Y así sigue el toreo. En la mayor de las soledades. Sin una mísera ayuda que alivie sus bases. Desaire tras desaire de un Gobierno que sueña con hacerlo desaparecer. Palabras, sólo palabras, imaginadas, veladas, transformadas en demagogia persistente durante reuniones intencionadas que únicamente la vuelven a mostrar cuando emerge el interés. Aquello fue simbolismo de un ministro y unos toreros en ilustrativo retrato donde se creía estaba la quintaesencia del futuro de la Fiesta. Inútil, simulado, frustrante viaje de ida y vuelta. Trayecto banal que, pasado más de una década, se ha convertido en nada.
De la misma manera que confieso mi preocupación ante el incierto mañana de la Fiesta, me resulta obvio que el talante de los que viven de ella reside en la ceguera ante el futuro de un rito que ya no es políticamente correcto. Tan dudoso es que la cascada de despropósitos igual cae por las “izquierdas” que por las “derechas”. Si no ahí está el ejemplo de quien utilizó la tauromaquia para su propio beneficio demostrando ser una taurina de pro cuando ostentaba el cargo de alcaldesa de Fuengirola. Hoy, Esperanza Oña, vicepresidenta segunda del parlamento de Andalucía, es la líder de un lobby animalista dentro de la cámara autonómica. La señora del PP convertida por sus colegas de la izquierda en antitaurina. Y es que aquellos, estos, políticos que nunca tuvieron la intención de equiparar los toros con los demás sectores culturales siguen utilizando el toreo como arma propicia para propios intereses. Que cosas.
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