. Una vez tomar asiento y ver quienes eran algunos, no todos, los presentadores, me eché las manos a la cabeza. Posteriormente supe que la hija y el yerno de Dolores, María Isabel y Jorge, no fueron los que organizaron el acto ni los que eligieron a los oradores. Totalmente desconocido para mí el autor, me quedé de piedra al escuchar lo que dijo el actual crítico de El País, Antonio Lorca, a quien tuve la desgracia de contratar y luego de padecer como redactor jefe en la revista Toros´92. Lorca, secundado por el autor, aprovechó sus intervenciones para leer una proclama en la que afirmó que los toros y los toreros de la actualidad son poco menos que delincuentes. No pronunció esta palabra, pero la dio a entender. Y, de paso, para hacer una glosa de los reventadores del tendido 7 de Las Ventas. No me levanté y ni me fui hasta que el acto terminó por respeto a varios asistentes aunque varias veces me dieron ganas de hacerlo hasta abandonar el salón enrojecido de vergüenza por la deplorable instrumentalización de la difunta gran señora. Dicho quede.

Pero hablemos algo sobre la corrida que ocupa esta crónica. Sobre el papel, lo más atrayente de la tarde de ayer y llevamos 25, oigan, 25, son los toros de Cuadri que quizá sea una de las ganaderías que cuentan con más partidarios incondicionales entre los aficionados toristas pese a la manifiesta irregularidad y a los petardos que últimamente le acompaña. También el matador de toros salmantino, Javier Castaño, que de ser apoderado por la casa Chopera, le pusieron más de dos años seguidos para cerrar infinidad de carteles con las máxima figuras, entonces Ponce y El Juli – pobre Castaño en sus verdísimos principios – hasta, que, hartos de llevarle sin apenas triunfar, le dejaron y le apartaron de la primera línea de combate, sin saber y ni siquiera adivinar que, con el tiempo, iría cuajándose en un gran combatiente y en un gran profesional sin apenas reconocimientos ni contratos, hasta que le cogieron los Ruiz Palomares y le buscaron la fórmula mágica que le ha hecho funcionar: Matar corridas duras con la ayuda de una cuadrilla de especialistas espectaculares. Tanto quien brega (Marco Galán), como los que pican (Tito Sandoval y Fernando Sánchez) y banderillean ( David Adalid y Fernando Sánchez), armando un equipo ejemplar aunque algunas tardes, quizá demasiadas, le roben el protagonismo al jefe del conjunto. Y es que a la fuerza ahorcan. Lo que no me cabe duda es que Javier Castaño tiene muchísimo merito y más paciencia que el mismísimo Job. Esperábamos que los otros dos matadores dieran alguna buena sorpresa. Sobre todo José Carlos Venegas que confirmó su alternativa.

El toro del doctorado llegó y remató en tablas pero enseguida adoleció de falta de fuerza. Para que todo saliera bien, se esperó demasiado tiempo a que pudiera llegar ante el caballo para ser picado. Se enceló mientras le tapaban la salida, repuchándose un poquito para volver por su cuenta. Puesto en la media distancia, se distrajo y escarbó. No era un toro de concurso. Ni de quites. Tardeó mucho, muchísimo. Y más cerrado, acudió perdiendo las manos al salir del puyazo que le pegaron en forma. No lo necesitaba, creo. Poco propicio en banderillas, el mejor par lo puso Vicente Cabanes. Cubierta la ceremonia del doctorado, José Carlos Venegas brindó muy premioso. Ya lo fue antes. Se fue a los medios y desde allí pretendió que el toro se le arrancara desde tablas. Por fin lo hizo y resultó brioso y noble por el lado derecho. Un buen toro por cierto. Venegas pegó tres derechazos y volvió a dar sitio al animal, repitiendo lo mismo aunque peor que antes. Muy rápido y vulgar también en la tercera tanda sin que nadie dijera ni pio. Eso lo hace Manzanares y lo matan. E igual la cuarta solo que algo sucia. Y la misma canción al natural con el toro ya venido a menos. Terminó a trallazos y por poco le coge el toro en un cambiado por la espalda. Y por si faltaba algo, las dichosas manoletinas. Pinchó antes de agarrar un estoconazo.

En acción Javier Castaño y su famosa cuadrilla ante el segundo toro. Fue protestado al renquear. Castaño lanceó valiente y ganando terreno pese a que el toro echó las manos por delante y la cara arriba. Sin colocar se fue al caballo como una centella y, nada más sentir el hierro, salió suelto. Volvió a perder las manos al ser colocado de nuevo para el segundo encuentro en el que manseó. Iván García quitó por chicuelinas corrientes y buena media. Y lo que todo el mundo esperaba: Fernando Sánchez y David Adalid, fueron muy ovacionados como no podía ser menos. Templado y con ritmo toreó Castaño con la mano derecha en el arranque de la faena en tres rondas ligadas al de pecho. Otro buen toro por ese pitón. Tres naturales ayudándose con la espada y más regulares – no era igual por el izquierdo – para regresar al mejor lado, y lo de siempre, se acabó el carbón. ¿Cuántas veces hemos dicho que hay que exprimir el lado bueno y dejar el malo para probarlo al final…? Perdió la muleta al pegar una estocada.

El imponente cuarto fue el primero en pararse demasiado pronto. Antes, Castaño procuró que se lidiara con orden y concierto. Dos puyazos y a lo que la gente más esperaba, el tercio de banderillas a cargo de Adalid y de Sánchez. Adalid bordó dos pares sensacionales. Sánchez no porque clavó casi en la testuz del animal. Ovacionaron con fuerza al primero y el segundo de apunto a saludar también. ¿Por qué? El toro quedo tan noble como tardo y, enseguida, casi parado. Castaño intentó hacer el buen toreo y solo pudo conseguirlo en aislados muletazos. Demasiado estuvo procurando lo que ya era imposible y la gente se cansó. Mató de estocada y descabello.

Hacía tiempo que no veíamos a Iván García. Tuvo que vérselas con un galafate de 642 kilos. Tras rascar levente las tablas, se fue y se vino corretón hasta donde estaba el matador que apuntó lances sin cuajar. Iván quitó con vistosidad y dejó abierto al toro para nada. Hubo que ir a por el animal que se defendió manseando como ya lo había hecho en el primer puyazo. Esperó tanto el toro en banderillas, que se clavaron muy desigualadas. Fue malo, muy incómodo en la muleta. Iván se las deseó para meterlo en cintura. No pudo porque, además, casi estaba parado en sus largos e infructuosos intentos que cansaron al personal. Aún más cansó el petardo con la espada.

El quinto, con 621 kilos, no hizo mala salida, llegó y remató en tablas, pero echó las manos por delante en el capote de Iván. Señal inequívoca de falto de fuerza. Otro toro noble con el mismo defecto que sus hermanos. El empeño en cubrir la suerte de varas tan formalmente como si el toro fuera fuerte y pronto, convirtió el tercio en demasiado premioso. Este, para colmo, fue manso en el caballo. Y muy distraído también. Venegas quitó por gaoneras, dos tropezadas y limpia revolera. También esperó en banderillas. Fue un suplicio esperar tanto en que se pareara y mal. Llegó a lamuleta sin resuello alguno y cayéndose. Había que tener resignación franciscana para aguantar los arduos deseos de agradas de Iván García a sabiendas de que no había nada que hacer que mereciera la pena.¿Para qué tantos kilos? vive Dios

La misma historia vivimos o mejor decir sufrimos con el sexto. Otro pedazo de carne con cuernos que se paró distraído nada más aparecer en el ruedo para apenas reaccionar más o menos repentinamente. Como en el primer puyazo que le dieron derribando. También en el segundo. Esta absurda manera de picar gigantescos marmolillos como en corridas de concurso fue muy costosa de soportar. Y los toreros queriendo torear al semoviente a sabiendas de todos que era materialmente imposible. Tan imposible, que el pobre Venegas sufrió una absurda cogida tan aparatosa como inútil por mucho que le aplaudieran a rabiar querer seguir intentándolo en cuartos de pases sin posible remate y en su mayoría enganchados, tropezados y hasta desarmados hasta que se decidió a matar sin fortuna.

***
De toros en libertad

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