Por no desconectar el móvil fue el móvil el que me desconectó. Los aficionados guardamos en la memoria las grandes faenas vividas en la plaza. Las tenemos grabadas, más o menos sólidas o sublimadas. Y no digamos ya los toreros. El maestro Esplá lo hace con tanto celo que cuando le ponen imágenes de su histórica despedida en Las Ventas vuelve la cabeza. No quiere...
Desconectados por el celular
Jaén, 2 Sptbre. 2021
Es curioso —y preocupante— comprobar que cada vez es más la gente que deja de aplaudir en un espectáculo por tener las manos ocupadas con el móvil. En una plaza de toros eso conlleva una rebaja en la contundencia de las ovaciones y dificulta el cálculo presidencial a la hora de conceder trofeos. Que eso de los pañuelos no es tan simple como sumar y restar. Casi todos lo hemos hecho alguna vez. La posibilidad de grabar un acontecimiento, y el orgullo —o la vanidad— de poder enseñarlo después, son tentaciones difíciles de sujetar. Hasta que llega un día en el que por querer ser lo que no eres —que para eso hay profesionales— te das cuenta de lo que te pierdes. Hace pocos días —era al aire libre y estaba permitido— me sorprendí a mí mismo grabando la intervención de unos músicos. Era difícil para un padre renunciar a grabar la actuación de un hijo. Al acabar no hubo reproche, pero una simple mirada me hizo sentirme un idiota. El artista —que sabe que el suyo es un arte fugaz— necesita de un público de mirada directa y oídos atentos. Y yo me había perdido una gran actuación precisamente por intentar conservarla. Por no desconectar el móvil fue el móvil el que me desconectó. Los aficionados guardamos en la memoria las grandes faenas vividas en la plaza. Las tenemos grabadas, más o menos sólidas o sublimadas. Y no digamos ya los toreros. El maestro Esplá lo hace con tanto celo que cuando le ponen imágenes de su histórica despedida en Las Ventas vuelve la cabeza. No quiere, y así lo dice, que una visión nueva desde una perspectiva diferente a la que él tuvo “desde el centro del cráter” pueda destrozarle el recuerdo tal y como él lo percibió.
De otras faenas de otros toreros, como la de Curro Romero en el Corpus del 73, o la de José Luis Moreno del 98 en La Alameda, no se si habrá imágenes pero, por parecidas razones, tampoco yo las quisiera ver. Estamos ante un arte que solo se puede sentir en el acto. Y que con el tiempo, y según cuándo y donde, su recuerdo se contará de manera diferente por unos o por otros. Porque la realidad nos llega en perspectivas individuales, siendo así que la faena que ven mis ojos —como la música que escuchan mis oídos— no es la misma que está viendo ni siquiera mi vecino de tendido. Algo así como lo que cuenta Ortega, que no coincidiendo la visión del que está a un lado con la del que está al otro de la montaña, lo cierto es que los dos están viendo la misma montaña y puede ser que los dos estén contando la verdad sobre la montaña. No siempre se puede ni se debe intentar uniformar criterios, visiones y valoraciones. Socializar la percepción, unificarla, tras ser analizada por los “entendidos” es perdernos la esencia de lo vivido. Si no viste una corrida no dejes que te la cuente cualquiera. La historia, también la de los toros, es una sucesión de momentos fugaces que solo se pueden interpretar hablando —o leyendo— con los que la vivieron. Aunque suele haber más vehemencia en los que, sin haber estado en la corrida, se la inventan.
En fin, que de las tecnologías —como de las ideologías— no conviene abusar. De todas formas, al que estuvo en la plaza, si la faena no le gustó, ya le puedes poner vídeos y explicaciones después que le va a seguir sin gustar. Yo por si acaso ya le he dicho al de la flauta que nunca más un teléfono móvil me volverá a desconectar.
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