"..Desde los doce años en que empecé a trabajar siempre tenía como ilusión permanente ser el patrón de mi vida y, en pocos años lo conseguí. Yo quería ser autónomo en mi trabajo porque así me liberaba de las garras de cualquier jefe que, por cierto, los que tuve me trataron como a un rey. Llegado el momento monté mi propia empresa en las que nos dedicamos a las instalaciones industriales, calefacción y demás variantes de todo tipo de montajes para todo tipo de empresas.."
Siento desesperación
Pla Ventura
Toros de Lidia/6 noviembre, 2023
Cuando veo cómo se violan las leyes por parte del gobierno de España para favorecer a una pandilla de criminales, al respecto, me viene a la mente cuando fui juzgado por “robar una gallina”, algo que ahora explicaré y que me tuvo ocho años en libertad condicional bajo fianza de diez millones de pesetas, sin lugar dudas, la fianza más grande que se le había puesto a un “delincuente” como era mi caso. Tras el delito que cometí la ley cayó sobre mi persona como una losa de mármol que logró aplastarme hasta el borde del suicidio. Hasta tuve el honor de escuchar por parte de su señoría, el juez, que yo era uno de los delincuentes más grandes que había conocido. Lo que cuento es más cierto de que existe Dios o que mi madre está enterrada.
Dije en metáfora lo de la gallina pero, ahora explicaré las consecuencias por la que “dormí” una noche en el calabozo para, al día siguiente, encontrarme con el “marrón” de la brutal fianza que se me exigió por el “delito” que cometí.
Desde los doce años en que empecé a trabajar siempre tenía como ilusión permanente ser el patrón de mi vida y, en pocos años lo conseguí. Yo quería ser autónomo en mi trabajo porque así me liberaba de las garras de cualquier jefe que, por cierto, los que tuve me trataron como a un rey. Llegado el momento monté mi propia empresa en las que nos dedicamos a las instalaciones industriales, calefacción y demás variantes de todo tipo de montajes para todo tipo de empresas. Todo seguía sobre ruedas pero, un día de la vida me equivoqué y formé sociedad con unas personas inadecuadas que me dejaron en la ruina. Pero la culpa no era de ellos que, realidad, iban a lo que iban; el culpable fui yo que me dejé engañar y, como digo, pagar más tarde unas consecuencias dramáticas que, pasados los años puede superar porque el trabajo, de por sí, hace milagros, por dicha razón sigo al pie del cañón con veinte compañeros viviendo de nuestro trabajo. Y digo compañeros porque la empresa somos todos, puesto que remamos todos en la misma dirección aunque las responsabilidades de todo tipo sean mías, al margen de que, un alma sola ni canta ni llora. Yo no soy como Pepe Álvarez y Unai Sordo que les llaman compañeros a los que trabajan mientras ellos, como grandes gandules viven a cuerpo de rey y sin que nadie sepa qué función desarrollan en la sociedad.
Fueron momentos durísimos que no se los deseo a nadie. Mi tarea consistía en buscar clientes para que no faltara trabajo para toda la plantilla. Esa era la salida para remontar aquel calvario que me busqué por confiado o tonto, vaya usted a saber. Total que, entre tantos clientes como obtuve, un día se me presenta en el despacho una señora que había comprado un chalet en nuestra zona y quería que le instalásemos la calefacción. Muy pronto le presenté el presupuesto, me dio el veinte por ciento de la instalación y quedamos en montar dicho trabajo en breves días. Y así lo hicimos. Si no recuerdo mal el montante del presupuesto ascendía a dos millones y medio de pesetas pero, la tranquilidad de haber recibido el veinte por ciento dejaba las puertas abiertas para que yo no desconfiara de dicha señora. Pese a todo, ahí cometí mi primer error, la señora era puta pero yo no lo había averiguado.
Total que, hicimos un trabajo impecable como era nuestra norma. La señora quedó muy contenta y, cuando le entregué la factura me hizo un pagaré, lo más normal del mundo puesto que esa forma de pago la había tenido cientos de veces. ¿Cómo desconfiar en aquellos momentos? No tenía sentido. El problema vino al vencimiento de dicho documento de pago que a señora no atendió. Me puse en contacto con ella y me dijo lo que dicen todos los que no pagan, no te preocupes que unos días lo solucione y te lo pago en efectivo.
Me citó para un día determinado para ir a su casa para cobrar pero, me inquietó que me citara a partir de las diez de la noche. Aquello no encajaba en el puzle de mi trabajo. Abrió la puerta y quedé petrificado. Apareció desnuda solo cubierta por un tul de seda que, lógicamente, me mostraba toda su anatomía. “Pasa hijo, no me dirás que no estoy guapa” Esas fueron las palabras que me derrotaron. “¿No tienes ganas de pasar una noche inolvidable conmigo y en la madrugada te pago?” Quedaba clarísimo como era la forma de pago que ella quería utilizar pero, desistí en el empeñe y me marché. “Tú te lo pierdes” Me dijo la muy puta. Y me lo perdí, por supuesto que lo perdí, pero todo.
Como no acepté su invitación me fue dando largas y no hubo forma humana de cobrar. Es más, estaba convencido de que nunca cobraría cuando me enteré que, en la zona, desde que llegó, había engañado a gentes por un montante de veinte millones de pesetas y todos habían quedado impávidos o habían cobrado en “carne” que era su especialidad. Desesperado como estaba no quería que aquel delito quedara impune puesto que, acudí a la justicia para embargarle el inmueble por falta de pago y, mi gozo en un pozo, el chalet estaba a nombre de otra persona. ¿Cabía desdicha mayor?
Me horroricé hasta el punto de tramar un plan, entrar en la casa y llevarme todos los artilugios que había instalado porque si no había cobrado seguían siendo míos. Me busqué como compinche al guarda de la urbanización con el que había quedado que me avisaría cuando la puta se marchara y la casa estuviera vacía para poder entrar y desvalijar lo que me pertenecía.
Llegó el día y, muy temprano, todavía no clareaba el día nos presentamos allí varios compañeros con dos furgonetas para arrancar toda la instalación, incluyendo caldera y radiadores. A mí me cupo de honor de derribar la puerta con un pico y, una vez dentro tenía la sensación de que la vida me estaba concediendo la justicia que las leyes no podían llevar a cabo por aquello de que no cabía el embargo antes citada cuando la casa no era propiedad de la deudora. Pero, por una fatalidad del destino, hubo un soplo de un vecino que, al ver todo aquello que no le parecía normal, en realidad no lo era, avisó a la policía y nos pilló a todos con las manos en la masa. De repente no vimos envueltos entre dos coches policiales que, lógicamente nos pidieron documentación y nos preguntaron a qué se debía aquel trajín nada normal y menos habitual cuando, como dije, no eran horas lógicas para el trabajo. Yo le expliqué a la policía los motivos por los cuales estábamos “trabajando” pero, su respuesta no fue otra que, “acompáñenos al cuerpo de guardia”. Una vez interrogados por el inspector correspondiente nos llevaron al juez de guardia ante el cual, dije que aquellos hombres que me acompañaban eran inocentes y que el único responsable de todo aquello era yo. Les dieron libertad a todos mientras yo quedaba en manos de la policía.
Todo ocurrió a una velocidad de vértigo puesto que, no era el mediodía y, la muy señora puta había presentado en la comisaría que, unos malhechores habían entrada en su casa y se habían llevado un reloj Rólex, un abrigo de visón y un collar de brillantes y diamantes, todo ello valorado en diez millones de pesetas. ¡Y yo era el ladrón! La hija de mil putas no hizo mención al “robo” de la calefacción, se decantó por las “prendas” antes citadas que, tenían mucho más morbo; es decir, de cara al juez, menudo delincuente tenía ante sus ojos. Tras pasar aquella noche recluido, al día siguiente tenía la “sentencia”. Tiene que depositar usted una fianza de diez millones de pesetas y si quiere quedar en libertad bajo dicha fianza, de lo contrario irá directamente a la cárcel, elija usted.
Un amigo bancario puso la fianza para que yo pudiera salir de aquel atolladero que olía a cárcel por los cuatro costados. Una vez en la calle, puse mi casa como aval para que aquel amigo del alma no sufriera el desasosiego que pudiera llevarle haber puesto dicha cantidad en el juzgado. Un aval que, me costaba mil pesetas diarias que, dado que aquel calvario duró ocho años hasta que se celebró el juicio, los casi dos millones de pesetas que yo pretendía cobrar porque eran míos, al final, entre el aval, abogados y demás cuestiones, todo ello me costó cuatro millones y medio de pesetas. Se celebró el juicio, la muy puta no se presentó y estas fueron las palabras que dictó el juez sobre mi persona.
“Como quiera que la demandante no se ha presentado y no ha mostrado factura alguna de los objetos que decía que le habían robado, el señor Pla Ventura queda exonerado de todos los cargos que se le imputaban y se le condena a una multa de treinta y cinco mil pesetas por haber derribado la puerta de la casa en la que entró”
Como queda demostrado, pasé ocho años de cautiverio por querer recuperar algo que era mío y, así me trató la justicia. No recuperé nada, estuve yendo a firmar al juzgado todos los meses dos veces cada mes, no podía salir del país y quedé fichado como uno de los peores delincuentes, -según el juez-, que él había conocido. ¿Puedo seguir creyendo en la justicia? ¡Y una mierda! La propia justicia terminó de arruinarme y, en la actualidad, como empecé, unos grandes delincuentes son amnistiados de todas sus culpas mientras que, servidor, por haber robado aquella “gallina” quedé en la más absoluta ruina. Lo que este gobierno está certificando es que, en la vida hay que ser un gran delincuente y, si esos delitos se cometen en el mundo de la política puedes pasar, de la noche a la mañana, a ser un criminal buscado por la justicia, caso de Puigdemont, a ser un héroe nacional que, si Dios no lo remedia, vendrá a España y será recibido bajo palio. Por eso aconsejo a todo el mundo que no robe jamás una gallina, que roben cientos, miles de millones que, entonces nunca pasará nada y, si pasa, para eso está Pedro Sánchez, para amnistiar a los peores delincuentes del mundo.
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