En la España del siglo XXI, Calabacillas tendría complicado ganarse la vida como bufón. Porque ya no sería considerado, de forma hiriente, enano y bizco, sino persona aquejada de acondroplasia y estrabismo. Por aquello del eufemismo y el respeto a los discapacitados. Le asombraría observar que, con bastante frecuencia, son los hombres y mujeres que detentan el poder los que hacen reír con sus torpezas y desatinos. Es decir, que se están invirtiendo los términos. Desde la malhadada tarde en la que el diputado cacereño Alberto Casero votó a favor del proyecto de reforma laboral del Gobierno de Sánchez, al PP le están creciendo los enanos hasta alcanzar marcas insospechadas. Es lo que tiene haber convertido Génova en un grupo de scouts amigos de Teodoro, en un internado guay de Nuevas Generaciones, en un botellón de niñatos insulsos sin litrona.
Cuando hay que digerir victoria pírrica de Mañueco en las elecciones de Castilla y León y buscar fórmulas serias de gobernabilidad para asentar el segundo mandato ‘alfonsino’, el tosco ingeniero de Cieza que maneja el incensario intoxicador como nadie y Casado declaran la guerra a Isabel Natividad. De modo que nuestra región pasa a un segundo plano de la actualidad nacional hasta que se calmen las aguas, si es que lo hacen, en esta pugna fratricida de una derecha cainita con tendencia histórica a suicidarse. Nihil novum sub sole. Seguramente, un escenario más adecuado para que el PP inicie la ronda de negociaciones con todos los partidos. Pero la aritmética manda: habrá que cerrar acuerdos con Vox para no inmolarse. En la capital han pasado del sainete de Arniches a una trama de espionaje, comisiones, celos, carromeros y puñaladas. Todo un guion de película de gánsteres. Más cloacas no, por favor.
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