Todos celebramos que aparezcan nuevos toreros y sin son de la calidad de Pablo Aguado todavía nos alegramos más. Eso sí, nunca en la vida debemos de permitir que, por muy artista que sea un torero no tenga la crítica correspondiente que, sin duda le servirá como acicate y lección para no caer siempre en los mismos errores de la torería andante. Y en este caso, la crítica que debemos hacerle de forma genérica es que, a partir de estos momentos ya debe de ponerse frente a toros que nos emocionen a todos, a él el primero.
Ante Pablo Aguado el que, de la noche a la mañana llegó al estrellato en 2019 sin que él lo imaginara, desde aquel momento los botafumeiros respectivos han gastado todo el incienso del mundo para favorecer la labor de este artista singular. Vamos que, ante lo sucedido con este muchacho, ni él mismo se lo cree que, tras una tarde apoteósica en Sevilla, de repente, las lanzas se tornaron cañas y dejó de remar a contra corriente que, dicho sea de paso estuvo muy poco tiempo.
Insisto que, el chaval se ruborice porque no da crédito a lo que está viendo; es más, entre todos le han hecho creer que es el mesías que el toreo estaba esperando, hasta el punto de que se tiene que pinchar para comprobar que es a él al que le complacen con un fervor que no lo han utilizado jamás hacia hombres que se juegan la vida de verdad. Y Pablo Aguado sabe lo que digo porque aquel mismo año de 2019, el domingo de Resurrección en Madrid, enfrentándose a una auténtica corrida de toros se llevó una voltereta que, según él, todavía no se ha recuperado del todo. Y lo digo porque aquella tarde fui testigo presencial de aquel espectáculo que, para mayor desdicha, Eolo sopló con una fuerza criminal.
Para colmo, una lesión casi finalizando la temporada pasada le dejó en el dique seco, algo que le deseamos una total recuperación, al tiempo que debemos de indicarle que, si se ruboriza con los halagos –falsos, todos los que le adulan- lo que debe hacer es interpretar ese arte del que es portador frente a toros encastados y, huelga decirle al diestro que si vio por televisión la corrida de Victorino Martín en Cali, si quiere un ejemplo ahí lo tiene porque, como hiciera De Justo y Bolívar, enfrentándose a una corrida encastada lograron el mayor triunfo que ellos recuerdan en sus respectivas carreras y, decir esto de Emilio de Justo tiene un mérito incalculable.
El problema de Aguado, como el de otros muchos es que, sabedor de que ya está “canonizado” por el taurinismo, como se ha demostrado, siempre mata el toro amorfo, amaestrado, sin fuerzas ni maldad alguna, elementos todos que le sirven para que los plumíferos de este país le adoren con un fervor inusitado.
Toreros e informadores, parece que todos se han puesto de acuerdo para que triunfe la sinrazón del toro enclenque, sin apenas pitones, afeitados hasta las orejas, que no se les pique para nada y, de tal modo, con semejante “material” un diestro artista como Pablo Aguado se lo pasa en grande y, lo que es mejor, todos le aplauden, hasta el punto de que el chaval creerá que esa es la verdad del toro y, en definitiva, lo que está haciendo es cabalgar encima de la mentira más cruel que podamos encontrarnos que no es otra que ese toro que huele a fraude por muy bien que embista.
Todo lo que digo tiene su fundamento porque al paso que vamos, tal y como se ha marcado su carrera, -suerte la suya- es posible que pasen mil años y que el chaval no se enfrente a una corrida seria y encastada. Y será un error mayúsculo el suyo porque debe ser terrible que te recuerden como un torerito artista pero que nunca se enfrentó a un toro de verdad.
No es menos cierto que, cuando se enfrenta un diestro a corridas encastadas, no todo son halagos y, de haberlos, son verdaderos porque todo el mundo comprende la grandeza que supone que un hombre sea capaz de crear arte al tiempo que se juega la vida, algo que ha hecho, entre otros, Emilio de Justo en decenas de ocasiones.
Tras todo lo explicado, Pablo Aguado lo tiene muy sencillo si quiere dejar de sentir rubor; si se enfrenta al toro que los aficionados buscamos, el que emociona, el que convence, el que pone en el pedestal a los auténticos toreros, a partir de ese momento, como dije, es cuando un torero se gana la admiración y el respeto de todo el mundo. Lo dicho. Y si sigue por ese sendero que ha encontrado para desarrollar su carrera con el toro “comercial”, halagos los hallará por doquier, pero los aficionados le recordaremos como un torerito de poca monta, aunque tenga mucho monto su arte.
Observen, en la foto que mostramos, el trapío del animalito que torea Pablo Aguado y es entonces cuando comprenderemos todo lo que criticamos de este fino artista.
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