«En las corridas se reúne todo: color, alegría, tragedia, valentía, ingenio, brutalidad, energía y fuerza, gracia, emoción…Es el espectáculo más completo. Ya no podré pasar sin corridas de to ros» (Charles Chaplin)
Declaraciones realizadas al escritor y periodista Tomás Borrás, publicadas en su artículo del ABC el 11 agosto 1931, tras la corrida que asistió en la plaza de toros de San Sebastián.
En 1915, Chaplin había filmado su «burlesque» (parodia) de «Carmen», en la que aparece con vestuario taurino, sin haber visto ninguna corrida de toros. Años después, en su casa de Hollywood, se divierte jugando con un regalo de su amigo Edgar Neville: una gran plaza de toros, con todos los personajes y detalles...
En 1931, después de obras maestras como «El chico» o «La quimera del oro», «Luces de la ciudad» supone la absoluta consagración universal de Chaplin: emprende un largo viaje por todo el mundo, le aclaman los públicos, le reciben personalidades como Gandhi y Einstein... Ese verano, acude con sus amigos a una corrida de toros en San Sebastián.
El espectáculo tiene lugar en el viejo «Chofre», casi lleno, el domingo 9 de agosto, en una tarde lluviosa. Se lidian ocho toros de Coquilla para Marcial Lalanda (palmas y oreja), Nicanor Villalta (aplausos y pitos), Vicente Barrera (palmas y palmas) y Manolo Bienvenida (petición y pitos).
Ocupa Chaplin una barrera del 8: «Es objeto de una entusiasta ovación, a la que Charlot corresponde saludando, emocionado, con la gorra en alto». Los cuatro diestros le brindan su primer toro, con estas palabras: «A uno de los mejores artistas del mundo» (Marcial). «Lamento que haya tanto viento, pero va la faena dedicada a un hombre tan grande como usted y a un tan gran artista» (Villalta). «Al extraordinario Charlot, con toda mi admiración» (Barrera). «Al gran actor Charles Chaplin, por lo que le quieren en España y le admiran» (Bienvenida). A todos ellos corresponde con una pitillera. Marcial también salta la barrera, le da la mano y le regala la oreja.
Miedo en la suerte de varas
Aplaude Chaplin muchas veces pero se tapa la cara con las manos, en la suerte de varas: «Le entusiasmó la faena de Marcial en el quinto toro y le agradaron mucho el descabello de Barrera, en el tercero, y el primer par de banderillas de Bienvenida». ¿Por qué ha ido Chaplin a los toros? Además de su curiosidad, le influyen, sin duda, los amigos que le acompañan, dos personajes extraordinarios: Ricardo Soriano y Henry D’Abbadie D’Arrast .
Ricardo Soriano (1883-1973) es un ingeniero salmantino, que brilla en terrenos muy variados: inventa la primera motocicleta española; fabrica motores de aviación con Santos Dumont; planea veinticinco hoteles en Biarritz, donde reside; ese mismo año, 1931, bate el récord mundial de velocidad sobre agua pero fracasa en el intento de batir el récord de distancia, pilotando un globo. En su esquela, el Ayuntamiento de Marbella le reconoce como «promotor de la Costa del Sol e hijo adoptivo de la ciudad de Marbella». Una anécdota más: su colección de pelos de pubis femeninos inspiró a Berlanga, en «La escopeta nacional». Es también pionero del negocio del cine español, financia «El perro andaluz» , de Buñuel. Y es gran aficionado (incluso práctico) a los toros.
El llamado «caballero D’Arrast» (1897- 1968), estudiado por Borau, es un cineasta vasco-francés, que trabaja en Hollywood y en España, amigo personal de Neville y de Chaplin (ha sido su ayudante en «Luces de la ciudad»). Todos los hilos de la trama encajan perfectamente: ese agosto de 1931, Chaplin está en Biarritz, probablemente viviendo en una de las casas de Soriano; sus amigos le animan a una excursión de un día a San Sebastián, para asistir a una corrida de toros.
Les va a acompañar Tomás Borrás (1891-1976), novelista, poeta, dramaturgo y periodista del ABC, donde publica su artículo «Charlot en los toros»: «Tiene aire de jockey: menudo, con su gorrilla de visera y las manos en los bolsillos». Por las calles de San Sebastián, la gente le aclama. Él disimula: «No tengo idea de cómo pueda ser una corrida. Un hombre lucha con un toro; aquél lleva espada, pero, a pesar de ello, ¿cómo le vence?».
En corrales
Por la mañana, le llevan a los corrales de la plaza, a lo que Borrás llama «el apartadero». Se fotografía con el maestro Arbós, el gran músico. Le invitan a bajar, a situarse en un burladero. «Teme que le gasten una broma pesada y le dejen entre los toros». Accede, por fin, y ve de cerca los toros: «Parecen inofensivos. Yo creí que serían más furiosos». El crítico Corinto y Oro le presenta al diestro Vicente Barrera, delgado, menudo, de poco más de veinte años: «¡Oh, pero si es un baby!». Después de un vaso de sidra, van a comer al puerto, al restaurante Rodil: «Don Carlos (sic) Chaplin saborea las angulitas y el chacolí», escribe Borrás. Les cuenta su debut en Londres. Estaba tan aterrorizado que no pudo hacer ni decir nada: un absoluto desastre. Pero el público reía sin parar. El empresario le abrazó: «Es usted el mejor payaso del mundo». Añade, con amargura: «Lo que divirtió a la gente fue precisamente mi dolor».
En la corrida, Chaplin está «entusiasmado». Luego, merendando en el Hotel María Cristina , resume su impresión: «Lo que más me gusta es los ejercicios de capa (sic) . En las corridas se reúne todo: color, alegría, tragedia, valentía, ingenio, brutalidad, energía y fuerza, gracia, emoción... Todo. Es el espectáculo más completo. Ya no me podré pasar sin corridas de toros». ¿Son palabras de pura educación, para agradar? No lo parecen. Y, para corroborarlas, le firma al periodista un autógrafo: «Al A.B.C. Charlie Chaplin».
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