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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 24 de noviembre de 2023

Amnistiando que es gerundio / por Jaime Alonso


"..Es momento de comprobar sí le queda al pueblo español el espíritu indómito y guerrero, visionario y civilizador que conquistó un continente para la fe, el derecho y la igualdad de todos sus ciudadanos, allá por el siglo XVI; que mantuvo durante ocho siglos una desigual contienda para recobrar su unidad perdida, más por errores propios que por virtudes ajenas; que representando “la nobleza de Europa” se enfrentó, “pura existencia por la esencia”, en solitario, contra la herejía/estado que rompía la fe uniformadora del continente europeo, hasta consumir sus recursos básicos.."


Amnistiando que es gerundio

Jaime Alonso
Abogado
Paradojas del destino nos devuelven al alumbramiento del régimen, el del 78, con tres ideas fuerza provenientes de la izquierda, ya hegemónica en la batalla del idealismo utópico y cultural, y asumidas por “los padres de la patria” en la Constitución, hoy desguazada: “Libertad”, “Amnistía” y “Estatuto de Autonomía”.

El sentido equivoco y utilitarista de esos tres conceptos y el desarrollo normativo de los actores de una partidocracia no democrática, nos ha colocado en un callejón sin salida. ¡Fin del régimen!, por mucho que se empeñen los panegiristas. Y se llevará todo por delante, incluida la monarquía y tal vez la Nación. Hemos recorrido demasiados años hacia el precipicio, como para no darnos cuenta de la situación y de los errores cometidos. La Amnistía es el final del trayecto.

Previamente se ha ido desmontando el edificio de la soberanía popular hasta convertirlo en una oclocracia delirante, donde no se respeta ni el idioma universal, nuestro mejor legado. La división de poderes se ha sustituido por el nepotismo sentimental, familiar o ideológico. Todas las instituciones han sido asaltadas por una suerte de beneficiarios del poder, cuya incapacidad solo rinde cuentas al dedo de la satrapía que lo encumbró. La libertad es una broma en manos de propagandistas del mandarín que los riega con fondos públicos y publicidad encubierta. La sociedad civil ha sido laminada, confundida, incapacitada a través de los artificios políticos (partidos). Perseguidos sus mejores talentos por el poder omnímodo del sistema, no queda quien tenga el valor y el honor de no autoexiliarse fuera o dentro de España.

Como bien sabe cualquier afortunado conocedor del idioma español, el más universal, expresivo y rico en su léxico, sólo los verbos admiten gerundio, si bien al cumplir funciones adjetivadas o adverbiales, no se conjugan y tienen una muy concreta terminación. Claro que la acción del Sanchismo en amnistiar no se atiene a una actividad mental meditada; ni a un acto involuntario de posesión diabólica; menos aún a la generosidad del sacrificio, en aras de un interés general. Es gerundio porque expresa el modo, la forma y la razón de la acción principal de permanecer en el poder, aceptando la impunidad del delito más grave, de apariencia política y consecuencias devastadoras para la convivencia futura.

Es el gerundio que se emplea como simple modificador directo de un sustantivo, en este caso la nación, que se disuelve en su unidad histórica, de convivencia y de destino. El pueblo que pasa a ser sujeto de unos u otros derechos, en función del territorio donde viva. La justicia que se administrará en nombre y en función de los intereses creados del que manda. La libertad limitada, lo mismo que la historia, al relato virtual de una propaganda cada vez más obscena, irracional y contradictoria. La igualdad, solo asumida por abajo, hasta que no quede riqueza sin expoliar y/o malversar. El pluralismo político pasará a ser una fantasía iconoclasta, pues todo el que no profese el pensamiento único del poder, será tildado de enemigo del pueblo, antisocial o cualquier otro ditirambo al uso.

Este indeclinable gerundio, lo es porque ya no esconde nada, ni admite enmiendas que no sean a la totalidad. O cambiamos este régimen y estado de cosas, de abajo a arriba, y sin importarnos a quien debemos exigir responsabilidades, o nos convertiremos en coautores por cobardía, acción u omisión, de las consecuencias que nos depare la conjugación de tan indeseable gerundio. La amnistía es la voladura de todo el edificio del Estado/Nación tal y como lo hemos concebido, desde los cimientos, y sus cascotes caerán sobre nosotros o nos perseguirán mientras vivamos. Es preciso que no sobreviva ningún artificio de los creados en esta época de aparente bonanza, donde se ha ido destruyendo sistemáticamente a la clase media, artífice de la estabilidad de cualquier régimen. Tampoco debería permanecer, quien no ligue su destino al compromiso moral y material indeclinable de preservar la unidad de nuestra nación.

Llevamos, sin eufemismo alguno, soportando, cuando no auspiciando, más de cuarenta y cinco años, la concupiscencia del poder, bajo la premisa mayor de que el fin justifica los medios y, por consiguiente, cualquier medio es lícito para la obtención del poder y conservarlo. De ahí que el final del trayecto, la Amnistía, que supone de facto un cambio de régimen, sea percibido por los promotores y sus huestes como algo normal y deseable. Si hemos admitido que se imponga, por ley, el relato de la historia inventada; nada detendrá a los relatores en su propósito de victimizar a los verdugos y reprobar a las victimas. La expropiación de la razón, la libertad y la verdad objetivable e individual, es infinitamente más grave y con carácter previo, al expolio material de nuestros bienes.

Ya hemos visto el exprópiese Chavista, en Rumasa, Banesto, Pazo de Meirás, sin que nadie creyera incumbirle. Craso error, aquellos polvos han traído estos lodos. Anestesiada, confundida o muerta la sociedad civil en su vertebración institucional, hemos dejado talar todo el bosque al artificio del poder omnimodo que son los partidos políticos. Ahora no debemos admitir ni el lamento. Todos somos culpables y solo queda la hercúlea misión de reconstruir un edificio en ruinas, laminado el sustantivo intelectual, social, político y económico.

Es momento de comprobar sí le queda al pueblo español el espíritu indómito y guerrero, visionario y civilizador que conquistó un continente para la fe, el derecho y la igualdad de todos sus ciudadanos, allá por el siglo XVI; que mantuvo durante ocho siglos una desigual contienda para recobrar su unidad perdida, más por errores propios que por virtudes ajenas; que representando “la nobleza de Europa” se enfrentó, “pura existencia por la esencia”, en solitario, contra la herejía/estado que rompía la fe uniformadora del continente europeo, hasta consumir sus recursos básicos; pueblo que soportó ser gobernado por la traición y el desapego durante siglos; el mismo que derrotó al imperialismo revolucionario francés en el campo de batalla, pero asumió los errores de sus élites, hoy se les llama casta, en el campo de la política; quién posibilitó y sufrió dos convulsas repúblicas por su tendencia anarquizante y disoluta; y quién venció, con la providencial ayuda del entonces conductor de su destino histórico, al comunismo.

Tal vez volvamos a ser “tierra de conejos” como nos llamaron los romanos, no de hidalgos caballeros dispuestos al dolor por preservar el honor, como nos reconocieron en el mundo. Tal vez tuvimos la vertebración de un estado de derecho, orientado al bien común, y no lo supimos apreciar. Tal vez nos merezcamos esta lacerante corrupción y arbitrariedad. Acaso necesitemos el igualitarismo del rebaño y despreciemos la libertad responsable. Tal vez los gobernantes que tenemos, sin excepción, sean el fiel reflejo de nuestros defectos, de nuestra alma oculta, incapaz de un ideal superior transmitido más allá de dos generaciones. Acaso seamos el pueblo condenado, por nuestros errores y olvidos, a vivir el mito de Sísifo. Aún así, me niego a resignarme y pienso luchar.

El alma hispana sólo se ha manifestado en estas coyunturas excepcionales, incapaz de lidiar con lo cotidiano y de estabilizar sus gobiernos en la opulencia. Algo tendrá nuestro sino histórico, cuando fuimos capaces de lo mejor y sublime, y de lo peor y dantesco. 


Valdrá la pena vivir y luchar este momento, sin pérdida de la razón y de la historia. Seamos revolucionarios de la libertad, de la igualdad en derechos, de la obligatoriedad de deberes y del destino existencial e histórico que siempre le ha correspondido a nuestra nación y al que resulta imposible renunciar. Nadie puede tapar con un dedo el sol cegador de una ambición, de una cuadrilla de botarates, de unos vividores y despilfarradores de nuestros impuestos, de unos usurpadores de todas y cada una de las instituciones del Estado, de unos bufones inmorales en una democracia degenerada.

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